En el XXV aniversario de su creación
Fecha: 09/09/1998. Publicado en: Boletín Oficial de la Diócesis de Córdoba, VII-XII de 1998. Pág. 219
9 de septiembre de 1998
Queridos hermanos y amigos:
"Bendito sea Dios, Padre de Nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales". En efecto, "Él nos ha destinado en la persona de Cristo, por pura iniciativa suya, a ser sus hijos" (Ef 1, 3-4).
Al celebrar las bodas de plata de vuestra Parroquia, esta alabanza de un precioso pasaje de san Pablo viene espontáneamente al corazón. A través de la vida de la Parroquia, de la comunidad parroquial y del ministerio de los sacerdotes, Jesucristo vivo y resucitado se ha ido haciendo presente en vuestro barrio. La gracia y la misericordia del Señor han estado allí, junto a vosotros, cerca de vuestras familias y de vuestras casas, con toda su fuerza salvadora. La Palabra del Señor llegaba concreta, cercana, para iluminar el camino de la vida. Mediante los sacramentos, Jesucristo os unía a su persona y os permitía vivir "con la libertad gloriosa de los hijos de Dios" (Rom. 8, 21). Por el bautismo y la confirmación, Él iba incorporándoos a su cuerpo, y por la penitencia sanaba en vuestro corazón las heridas del pecado. Por la Eucaristía, sobre todo, "fuente y culmen de la vida cristiana", el Señor se os daba como alimento, como fuerza y compañía para la vida. Y por los demás sacramentos, el Señor iba santificando el amor de los esposos, o el dolor de los enfermos.
Como una prolongación y un fruto de esa presencia eficaz de Cristo en los sacramentos, la comunión entre sacerdotes y fieles, el trabajo pastoral de toda la comunidad parroquial y de sus distintos grupos y carismas, testimoniaba a Cristo como "camino, verdad y vida" (Jn 14, 6) de los hombres, y mostraba en el barrio lo razonable de la esperanza en Cristo y la esplendorosa belleza de la caridad divina. Y así se iba construyendo un pueblo de hermanos, y se hacía patente la misteriosa realidad de la Iglesia como cuerpo de Cristo, esto es, como "un signo e instrumento" de Cristo, que conduce a los hombres a la verdad y a la libertad, porque une a Dios, y crea unidad entre los hombres.
Sí, a través de la vida de la Parroquia de Nuestra Señora de Fátima, Jesucristo, el Hijo de Dios y el único Redentor del hombre, ha estado siempre cerca de vosotros. Cerca de los niños y de los jóvenes, de los ancianos y de los enfermos. Cerca de los esposos y de las familias. Ha compartido los sufrimientos de quienes perdían un ser querido, o se veían postrados por la enfermedad, o no tenían trabajo, o veían destruirse su familia por el alcohol o la droga. Y ha compartido las alegrías de todos, y sobre todo la más grande, que es la de encontrar a Cristo como sostén y fortaleza de la vida. La verdad es que la Parroquia ha crecido con el barrio y puede decirse que, en cierto modo, ha hecho el barrio, en cuanto comunidad de personas y de familias.
Yo celebré la primera Eucaristía en Córdoba en la Parroquia de Nª Sra. de Fátima, al día siguiente de mi entrada en la Diócesis. Posteriormente, he podido celebrar con vosotros la Fiesta de la Virgen de Fátima. Os tengo, por tanto, muy presentes y muy cerca en mi corazón. Al celebrar vuestras bodas de plata, como Pastor de la Diócesis, doy gracias a Dios por todo el bien que el Señor ha hecho entre vosotros por medio de la Parroquia. Doy especialmente las gracias a todos los que han contribuido a su creación, y a su vitalidad actual. A D. José María Cirarda, el obispo que la erigió, y a D. José Antonio Infantes Florido, que ha conducido la vida de la Diócesis durante la mayor parte de estos veinticinco años de vida de la Parroquia. Al párroco que la ha regido todo este tiempo, D. Francisco Muñoz, y a los demás sacerdotes que han colaborado con él, especialmente a D. Rafael Herenas. A los catequistas, y a todas las personas y grupos que han contribuido durante estos años a que la parroquia sea la comunidad viva que es hoy.
A mi acción de gracias se une una súplica, al Señor Jesús y a nuestra abogada e intercesora ante Él, la Virgen María. En este momento de nuestra historia, a las puertas ya del gran jubileo del año dos mil, y del tercer milenio, pido al Señor que la Parroquia sea cada vez más un espacio de plenitud para los hombres, donde se encuentra a Jesucristo vivo, donde se vive cada vez más la novedad siempre fresca del Espíritu Santo de Cristo, y donde la persona humana es siempre amada por sí misma.
Que la Parroquia, en esta andadura que continúa tras la celebración de sus bodas de plata, sea más y más lo que ya es, y lo que está llamada a ser: una comunidad que muestra el rostro de Cristo y ofrece a todos "las insondables riquezas de Cristo" (Ef 3, 8).
Os bendigo a todos de corazón,
† Javier Martínez
Obispo de Córdoba