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«2000 años de misión»

Carta Pastoral para el Día del Domund del Año 2000

Fecha: 22/10/2000. Publicado en: Boletín Oficial de la Diócesis de Córdoba, VII-XII de 2000. Pág. 187



El Papa, en su mensaje para el Domund’2000 nos recuerda cómo la celebración de la Jornada Misionera Mundial, que se celebrará el próximo 22 de octubre del 2000, nos impulsa a tomar renovada conciencia de la dimensión misionera de la Iglesia y nos recuerda la urgencia de la misión «ad gentes», que “atañe a todos los cristianos, a todas las diócesis y parroquias, a las instituciones y asociaciones eclesiales” (RMi, 2). Este año, la Jornada se enriquece de significado a la luz del Gran Jubileo, año de gracia, celebración de la salvación que Dios, en su amor misericordioso, ofrece a la entera humanidad. Recordar los 2000 años del nacimiento de Jesús quiere decir celebrar también el nacimiento de la misión: Cristo es el primero y el más grande misionero del Padre. Nacida con la encarnación del Verbo, la misión continúa en el tiempo a través del anuncio y el testimonio Eclesial. El Jubileo es tiempo favorable, para que toda la Iglesia se empeñe, gracias al Espíritu, en un nuevo impulso misionero.

El lema de este año, «2000 años de Misión», nos invita en primer lugar a tomar conciencia, como dice el Papa en su primera encíclica Redemptor hominis (10), de cómo el hombre no puede vivir sin un amor que responda a la totalidad de las exigencias de su corazón. Por eso necesita de Cristo, debe abrirle su vida para ser plenamente, íntegramente, verdaderamente hombre. Cristo es quien revela al hombre su destino, su grandeza, su dignidad, su verdad.

A la luz de la revelación, y de la redención en Cristo, la persona parece como fin en sí misma, el fin de todo: de la encarnación, muerte y resurrección de Jesucristo, del don del Espíritu Santo, de la Iglesia. Desde ahí se desprende que la Misión entera de la Iglesia tiene como fin el que la persona -cada hombre, cada mujer- pueda reconocer que es amada por sí misma y no en función de otra cosa, que su destino lo determina Dios y no los poderes o circunstancias de este mundo. Y por ello, el hombre es el camino de la Iglesia, por ello la Iglesia debe hacerse compañera de camino del hombre concreto, en su existencia concreta, única.

La Misión consiste en esa compañía que se ofrece al hombre concreto para que pueda llegar a ser lo que en verdad está llamado a ser, y en el fondo de su corazón, quiere ser. Y así la misión consiste en una “ayuda” ofrecida al hombre, porque el Hijo de Dios se hizo carne para hacer posible al hombre lo que no podría conseguir con sus solas fuerzas: “la amistad con Dios, su gracia, la gracia sobrenatural, la única con la que pueden resolverse las aspiraciones más profundas del corazón humano... La Iglesia, anunciando a Jesucristo, verdadero Dios y Hombre perfecto, abre ante cada ser humano la perspectiva de ser “divinizado” y, así, ser más hombre. Este es el único camino mediante el cual el mundo puede descubrir la alta vocación a la que es llamado y realizarla en la salvación obrada por Dios” (Bula IM, 2) (Mensaje del Papa para el Domund’2000). La Misión es una pasión por el hombre, por la verdad y por la libertad del hombre.

El lema «2000 años de Misión» nos invita, en segundo lugar, a levantar los ojos a los inmensos horizontes de la misión, los cuales se presentan en ocasiones bastante sombríos. Por un lado están las dificultades externas: la prohibición, en muchos países, de entrada de misioneros, de evangelización, incluso de conversión y de culto. La libertad religiosa, fundamento de todas las demás, es todavía algo desconocido o prohibido en muchos contextos culturales y políticos.

Junto a estas dificultades, exteriores, por así decir, están las dificultades internas, que son las más dolorosas: la falta fervor, de alegría y de esperanza; la división o los antitestimonios de los cristianos; la debilidad de una fe que trata de acomodarse más y más al mundo, lo que da lugar a la falta de vocaciones de especial consagración, a la descristianización del ambiente, y a la indiferencia religiosa generalizada.

Todo ello sin contar con las dramáticas situaciones de muchos países de misión: pobreza y marginación, esclavitud, violencia, genocidios, emigración, etc.

Pero este panorama, lejos de volvernos pesimistas, debe ser un motivo para reavivar la fe, y la confianza que brota de la fe. Cristo vivo está en medio de nosotros, y quiere comunicar su Espíritu de vida a todos los hombres. Es esa presencia, indefectible y fiel, la que regenera la esperanza.

El lema «2000 años de Misión», por eso, nos invita a celebrar la “Presencia velada” de quién hace posible la Misión, a través nuestra. Pues -como nos dice el Papa en su Mensaje-, en este esfuerzo, el cristiano no está solo. Es verdad que no hay proporción entre las fuerzas humanas y la grandeza de la misión. La experiencia más común y más auténtica es la de no sentirse dignos de tal cometido. Pero también es verdad que “nuestra capacidad viene de Dios, el cual nos ha capacitado para ser servidores de una nueva Alianza” (2Cor 3,5-6). El Señor no abandona a aquél a quien llama a su servicio. “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las naciones... Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,18-20). La presencia continua del Señor en su Iglesia, especialmente en la Palabra y en los Sacramentos, es garantía para la eficacia de su misión. Esta se realiza hoy a través de hombres y mujeres que han experimentado la salvación en la propia fragilidad y debilidad y la testimonian a los hermanos, con la conciencia de que todos somos llamados a la misma plenitud de vida.

No quisiera cerrar esta carta sin unirme a la llamada que hace el Santo Padre a la necesaria y urgente colaboración de todos: Vasto es aún el campo y queda todavía mucho que hacer: es necesaria la colaboración de todos. Nadie, en efecto, es tan pobre que no pueda dar algo. Se participa en la misión en primer lagar con la oración, en la liturgia o en el secreto de la propia habitación, con el sacrificio y la ofrenda a Dios de los propios sufrimientos. Esta es la primera colaboración que cada uno puede ofrecer. Luego es importante no substraerse a la contribución económica, que es vital para muchas Iglesias particulares. Como es sabido, lo que es recaudado en esta Jornada, bajo la responsabilidad de las Obras Misionales Pontificias, es destinado integralmente a las necesidades de la misión universal.

El día del Domund nos recuerda a todos los que somos miembros del pueblo de Dios, del cuerpo de Cristo, desde los niños hasta los ancianos, desde los laicos hasta los religiosos, los presbíteros y los Obispos, que la vida entera de quien ha encontrado a Cristo, en todas las circunstancias, en todo lugar, es misión: esto es, testimonio del bien Infinito que Cristo es para nuestra vida. Y esa misión, que empieza en los más cercanos, tiene como horizonte el mundo entero, hasta que todos los hombres puedan vivir en “la gloriosa libertad de los hijos de Dios” (Rom. 8,21), y nos podamos reconocer hijos del mismo Padre y hermanos unos de otros.

Que María, madre de Dios y madre de todos los hombres, la mujer dócil a la voluntad de Dios y dichosa por su fe, nos enseñe a estar disponibles a la gracia, para que crezca en nosotros el sentido de la misión, esto es, la pasión por la vida de los hombres.

Os bendigo a todos de corazón.

† Javier Martínez
Obispo de Córdoba

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