Santa Iglesia Catedral de Granada
Fecha: 16/03/2008. Publicado en: Boletín Oficial del Arzobispado de Granada. Nº 93. p. 146
Este sobrecogedor relato es un tesoro inagotable. De hecho, los hombres llevamos 2000 años saboreándolo, y recibiendo esperanza y fortaleza de él, y yo creo que apenas arañamos la superficie de ese misterio grande de amor a lo largo de toda nuestra vida.
Sólo voy a señalar un punto que es peculiar de la Pasión según San Mateo. Dice: “Se rasgó el velo de Templo”. El velo del Templo significaba, para el mundo judío, la trascendencia absoluta de Dios. Allí no entraba más que el Sumo Sacerdote, y sólo lo hacía una vez al año, a ofrecer el incienso. Era un lugar prohibido para todos. Absolutamente lo más sagrado que tenía el pueblo de Israel.
Decir que la muerte de Cristo rasga el velo de Templo, significa una relación absolutamente nueva de Dios con los hombres. Dios ha dejado de estar en el más allá. El lugar de Dios ha dejado de ser un lugar prohibido, al que uno sólo se puede acercar con terror. Cualquiera que entrase, incluso un sacerdote, en el Santo de los santos del Templo era castigado con la muerte.
Y ahora el velo se ha rasgado. Los Padres de la Iglesia decían que, al abrir la lanza el cuerpo de Cristo, lo que se ha abierto es el Ser de Dios y su sangre derramada hace que el Cielo y el Paraíso estén accesibles a todos los hombres. Por eso los cristianos somos una raza de sacerdotes, porque desde que somos cristianos, somos hijos de Dios, y no necesitamos ningún proceso largo de iniciación para llegar a donde está Dios. Dios está en nosotros. Dios habita en nosotros. Cantamos el canto de los querubines, el “Sanctus”. El Cielo está en la tierra. No hay que peregrinar hasta el fin del mundo para encontrarLe. Cada uno de nosotros tenemos, por la gracia de Cristo, por la muerte y la resurrección de Cristo, por el don del Espíritu Santo, acceso a Dios. Participamos de la vida de Dios. La vida de Dios nos ha sido dada. Dios no es algo prohibido, escondido, ajeno. Dios está a nuestro lado permanentemente. Y permanentemente significa permanentemente. También cuando no lo merecemos (¡no lo merecemos nunca, Dios mío!). También cuando estamos humanamente solos. También en el enfermo que agoniza, y al que las caricias de su familia ya no son capaces de acompañar, allí está Cristo de nuestra mano. Allí está Cristo con nosotros, sin abandonarnos jamás. Allí está Dios, en nosotros y con nosotros para siempre. Eso es lo que significa algo tan sencillo como que la muerte de Cristo rasgó el velo del Templo.