Entrevista al semanario Diocesano Fiesta
Fecha: 26/10/2003. Publicado en: Semanario Diocesano Fiesta y Boletín Oficial del Arzobispado de Granada. Nº 66. p. 162
Con motivo del aniversario de la elección de Juan Pablo II como Pastor de la Iglesia, hemos entrevistado a nuestro Arzobispo. D. Javier Martínez nos habla de la importancia de este periodo del pontificado. Y cómo sus enseñanzas iluminan también nuestra vida diocesana.
¿Cómo recuerda usted la elección de Karol Wojtyla como el nuevo Papa?
Yo era un estudiante, y la noticia de su nombramiento me sorprendió en Jerusalén. En aquel momento no conocía nada, ni de él, ni de su pensamiento, ni de su historia. En estos 25 años ha sido mi padre, mi maestro, de lo que significa el ministerio apostólico; pero también de vida cristiana, de lo que significa la fe en Jesucristo para tener una mirada nueva sobre el mundo, sobre la realidad, sobre todo sobre la persona humana.
¿Qué balance podría hacer de estos 25 años?
Es una figura grandísima, inmensa, que ha puesto en juego, sin reservas -como dice su lema “Completamente tuyo”- su vida, su persona, sus cualidades, al servicio de la misión de la Iglesia, concebida según la enseñanza del Vaticano II, según esa nueva conciencia de la Iglesia que ha surgido en torno al Concilio.
Acentuaría sobre todo, en este sentido, su conciencia de que Jesucristo es el bien más necesario para el hombre. El hombre necesita a Jesucristo para vivir una humanidad plena. Eso se ve en acto en su modo de estar en la vida, de dirigirse a la persona humana. Considero que esa es la contribución más grande de su magisterio, y no siempre la más entendida.
Sin duda su ministerio está siendo una apuesta decidida por el desarrollo del hombre, también a través de su defensa de la paz...
El punto clave de su conciencia es ese punto del magisterio del Concilio, al que él ha hecho tantas veces referencia: “al revelar al Padre y su designio de amor, Cristo revela el hombre al hombre”. En esa clave, la vida que la redención de Cristo hace posible tiene que ver con todo en la vida humana, a diferencia de la concepción más dominante, incluso entre los mismos cristianos, de Dios como algo fuera de la realidad, y de la fe en Jesucristo como algo, en el fondo, opcional. Este punto nos invita a superar siglos de confrontación entre la fe cristiana y la humanidad del hombre. Pone de manifiesto que Cristo tiene que ver con todas las dimensiones de la vida: con el trabajo, con la familia, con la construcción de la sociedad, con la política -en el sentido más noble del término-.
Naturalmente, la guerra es una derrota de la humanidad. Y la tarea de la paz no puede estar ausente de la preocupación de un cristiano. Porque a él lo que le mueve es la pasión por la vida plena del hombre que le ha sido dada a él como gracia en Cristo. Y en eso, de nuevo, la figura del Papa es maestra para el tiempo que nos aguarda por delante.
Hablando de este tiempo que llega, que está ante nosotros, la Novo Millennio Ineunte (NMI) ha supuesto una luz para la Iglesia, un programa para esta nueva época. En este documento se habla en repetidas ocasiones de “espiritualidad de comunión”. ¿A qué se está refiriendo Juan Pablo II?
Es una expresión de la genuina identidad cristiana, frente a una antropología de la confrontación que rige, en sus diversas formas, el mundo nacido de la cultura ilustrada: bien sea la confrontación del mercado, bien sea la confrontación de clases sociales o de otros sistemas ideológicos. La espiritualidad de comunión es un signo de la presencia de Dios en el mundo: una de las claves profundas del programa pastoral, de esa especie de testamento pastoral que ha sido la NMI para la tarea y la misión de la Iglesia en el comienzo del milenio.
En ese sentido, también yo he querido que sea como el leit motiv del comienzo de mi ministerio en la Iglesia en Granada. Porque estoy convencido que, según la tradición de la Iglesia, esa espiritualidad de comunión, esa experiencia de comunión es la condición de la fe del mundo. Y la fe es el problema más grave que el mundo tiene en este momento de cara a su propio futuro.
Efectivamente, han sido muchas las ocasiones en las que ha propuesto la “comunión” como punto de referencia para este curso pastoral, pero ¿cómo se puede concretar esta comunión en la vida diocesana?
Es la experiencia de la Eucaristía. En ella todos somos hechos del único Cuerpo de Cristo. En el Credo todos decimos que la Iglesia es una y santa por la presencia del Espíritu de Cristo, el Espíritu de santidad. Es sabernos los unos miembros de los otros. El Papa, cuando describe esa espiritualidad de comunión, la describe como ver en el otro a alguien que me pertenece, es decir, no a alguien cuyo destino y cuya vida no me interesa. Me interesa el destino y la vida de todo hombre. Pero, al mismo tiempo, explica que mi vida, mi salvación, mi plenitud y mi alegría no pueden desentenderse del bien y de la plenitud y la vida del otro, significa que yo pertenezco al otro.
Y significa también el movimiento por el cual yo pongo mi vida en juego por el bien del otro. En eso se realiza ya la plenitud, es decir, en ese “pongo la vida por la vida del otro”. Aquí está el contraste total con la antropología dominante de nuestra cultura, pero que es lo único que puede dar una felicidad grande, plena, verdadera, no prefabricada. Es el modo en el que el hombre puede realizar su ser, su plenitud. Es verdad que eso no es posible sólo con pensarlo, sino que nos es dado como gracia en la comunión de la Iglesia.
Ese dar la vida por el otro como una forma completa de expresar esta Comunión, significa darla por todos, yendo más allá de cualquier distinción...
Claro, el movimiento de comunión, que nace del costado abierto de Cristo, es un movimiento que tiene como horizonte el mundo entero, y que desea el bien de todos. Pone su vida en juego por el bien de todos. Esto está en abierto contraste con las características de la lógica propia del pensamiento ideológico que siempre pone divisiones.
La división existe, no podemos ser ingenuos. Esta vida de comunión hay que desearla, hay que pedirla como Gracia, hay que convertirse al Señor todos los días para pedirle que cambie nuestro corazón de piedra en un corazón de carne.
Hay que tener valor de pedir perdón cuando no hemos superado un obstáculo. Hasta en el acto más pequeño que hacemos, porque así formamos parte de la Iglesia una, desde que nace el sol hasta el ocaso. Y en la Eucaristía, don de Cristo para mí, en el que la sangre de Cristo se derrama por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados.
A la hora de trabajar por superar cualquier distinción, los jóvenes juegan una baza importante. ¿Cómo ve a la juventud de nuestro tiempo?
La juventud está siempre caracterizada por unos deseos muy grandes. Esos deseos son justos, están escritos en nuestro corazón, son unos deseos de infinito, de realización, de plenitud. El mundo que hemos hecho, sin embargo, les invita a no tomarse esos deseos en serio, o se les dice subliminalmente que esos deseos no tienen posibilidad de cumplirse. Por tanto, les invita al cinismo escéptico de mil maneras.
Yo creo que la tarea más importante es que los jóvenes puedan encontrar personas de las que puedan fiarse, personas en las que puedan confiar, como compañeros de camino. Personas que les ofrezcan una indicación, que puedan seguirles. Si las encuentran, la juventud sigue como hemos seguido siempre.
Lo que hay es un enorme déficit de maestros, es decir, de personas con autoridad. Pero no de la autoridad que manda, sino la autoridad que hace crecer, y que el joven puede reconocer. Éste es también uno de los secretos del Papa, y los jóvenes lo reconocen rápidamente como alguien que quiere su bien, alguien que les quiere, que lo que pretende es el bien de sus vidas, que quiere su alegría, su felicidad, y eso encuentra una respuesta inmediata, porque además eso no se puede fabricar.
Dentro de este deseo de responder a las inquietudes de los jóvenes se enmarca la 1ª Peregrinación de jóvenes universitarios al Santuario de la Virgen del Martirio, en Ugíjar, en la Alpujarra. ¿Qué se pretende con esta iniciativa?
Permitir a los jóvenes que puedan participar en este gesto es justamente una experiencia de comunión, una experiencia de estar juntos, de estar juntos de un modo que nos permita reconocer la presencia de Cristo entre nosotros. Y que nos permita reconocer que no somos un conjunto, un colectivo de individuos que están físicamente unos a lado de otros, sino que somos parte de una familia, que somos parte de un Pueblo. En ese Pueblo estamos acompañados por la Presencia buena de Cristo, y por la intersección de nuestra Madre, la Virgen, y ahí se da el milagro de una alegría que no tiene resaca.