Solemnidad de la Santísima Trinidad. Ciclo A
Fecha: 19/05/2005. Publicado en: Semanario Alfa y Omega 451 y en el semanario diocesano de Granada y Guadix, Fiesta 638
Juan 3, 16-18
Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna.
Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.
Hace años le oí a un seminarista a punto de ser ordenado de diácono la frase siguiente: «En el fondo, ¿qué más da si Dios son tres personas, o una, o veintiséis?» He oído no pocas veces frases análogas a personas que se consideran, sin duda, buenos cristianos, fieles a lo que la Iglesia enseña. Aunque no duden, al menos inicialmente, de la fe de la Iglesia, piensan que la Trinidad no tiene nada que ver con la vida y con la realidad. Si a eso se añade que en la catequesis, tal vez, les introdujeron al Dios Trino con el ejemplo desafortunado del triángulo, y que les insistieron mucho en que la Trinidad es un misterio (totalmente incomprensible, porque totalmente sobrenatural), tal vez podamos entender mejor cómo se llega a la tesis del seminarista. Que era también –aunque él no lo supiese– la de la Ilustración. También Kant sostenía, en El conflicto de las Facultades, que la doctrina de la Trinidad, «tomada literalmente», no tenía repercusión alguna en la práctica.
La misma posición del seminarista tienen quienes insinúan –o dicen abiertamente– que «las tres religiones monoteístas», o incluso que todas las religiones, hablan del mismo Dios, sólo que son caminos distintos para llegar a Él. Nunca me he sentido monoteísta en el sentido en que usan el término quienes lo usan desde la Ilustración, y no creo que el cristianismo sea una religión, también en este caso, en el sentido en que hablan de religión esos mismos herederos de la religión ilustrada, sea para defenderla (como religión de la razón, o como sentimiento religioso), o para atacarla (en tanto que tradición particular e históricamente condicionada, que sólo es una expresión de esa religión supuestamente racional o de ese sentimiento religioso).
Y, sin embargo, el conocimiento del Dios Trino cambia todo: la percepción del valor positivo de la creación y de la multiplicidad, de la dualidad sexual y de su significado, del matrimonio y de la paternidad, la percepción de la comunión como la vocación específica humana, el sentido de la existencia y del ser persona. Hasta cambia radicalmente el sentido y el valor de la vida económica y de la polis. Y si no nos damos cuenta de ello es, sencillamente, porque nuestra mente ha dejado de ser cristiana.
El dios que Feuerbach y Marx criticaban, el dios que Nietzsche mataba, era ese dios de los filósofos, ese dios inventado, creado por una razón erigida en juez último de todo. Esa razón se llama a sí misma ilustrada, pero está en realidad ciega para reconocer el Misterio en que toda la realidad consiste. Es verdad, ese dios no puede salvar al mundo. Ese dios es falso. No es el Dios vivo, sino una pobre invención humana, al servicio –al final– de un sistema social y político, al servicio del Estado. Ese sistema hoy agoniza junto con sus dioses. Y los sectores de la Iglesia (desgraciadamente muy amplios) que le han entregado la mente se han vuelto estériles y agonizan con él.
† Javier Martínez
Arzobispo de Granada