Fecha: 27/11/1997. Publicado en: Boletín Oficial de la Diócesis de Córdoba, VIII-XII de 1997. Pág. 243
A lo largo de los siglos, nosotros los cristianos hemos expresado nuestra gratitud a Jesucristo, el Hijo de Dios, y a su Madre Santísima, con imágenes y con objetos de culto de gran belleza, en los que los hombres han puesto lo mejor de su “saber hacer”, de su Arte. Hemos expresado nuestra gratitud, y también nuestra súplica.
Gratitud, porque en la Encarnación del Hijo de Dios, en su pasión y en su muerte, y en su resurrección, el Misterio innombrable se nos ha hecho cercano, se nos ha revelado como misericordia incondicional, como “amigo de los hombres”. Y porque en ese hecho, el más inesperado, y a la vez, el más grande y bueno que ha conocido la historia, se abría para los hombres la verdad sobre nuestro destino: no la muerte, sino la graciosa participación del ser mismo de Dios, la vida eterna.
Gratitud y también súplica. La súplica, sobre todo, de no olvidar quiénes somos, quién nos ha dado la vida y para qué. De no olvidar quién nos ha redimido y a qué precio. La súplica, sobre todo, de no distraerse de la gracia que hace posible una humanidad verdadera. De no perder lo que nos es más querido: el amor que da significado a todo, que nos sostiene y nos salva.
Para nosotros, los cristianos, estas imágenes no son sólo expresión de la destreza del artista. Ni de la estética de un período de la historia. Ni siquiera sería justo ver en ellas el recuerdo de “una bella historia” del pasado, la historia que nos narran los Evangelios. No, para nosotros los cristianos, las imágenes, los objetos del culto divino, son ante todo el signo de una realidad presente. De una gracia y una posibilidad presentes. La Misericordia que se manifestó en Belén y en Jerusalén, y que triunfó del pecado y de la muerte, permanece entre nosotros, viva y operante. Ese es el centro de todo el culto cristiano, a cuyo servicio están también las imágenes y todos los demás objetos: la salvación, la vida verdadera, es para mí, es para nosotros, aquí y ahora.
En nuestra vida real, en nuestras circunstancias concretas. Esta es la verdad más necesaria, hoy como en otras épocas. O tal vez más hoy. Porque pocas veces en la historia ha estado el hombre tan desesperado ante el poder y la mentira.
† Javier Martínez
Obispo de Córdoba