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Vida de nuestra vida

Solemnidad del Corpus Christi. Ciclo A

Fecha: 26/05/2005. Publicado en: Semanario Alfa y Omega 452 y en el semanario diocesano de Granada y Guadix, Fiesta 639



Juan 6, 51-58
En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos:
-«Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.»
Disputaban los judíos entre sí:
-«¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?»
Entonces Jesús les dijo:
-«Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él.
El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí.
Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre.»



El cristianismo no es un sistema de afirmaciones sobre Dios, sobre el hombre, sobre la sociedad o sobre el mundo. Tampoco es un sistema de valores. El cristianismo es el encuentro con Cristo vivo, que sucede en la comunión de este pueblo único que se llama Iglesia, donde Él nos da su Espíritu y nos hace partícipes de su vida divina.

Naturalmente, en el don de ese encuentro, y en el seguimiento y el cuidado de ese don que vienen después, se desvela el misterio de Dios, se ilumina la existencia y su destino último –lo que permite conocer el bien y el mal–; se iluminan todas las relaciones humanas y toda la realidad. En el encuentro con Cristo se desvela, sin que quede reducida a categorías previas, sin que pierda su condición de misterio –¡muy al contrario!–, la verdad de Dios, y así también la verdad del hombre y del mundo.

Para quien ha encontrado a Cristo ya no es posible poner entre paréntesis ese dato determinante de su experiencia, ese punto de partida decisivo de su pensamiento, de su deseo y de su acción: ni para pensar el mundo o la vida (una filosofía hecha por cristianos, por ejemplo, que dejase de lado ese dato, aun metodológicamente, no sólo no sería cristiana, al final tampoco sería filosofía, sino pura ideología), ni para ejercer una profesión, ni para amar, ni para el tiempo libre. Quien ha encontrado a Cristo no quiere ni puede dejarlo de lado para nada en la vida, por nada del mundo. Y ser cristiano es que haya sucedido eso.

Claro que, luego, se puede ser torpe en percibir, o frágil para vivir, las implicaciones del encuentro para ciertos aspectos del pensamiento o de la vida. Para eso nos ayuda la enseñanza (la experiencia) de la Iglesia, siempre más fiable que las ideologías o el poder de turno. Y para eso nos ayuda el sacramento del Perdón, con que el Señor cura nuestras heridas. Lo imposible es ser cristiano sin haber encontrado a Cristo. Se podrían tener todas las ideas cristianas, todos los principios de la moral cristiana, toda la visión cristiana del mundo, pero si Cristo no fuera el centro del corazón no sería cristianismo. No lo que fundó el Señor. No el pueblo que nació de su costado abierto. La mayor tragedia de la modernidad ha sido precisamente ésa: el intento utópico de construir un mundo cristiano sin Iglesia y sin Cristo. De construir un cristianismo sin carne.

Esto es lo que Jesucristo quiere decir cuando dice Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Sin pan, sin alimento, la vida humana muere. También nos habla de su cuerpo, de su carne. Por medio del cuerpo, los hombres nos comunicamos y nos damos. La elección de la palabra carne pone una nota sacrificial al don de su vida. Un don que misteriosamente nos alimenta en el cuerpo de la Eucaristía, y nos abraza en el cuerpo de la Iglesia. En el espacio entre la Eucaristía y la comunión de la Iglesia, que remiten la una a la otra, sucede la alegría, vive la Humanidad redimida.


† Javier Martínez
Arzobispo de Granada

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