Santa Iglesia Catedral de Granada
Fecha: 20/04/2008. Publicado en: Boletín Oficial del Arzobispado de Granada. Nº 93. p. 209
Hay cosas en la vida de las que no se puede decir con verdad que suceden a medias. Por ejemplo, o estamos vivos o estamos muertos. O como dice el dicho, una mujer no puede decir que está medio embarazada. O está embarazada o no está embarazada. No hay término medio. O uno ha nacido, o no ha nacido.
Acerca de la maravillosa y sobrecogedora afirmación de Jesús en el Evangelio de hoy, que estamos tan acostumbrados a oír que ni siquiera nos llama la atención, pasa lo mismo. Me refiero a la afirmación “Yo soy el Camino y la Verdad y la Vida”. O es verdad, o es la afirmación de un loco. Y no hay término medio. No se puede decir que es verdad a medias. Si Cristo es la verdad de los hombres, Jesucristo es Dios. Si Cristo no es sólo portador de unas verdades sino que es la Verdad que anhelamos, la que busca nuestra mente constantemente aun cuando parece que buscamos otras cosas, si Cristo es la Verdad, es Dios. Si Él es la Vida, es decir, aquello que anhela nuestro corazón (no sólo el estar vivos, sino a lo que se refiere, la plenitud de vida), esa vida a la que se refería cuando decía “Yo he venido para que tengáis vida y vida abundante” (¿Qué significa eso? Una vida gozosa, una vida plena, una vida que no es una promesa fallida, la frustración de una esperanza no cumplida), si Él es la Vida, es Dios. Y no se puede ser Dios a medias. O lo es, o no lo es.
Y si Jesucristo no es Dios, sino que es un hombre religioso que nos ha enseñado unas maneras de vivir, o incluso un hombre especialmente cercano a Dios, pero simplemente un hombre, no estamos salvados. Y todos los que estamos aquí hoy, vosotros cantando, y nosotros gozando del canto y del domingo, y dándoLe gracias a Dios por el don de su Presencia en medio de nosotros, todos nosotros, somos necios. Si todo consiste en seguir a Jesús porque nos enseñó unas cosas bonitas, para eso no hace falta la Eucaristía ni todo este montaje, ni una catedral, ni una iglesia, ni una relación entre nosotros. Bastaría con distribuir Evangelios por todo el mundo y que todo el mundo los leyese. No se puede decir que es un poquito Dios. O es Dios, o no lo es.
Y no se puede leer el Evangelio (aunque el Evangelio esté escrito por los discípulos de Jesús que creían en Él, como dice San Pablo, que “en Él habitaba corporalmente la plenitud de la divinidad”) arrancando de ellos todas las frases, o las palabras, o las insinuaciones en las cuales Jesús muestra esa pretensión divina, porque no queda nada. Si uno empieza quitar los lugares en los que Jesús da a entender su conciencia (siendo plenamente un hombre, que lloraba, que comía, que tenía sed, que sentía y amaba como un hombre) absolutamente única, no de un profeta, o de alguien que es portador de un mensaje de parte de Dios, sino de ser Hijo de Dios, de ser la plenitud de las promesas hechas a nuestros padres, la plenitud de la esperanza de los hombres, no quedaría una sola frase del Evangelio, os lo aseguro. No quedaría nada de aquél testimonio. (…)
Monición antes de la Bendición Final:
Siempre tengo la sensación de que digo muchas cosas y no digo lo que os quería decir. Lo único que quería deciros es que el cristianismo no es una serie de normas o de reglas a seguir. El cristianismo es Jesucristo. Y en Jesucristo está todo lo que anhelamos, y todo lo que puede hacer bonita la vida. Y la Iglesia es el lugar donde Cristo vive, y eso hace de Ella el lugar más bonito del mundo. El lugar donde Cristo nos acaricia, nos abraza, nos perdona, nos sostiene, nos quiere, nos ama, se llama la Iglesia. Y eso es lo que celebramos todos los días. Y me quedaba con la impresión de deciros demasiadas palabras para algo tan sencillo, y por eso os lo vuelvo a decir, y os lo diré hasta que me muera, si Dios quiere.