Santa Iglesia Catedral de Córdoba
Fecha: 29/11/1997. Publicado en: Boletín Oficial de la Diócesis de Córdoba, VIII-XII de 1997. Pág. 247
Queridos vicarios, Cabildo catedral, queridos hermanos sacerdotes, queridas religiosas; muy queridos hermanos y amigos, fieles miembros de este único Cuerpo de Cristo, que se reúne aquí en Córdoba, y cuyo cuidado y cuya vida el Señor me ha confiado a mí junto con mis sacerdotes. No puedo ocultar el gozo que me da el celebrar esta Eucaristía juntos, el hacer visible la realidad más grande que tenemos: la presencia de Cristo en medio de nosotros, nuestra comunión.
Nos reunimos hoy para comenzar un nuevo año litúrgico. Con esta celebración comienza el Adviento del segundo año de preparación a ese gran momento de Gracia para el mundo que será el Jubileo de los 2.000 años de la Encarnación del Hijo de Dios y de su presencia en la historia y en la Iglesia.
Y nos reunimos para suplicarle al Señor, como hemos hecho justo en el comienzo de la celebración: ¡Ven Señor Jesús!
¿Pero si Cristo está entre nosotros, y si con El ya se nos ha dado todo, por qué tenemos que prepararnos de nuevo a su venida? ¿Por qué tenemos que pedirle que venga, si ya Le tenemos? Hoy mismo, al recibir el sacramento de la Eucaristía, al comulgar, nos uniremos, mejor dicho, se unirá El a nuestra carne, con todo su poder redentor, de una forma inefable pero profundamente real.¿Para qué tenemos que seguir pidiendo que venga si ya ha venido, si nació de las entrañas de la Virgen y no ha cesado de estar entre los hombres, y nosotros Le tenemos por el Bautismo, por la Confirmación, por la Eucaristía?
Lo hacemos por dos razones. La primera porque nos sucede lo que a las vírgenes necias, que nos dormimos en lugar de estar vigilantes, y entran en nuestra mente y en nuestro corazón los sentimientos y los criterios del mundo, y el don que tenemos deja de producir en nosotros toda su eficacia salvadora, toda la alegría y toda la vida que lleva dentro. Nos distraemos, nos dejamos seducir por las cosas de este mundo, y olvidamos la riqueza del don recibido.
Y la otra razón me viene sugerida por el caso que me comentaban ayer de una mujer aquí en Córdoba, de 95 años, sola sin ninguna familia, viviendo en una casita donde cualquier día, y probablemente pasados ya algunos días, alguien la encontrará muerta. Recuerdo este caso para llamar vuestra atención sobre toda la realidad de sufrimiento que hay. Esa marea que es como la del mar, que parece que no se acaba nunca, del sufrimiento humano en todas sus formas. La soledad de tantas personas. Me decían que no era un caso aislado en el barrio del que me estaban hablando. Todos sabebemos del dolor de los enfermos, la desesperanza de las familias que sufren o de las familias rotas, de las mujeres abandonadas, de los niños que crecen en un hogar sin amor. Hay un mundo, al lado muestro, que es nuestro “prójimo” y que no tiene conciencia de que Cristo ha venido. Un mundo para el que Cristo no ha venido aún. Un mundo que no puede mirar a la vida con esperanza, y que no puede mirar a la vida y a la muerte de frente, porque la vida y la muerte le parecen lo mismo: una realidad llena de amargura y de dolor.
Por esas dos razones le pedimos al Señor que venga. Y para que la segunda pueda darse, para que los hombres puedan encontrar a Cristo, no nos tienen más que a nosotros. El Señor, y ellos, no nos tienen más que a nosotros. Y nosotros necesitamos despertar. Nosotros necesitamos vivir para que nuestros hermanos puedan encontrar en nuestra cercanía lo mismo que aquellos hombres -Juan, Andrés, Zaqueo, la Samaritana, María- encontraron cuando encontraron a Cristo.
Es mi segundo año. Comienza mi segundo año de ministerio entre vosotros. Y en el Consejo Episcopal, igual que decía el Apóstol en la segunda lectura de hoy: ya conocéis las orientaciones que os di cuando estaba entre vosotros, yo he compartido con ellos lo que son mis preocupaciones, las orientaciones para el trabajo, para la vida de la Iglesia en Córdoba en estos años. Yo les decía el marco, grande, único, en el que ellos y yo podemos concebir nuestro ministerio. Todos en la Iglesia deberíamos ponernos en pie y centrar nuestro trabajo y nuestra mirada y nuestro esfuerzo en la Evangelización, en anunciar a Cristo a ese mundo, que aunque se crea que no lo busca, lo busca, lo grita. Es imposible mirar la vida real de los hombres (no a los artículos de los periódicos o a las tertulias de los medios de comunicación o a la televisión, sino al hombre real de carne y hueso) sin percibir toda la necesidad, todo el deseo que tiene de vida verdadera, todo el deseo que tiene de que la vida no se pierda, de que la vida merezca la pena. Ese mismo deseo lo comparten con nosotros. Pero nosotros tenemos a Cristo y ellos no lo tienen. Y muchos de ellos ni siquiera saben que es Cristo quien puede curar sus heridas, que es Cristo quien puede salvar su vida, llenarla de sentido y de significado y hacer brotar en el fondo del corazón, y luego en los ojos y en los labios, la alegría verdadera. Evangelizar, anunciar a Cristo al hombre: Ese el marco que define nuestra misión. Y no es ninguna genialidad ni del Consejo Episcopal ni mía. Es secundar la llamada que nos hace el Vicario de Cristo y el sucesor de Pedro, que lleva años repitiendo que la Iglesia tiene que recuperar aquella conciencia de la Gracia de que es portadora para el mundo, y emprender una nueva Evangelización.
Subrayo dos aspectos, simplemente para que caigamos en la cuenta de por qué vías o qué caminos debe tener esa misión, esa Evangelización nueva.
Uno: no se trata de hablar de Jesucristo, o de hablar de Dios. Cuando la gente escucha eso, se cree que ya lo sabe. Lo han oído en la escuela cuando eran niños, los han oído muchas veces predicar en las Iglesias, y no prestan ya atención. Hay que mostrar al hombre que Jesucristo tiene que ver con todo en la vida, que Jesucristo es significativo para su vida real, que Jesucristo cambia realmente la vida de este mundo ya, que con Jesucristo uno empieza a gustar ya el ciento por uno y puede vivir, esperando con certeza, y con certeza razonable, la promesa de la vida eterna. Hace falta redescubrir los caminos que conducen al hombre desde el corazón de Cristo. Redescubrir lo que dice el Papa: el camino de la Iglesia es el hombre. Porque ¡el camino del Hijo de Dios, que asumió nuestra carne, somos nosotros, es el hombre! ¿Para qué se ha hecho hombre el Hijo de Dios? Para que nosotros podamos vivir ¡Qué grande es entonces nuestra vida!
Nosotros tenemos que reaprender ese camino que nos conduce, de nuestros pequeños espacios tranquilos y sosegados, hacia la vida y el sufrimiento real de los hombres, hacia la desesperanza del hombre. Tenemos que aprender de nuevo un lenguaje que no suene a música celestial, que sea respuesta verdadera, justa, adecuada, a las preguntas y a los deseos del hombre.
La segunda característica de esa nueva Evangelización está ligada a la primera. Eso no sucederá si nuestra Iglesia no va asumiendo con la Gracia de Dios un modo de vida más semejante al de las primeras comunidades cristianas, es decir, más comunitario, donde las relaciones entre nosotros sean relaciones de familia ¡que es lo que somos! Si no fuéramos eso... Si no fuéramos una familia ¿qué estaríamos haciendo aquí?
Pero eso tiene que ser una realidad visible, y no sólo como lo es esta tarde. Aquí estamos en familia reunidos los que ya lo sabemos. Pero la comunidad de los cristianos tiene que ser una realidad visible en medio de cada pueblo, de cada aldea, de cada barrio de Córdoba. Un grupo de cristianos es una comunidad, es una familia, es un modo de relacionarse nuevo, es un hogar para el hombre que os busca, o que desespera, o que sufre. Nuestras comunidades tienen que ser un hogar para el hombre, una casa para el hombre. Un lugar donde el hombre pueda llorar, donde el hombre pueda en cualquier circunstancia recibir una mano que le ayude a vivir, donde el hombre pueda experimentar un reflejo de la Misericordia de Dios.
Celebramos este segundo año del Jubileo y el Papa nos ha invitado a que este segundo año sea el año del Espíritu Santo, pero ¿qué es lo que hace el Espíritu Santo sino unir y trabar entre sí los miembros del Cuerpo de Cristo? ¿Cuál es el milagro del Espíritu Santo ante todo sino hacer a Cristo presente mediante el milagro de nuestra unidad, de nuestra comunión? Y el Papa subraya cómo este año tiene que ser un año en el que cuidemos especialmente la Comunión de la Iglesia, la acogida de los dones y carismas múltiples que el Señor suscita en la Iglesia, cada uno con su riqueza particular y, sin embargo, todos formando un solo cuerpo. Eso de que el cuerpo es uno, lo noto yo más ahora estos días con mi pie roto.
Año del Espíritu Santo. Y sin esa experiencia de Comunión en la riqueza múltiple de los temperamentos y los dones que Dios reparte entre nosotros... ¿creéis que puede haber Evangelización? ¿Creéis que podemos decirle al mundo que Cristo nos ha salvado? ¿Creéis que podemos decirle al mundo que hay una humanidad nueva, que hay un pueblo nuevo en el que Dios está y que Dios guía?
Este es el marco, el espíritu que yo veo urgente: urgente por el sufrimiento y por la falta de Fe del mundo, urgente para el mundo de hoy y en el quisiera que, con la ayuda de Dios y con la súplica unida de todos, podamos arrancarle al Señor la Gracia de ser una señal, podríamos decir, una guía en el camino para el mundo, para nuestra Córdoba, para nuestros pueblos, para nuestras familias.
Pero luego había que escoger algunas de las acciones concretas en las que trabajar especialmente, y os las comunico muy brevemente.
En primer lugar todo aquello que signifique Testimonio, anuncio del Evangelio, y, en primer lugar, el Testimonio mismo en todos los ambientes, en todos los lugares de trabajo. La catequesis: la catequesis como lugar de transmisión y de educación en la Fe. Tenemos en este momento dos instrumentos preciosos que la Iglesia ha puesto en nuestras manos que son el Catecismo de la Iglesia Universal como referencia para nuestra vida cristiana, para la de todos, la mía, la de los sacerdotes y la vuestra (muchas de las personas que estáis aquí sois catequistas seguramente); y el recientísimo Directorio General de Catequesis que el Papa ha promulgado hace apenas un mes para orientarnos qué debe ser la Catequesis, qué debe significar la Catequesis, qué significa la Evangelización, y la Catequesis dentro de la Evangelización. Primera acción en la que tenemos que ir haciendo un esfuerzo y de la que tenemos que ir trabajando juntos.
Segunda preocupación, no menor porque venga detrás, la Familia. ¡Si es la primera Iglesia! ¡Si es la primera luz! ¡Un Matrimonio unido, una Familia donde hay cariño, donde hay perdón, donde hay misericordia, sin palabras, en la noche de este mundo que se corrompe delante de nosotros, proclama que Cristo ha resucitado! ¡Proclama que Cristo vive! Porque una Familia así, no es posible sin Cristo. La Familia, el Matrimonio, mis queridos sacerdotes: ¡Cuánto más esfuerzo o cuánta más dedicación debemos a cuidar de la Familia ¡Porque eso es cuidar del hombre, del hombre real!,.
Tercera: los Jóvenes y la Juventud. A veces me decís algunos, algunas personas mayores que os encontráis conmigo ¡Vd. se preocupa más de los Jóvenes, y nosotros también le necesitamos! Ya lo sé, pero si habéis pasado algún viernes por la noche por el Tablero o por la Victoria, allí, al lado de la Parroquia de Santa Cecilia, sabéis lo que quiero decir. ¡Cuánta soledad, Dios mío! Cuanta soledad y cuántos interrogantes sobre el futuro de nuestra sociedad. Cuando uno ve a una Juventud destruirse a sí misma alegremente, inconscientemente. Seguramente todos los que están allí drogándose y emborrachándose son mejores que yo, pero no han tenido la Gracia que yo he tenido. Lo que les falta a esos es alguien que les guíe, alguien que les acompañe, alguien que les quiera. Los Jóvenes, la Universidad: tercera gran preocupación.
Y cuarta, que no es la más pequeña sino quizá la más importante de todas: lo que se llama a veces Pastoral Social, y que yo he preferido llamar Pastoral de la Caridad, si entendemos bien lo que significa la palabra Caridad, que como tantas palabras cristianas necesitamos recuperar ¿Por qué? Pues por la sencilla razón de que el fruto primero de haber encontrado a Cristo es -como decía esta mañana yo a la Asamblea Diocesana de Cáritas- un afecto nuevo hacia el hombre porque es hombre, hacia la persona porque es persona, hacia todo hombre porque está llamado a participar de Cristo, como yo, y especialmente a los más débiles, a los más pobres, a los más olvidados, a los más necesitados, con todo tipo de necesidad no sólo material: hay a veces heridas en el corazón de las personas que son más terribles que la pobreza. Y a veces se juntan las dos cosas. Pero en todo caso, nuestra Iglesia no podrá anunciar a Cristo de una manera significativa, si no es expresando, en todo lo que somos y en todo lo que hacemos, un amor grande al hombre, y especialmente a quien lo necesita. Y eso no lo traduzco yo en decir: ¡pues vamos a hacer una gran obra social! No, tenemos que aprender, comunidad tras comunidad, parroquia tras parroquia, grupo tras grupo, movimiento tras movimiento, allí donde haya unos cristianos, tenemos que aprender a que nuestra preocupación sea el hombre. Tenemos que aprender a quererlo, a todo hombre, a vencer todas las divisiones, dificultades y barreras que, cuando falta Dios, ponemos entre nosotros. No habrá Evangelización, os decía antes, sin vida comunitaria, no habrá Evangelización sin que el rostro de la Iglesia ¡de todos! no sea el rostro de un pueblo que ama apasionadamente a la persona humana, y especialmente al más necesitado, sea quien sea.
¡Ven Señor Jesús! Conviértenos, sácanos de nuestra modorra, para que podamos ser de verdad tu cuerpo y tu pueblo, y los hombres puedan encontrarte y amarte de nuevo, y así encontrarse a sí mismos. ¡Ven Señor! ¡Cambia nuestra vida! Transfórmanos con tu presencia, con tu Misericordia, con tu Gracia. Haznos los hombres nuevos que Tú quieres y que el mundo de hoy, por mucho más sufrimiento del que aparece al exterior, necesita.
Una última cosa que no quiero dejar de decir. Adviento, el Espíritu Santo. Hubo una Mujer que acogió el Espíritu de Dios: María. En realidad para vivir como os he propuesto bastaría el corazón abierto, como Ella, a la Gracia de Dios. Ella, que es nuestra Madre, nos ayude a imitar su actitud ¡Ven, ven Señor Jesús!