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Homilía en el Domingo de Resurrección. Misa de los “Facundillos”

Santa Iglesia Catedral de Granada

Fecha: 23/03/2008. Publicado en: Boletín Oficial del Arzobispado de Granada. Nº 93. p. 163



Los mayores me perdonaréis que yo me dirija a los niños, al menos a los más mayores, y los más pequeños ya lo iréis entendiendo.

Yo os había prometido antes deciros por qué la resurrección de Jesús es una alegría para nosotros. Si lo de resucitar Le pasó a Él, ¿por qué es una alegría para nosotros?

¿Vosotros conocéis a alguien que haya resucitado alguna vez? No, ¿verdad? Jesús devolvió a la vida a la hija de Jairo, a Lázaro, pero luego volvieron a morirse. Pero triunfar de la muerte y vivir para siempre, ¿conocéis a alguien al que le haya pasado eso alguna vez? ¿No? Yo tampoco.

Los hombres, desde que somos muy chiquitos, sabemos que nuestro camino termina en una cosa un poquito oscura que se llama la muerte. Y si la vida termina en la muerte es muy triste, ¿verdad? Porque es como si la muerte se lo tragara todo. Y todas las cosas bonitas, el cariño de papá y mamá, los hermanos, las cosas que nos cuenta la yaya, todo lo que hay de bonito en la vida es como si se lo tragara ese pozo y se acabara todo. Y si todo se acaba con la muerte, ¿para qué hay que estudiar?, ¿por qué hay que hacer las evaluaciones? Porque cuesta mucho levantarse los lunes, ¿verdad? Y tiene que venir mamá dos o tres veces y decir: “¡que es la hora del cole!” Y a los diez minutos vuelve y te dice: “¿Todavía no te has levantado? ¡Que es la hora del cole, y te tienes que peinar y lavar la cara!”, ¿no? ¿Y si todo se lo chupa la muerte? Seguro que todos habéis llorado alguna vez. ¿Valdría la pena llorar? No, seguro que no.

Pero Jesucristo, el Hijo de Dios, dijo: “Como los hombres no ven nada más que ese agujero que termina al final, yo me meto por el agujero y bajo a la oscuridad para que vean que lo que hay detrás es una luz preciosa”. Porque lo que hay detrás es realmente nuestra casa. Lo que hay detrás es el Cielo. Y allí están la yaya, y el abuelo, que ya no están con nosotros. Y allí está Dios, que es Quien nos ha dado la vida, y Quien Le ha dado la vida a papá y a mamá, y a todos, y que nos ha puesto un corazón bonito para amar, y unos ojos que ven las cosas bonitas que hay en el mundo.

Cuando Cristo ha resucitado y ha roto el poder de lo oscuro que la muerte tenía, de repente hemos visto un panorama precioso, que es al que estamos llamados, que es lo que nos espera. No hemos nacido para terminar muriendo. Hemos nacido para el Cielo. Y por eso, la resurrección de Jesucristo, que ha abierto ese túnel y nos ha enseñado la luz preciosa que hay detrás, es una alegría grandísima para nosotros, porque ya no es el túnel oscuro lo que nos espera al final, sino el Cielo.

Y en el Cielo está Jesús, que murió. Él pasó por el túnel igual que nosotros. Pero al pasar por el túnel, como Él era Dios, ha roto la oscuridad y se ha llenado el mundo de luz. Y entonces es bonito vivir. Es muy bonito todo. Es muy bonito tener el cariño de papá y mamá, porque además sabemos que no se va a acabar, porque no lo acaba ni siquiera la muerte. Y es muy bonito tener amigos. Es bonito celebrar un cumpleaños. Es bonito levantarse los lunes, o irse al campo los viernes. Es bonito jugar con buenos amigos. Es bonito tener hermanos. ¡Es bonito vivir!

Es bonito vivir porque Cristo ha resucitado. Y si Cristo no hubiera resucitado, vivir no sería bonito. Porque, además, pasa que algunas veces hacemos cosas mal, ¿verdad que sí? Que nos dice mamá: “¡que no te comas la mermelada!” Y tú, a por la mermelada a la nevera. “¡Que no comas más chuches!” Y te pones morado de chuches. O “¡que no le tires de los pelos a tu hermana!”, o “¡que no le quites el boli!” Y os peleáis por el boli, ¿a que sí? Y alguna mentirilla…

Todos hemos hecho alguna cosa regularilla en la vida, y si lo que hemos hecho no lo pudiéramos arreglar nunca… Pero Jesucristo, al romper las puertas de la muerte, también nos ha mostrado que Dios nos quiere con un amor más grande que la muerte y, entonces, todo tiene arreglo. No hay cosa que hayamos hecho mal que no se pueda arreglar. No hay cosa que hayamos hecho mal que Él no nos pueda perdonar. Igual que los buenos padres, aunque nos portemos alguna vez mal, no dejan de querernos, ¿no? Si un día os coméis la mermelada o el petit siuse que os han dicho que no os lo comierais, ¿papá y mamá van a dejar de quereros? ¡No! ¡Claro que no! ¡Sería horrible si dejaran de querernos! Pues el amor de papá y mamá es mucho más pequeñito que el amor de Dios. Así que Dios no deja de querernos nunca. Y eso nos lo ha dado Jesucristo al morir por nosotros y al romper las puertas de la muerte.

Así que tenemos dos motivos preciosos para la alegría. La muerte ya no es lo último. Lo último es el Cielo. Y allí esperamos que estén todos los hombres. Y las cosas que hacemos mal, tampoco tenemos que aguantarnos y llevar su peso a lo largo de la vida. Vosotros habéis vivido muy poquitos años y no sabéis lo que pesan algunas de esas cosas, pero hay algunas de esas cosas que pesan un montón: cosas que hemos hecho mal, que nos hemos portado mal con alguien y ya no lo podemos arreglar porque esa persona ya no está cerca… Y eso pesa mucho, preguntadles a vuestros papás. Y todos llevamos algunos de esos pesos, a veces muy grandes. Y eso es lo que llamamos los pecados. Pero gracias a Jesucristo que vive, cada vez que acudimos a Él nos abraza y nos perdona los pecados. Los que ya habéis hecho la Comunión sabéis lo que es el sacramento de la Penitencia, un abrazo de Jesús que nos perdona las cosas malas que hemos hecho, aunque no las podamos arreglar. Aunque nosotros ya no podamos cambiarlas, el Señor nos perdona. Y es como si volviéramos a nacer cada vez que nos perdona.

¿Hay o no hay motivos para estar contentos? ¿Qué pensáis? ¡Muchos motivos para estar contentos! Un cristiano puede estar contento siempre. Porque el amor de Dios no se acaba nunca. Porque la luz que Él ha encendido sobre nuestras vidas, sobre nuestro trabajo, sobre nuestro corazón, la luz con la que ilumina nuestros ojos nos permite ver todas las cosas como mucho más bonitas. ¿Por qué? Pues porque todas están bañadas con esa luz que Jesús ha abierto. No están bañadas por la oscuridad de la muerte, sino por una luz tan bonita como la de esta mañana, que era preciosa, ¿verdad que sí? Pues mucho más bonita es la luz que el Señor ha encendido en nuestros corazones al resucitar. Así que yo creo que eso se merece un toque de campanas lo más fuerte que podáis. ¡Al ataque!... ¡Qué poco!... ¡No os oigo!... ¡Los de atrás, que no os oigo!... ¡Ya!
Porque Jesús ha vencido a la muerte, está vivo, y podemos hablar con Él, podemos pedirLe que nos perdone, podemos saber que nos quiere… Pero no que nos quiso hace dos mil años, cuando murió, sino que nos quiere ahora, que nos quiere hoy, que nos quiere siempre.

Yo quisiera que cantáramos juntos una canción. Casi todas las canciones de ahora son para los mayores, pero seguro que los niños os sabéis esta canción. ¿Os sabéis “Yo tengo un amigo que me ama”? ¿La cantamos juntos? Porque, si Cristo no hubiera resucitado, no podríamos cantar eso. Se habría muerto hace dos mil años. ¿Cómo íbamos a tener un amigo de hace dos mil años? Pero como ha resucitado, podemos decirLe: “Oye, que sé que me quieres” ¿La cantamos? Y tocáis las palmas al cantarla, aunque tengáis que dejar la campanilla.

Yo tengo un Amigo que me ama, me ama, me ama.
Yo tengo una Amigo que me ama, su nombre es Jesús.


¡Fantástico! Podemos presentarnos a “Operación Triunfo”.

Vamos a proclamar la fe.

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