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Los misioneros, esperanza para el mundo

Carta con motivo del Domund

Fecha: 01/12/1998. Publicado en: Boletín Oficial de la Diócesis de Córdoba, VII-XII de 1998. Pág. 215



En su mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones de este año -el llamado "día del Domund"-, el Santo Padre nos invita a centrar nuestra atención en el Espíritu Santo, tema central del segundo año de preparación para el Gran Jubileo del año 2000. El Espíritu, desde el nacimiento de la Iglesia, ha sido siempre el auténtico protagonista de la misión eclesial, Él es quien urge y posibilita que el designio amoroso de Dios llegue un día a ser universal y total, llegue a todos los hombres y a todo el hombre.

El Espíritu es el gran don del Padre y del Hijo para el mundo entero, la fuerza liberadora, transformadora y santificadora de Dios con nosotros. El Espíritu nos hace hijos del Padre, y herederos con Cristo, el Hijo de Dios, de la vida divina, que empezamos ya a saborear como vislumbre de plenitud aquí y ahora. Él es quien, creciendo en nuestro interior, va conformándonos con Jesucristo, y va creando en nosotros una vida nueva, que se refleja en un modo de estar ante la realidad, un talante, un estilo, un carácter evangélico. Él nos incorpora a Jesucristo de tal modo, que quien le acoge en su vida se convierte en miembro de Cristo, se hace una cosa con Cristo, y su vida viene a ser una imagen viviente de Cristo vivo.

Con el Espíritu Santo, el hombre alcanza el destino para que ha sido creado, que coincide con los anhelos más profundos de su corazón, incluso en medio de este mundo de dolor y de pecado. Con Él lo tenemos ya todo, aunque no sea en la plena visión, sino en esperanza. Pero es una esperanza que "no defrauda", porque se basa en la fidelidad de Dios, verificada en la experiencia del cambio operado en nosotros por el amor de Dios, que ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado (cf. Rm. 5, 5).

Dios quiere comunicar este don a los hombres a través de la Iglesia, que es su cuerpo, plenitud del que lo acaba todo en todos (Ef. l, 23). Ella es, por el don del Espíritu Santo, su nueva creación, la enviada en su nombre. Ella se sabe llamada a ser signo de su presencia e instrumento de su amor. Así, la Iglesia asume como sentido de su vida realizar el designio amoroso de Dios, recapitular todo en Cristo, ofreciendo a todos los hombres el Espíritu Santo de Dios. En efecto, Jesucristo, el "Apóstol", el Enviado, el Misionero de Dios, envía a la Iglesia con su mismo Espíritu, con su misma misión: comunicar a los hombres su amor, la vida verdadera. Jesucristo crea a la Iglesia para ser misionera, enviada, y para llevar al mundo el Espíritu de Dios, y con Él la vida, la gracia, la esperanza.

Propagar la fe, anunciar con el testimonio y la palabra al que es "el Camino, la Verdad y la vida (Jn. 14, 6), es nuestra razón de ser como Iglesia, y la esperanza del mundo. Confesar nuestra fe, contagiarla y comunicarla, es la única salvación de nuestro mundo. Nosotros, Iglesia misionera, estamos convencidos que bajo el cielo no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos (Hch. 4, 12), que sólo Él tiene palabras de vida eterna (cf. Jn. 6, 68).

Todo los años, en Pentecostés, el Papa nos da el Mensaje del Domund para recordar el carácter misionero de la Iglesia, y para urgirnos a una evangelización integral, sin reduccionismos siempre empobrecedores. Una evangelización que asuma como programa sanar lo enfermo, liberar lo oprimido, vivificar lo muerto, fecundar lo estéril, convertir el dolor en bienaventuranza, la muerte en resurrección y vida, y las dificultades y los aparentes fracasos apostólicos en un pentecostés glorioso de fecundidad divina.

En el domingo en que celebramos la Jornada de la Propagación de la Fe, el Papa nos invita a valorarla como la única esperanza del universo; a tomar conciencia de que poseemos a Cristo, la esperanza de la gloria (Col. 1, 27); y por último, a que sostengamos la propagación de la fe de manera generosa y hasta heroica.

Con la celebración del ya tradicional Octubre Misionero se nos ofrece un tiempo de gracia en el que vamos a levantar nuestros ojos al inmenso horizonte del universo, y a la necesidad que el mundo tiene de Cristo, teniendo como objetivo preferencial los más pobres y como distintivo y meta la comunión de vida y amor.

El Octubre Misionero nos recuerda el deber de nuestra aportación a la misión universal de la Iglesia a través de las formas habituales: unos con la ofrenda del dolor y sufrimiento asumidos, conscientes del valor redentor del dolor; todos con la oración confiada y perseverante, la única riqueza fecunda del cristiano; sosteniendo con nuestra aportación económica lo que en nuestro nombre realizan otros hermanos nuestros; y sobre todo, pidiéndole al Señor vocaciones misioneras, jóvenes que con la entrega total de sus vidas estén dispuestos a ir en nombre de toda la Iglesia a las "fronteras" de la fe para convocar y reunir hasta que Cristo sea todo en todos (cf. 1 Cor. 15, 28).

Confiando en vuestra reconocida generosidad, fruto del espíritu misionero que siempre ha animado a nuestra diócesis, pongo la campaña Mundial de Misiones en manos de María -preludio de la Iglesia, su modelo tipo e ideal-, para que Ella, como mediadora de toda gracia, interceda por los misioneros, y por todos los hombres, a fin de que toda la Iglesia viva en cuerpo y alma para la Propagación de la Fe, para la misión que Cristo mismo nos ha confiado: "Id por todo el mundo y anunciad el Evangelio a toda criatura" (Mc 16, 15).

Os bendigo a todos de corazón.

† Javier Martínez
Obispo de Córdoba

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