Fecha: 16/03/2003. Publicado en: Semanario Diocesano Fiesta y Boletín Oficial del Arzobispado de Granada. Nº 63. p. 254
Queridos fieles de la Iglesia en Granada, queridos granadinos:
Estas primeras palabras mías para vosotros no pueden ser sino una acción de gracias al Señor, que ha querido vincular nuestras vidas. Acción de gracias a quien todo lo hace para el bien de los hombres, para nuestro bien.
Y esa es una primera verdad que yo quisiera gritar, y comunicar, hoy con mis palabras, y cuando esté entre vosotros, con toda mi vida: que Cristo, el Hijo del Dios Vivo, ha asumido nuestra condición y ha venido a nuestra carne para hacerse compañero y amigo de los hombres en el camino de la vida. Hasta el final, hasta al don pleno de sí en la cruz. Hasta más allá de la soledad y el frío de la muerte, de modo que ningún hombre, en ninguna circunstancia, pudiera con razón sentir que es imposible que Dios le comprenda o le ame.
Y todo ello, para comunicarnos su Espíritu, esto es, para que nosotros vivamos, para nuestra alegría.
Precisamente de este modo, Dios se ha revelado como Dios verdadero, infinitamente más grande que nuestras ideas y nuestras imágenes de Él, infinitamente por encima de las posibilidades de nuestras palabras.
Ése es el método por el que Dios ha querido revelarse y comunicarse, darse a nosotros, y así revelar nuestra vocación y nuestro destino, y comunicarnos y hacernos posible vivir la vida verdadera: la libertad gloriosa de los hijos de Dios.
Por eso para la Iglesia no hay otro modo de transmitir la revelación y la redención de Cristo que seguir sus pasos: hacerse Ella misma -como ha dicho tantas veces el Santo Padre- compañera y amiga de los hombres. “El hombre es el camino de la Iglesia”.
Voy a Granada con un corazón abierto, a dar y a gastar mi vida con gozo -como el Señor me ha dado por su misericordia hacer hasta hoy-, por esa vida verdadera que hay en Cristo y en la comunión de la Iglesia, para todos los hombres. Para todos los hombres y para esta vida: para poder vivirla con alegría, y poder dar gracias por todo. Para poder tener gusto por ella -por la vida real, la vida cotidiana, y por toda la vida, y todas sus circunstancias, a veces tan duras-, y para poder amarla, y poder amarlo todo.
Eso parece a veces imposible en el mundo en que vivimos, tan marcado por los intereses y el desamor, por el temor, por la violencia de la mentira y por muchas otras violencias que se derivan de esa primera violencia.
En realidad, amar la vida es siempre un milagro, cuando la vida parece marcada por el mal, la división entre los hombres y la muerte. Pero ese milagro es posible gracias a Cristo, que vive y permanece en la Iglesia “todos los días, hasta el fin del mundo”, fiel en medio de todas nuestras flaquezas. Para testimoniar que ese milagro es posible existe la Iglesia, y existe el ministerio apostólico. Para testimoniar que ese milagro se da, y se da todos los días en la vida de muchos hombres y mujeres, y para ofrecérselo a todos, he sido enviado a vosotros.
Al enviaros este saludo, no puedo dejar de pedir ya a la Virgen de las Angustias, que interceda ante el Señor por todos nosotros, y por la paz en el Medio Oriente y en el mundo.
Os ruego a todos que pidáis por esa paz, que no dejéis de pedir y de ofrecer, y de trabajar por ella en la medida de vuestras posibilidades. No olvidéis que la paz del mundo empieza en el corazón de cada uno.
Y pedid también por mí, para que sea el Pastor que Dios quiere y que vosotros necesitáis.
Os bendigo a todos de corazón.
† Javier Martínez
Obispo de Córdoba y Arzobispo electo de Granada