Fecha: 10/07/2001. Publicado en: Boletín Oficial de la Diócesis de Córdoba, VII-IX de 2001. Pág. 71
Córdoba, 10 de julio del año 2001
Mis queridos sacerdotes:
A lo largo del curso que acabamos de finalizar, -después del intenso año de gracia vivido en el Gran Jubileo del 2000-, es evidente que se abre una nueva etapa en la vida de la Diócesis, como en la de toda la Iglesia. La novedad permanente de la Iglesia, vivificada por el Espíritu del Señor, tiene que afrontar nuevos retos en una situación social y cultural muy distinta de la de hace sólo treinta años. El mismo Espíritu del Señor nos llama insistentemente a esa “nueva evangelización” de la que el mundo tiene tan urgente necesidad. Así lo subraya también la carta del Papa Al comenzar un nuevo milenio (NMI), en la que el Santo Padre ofrece a toda la Iglesia las claves y numerosas orientaciones concretas para la misión de la Iglesia en este nuevo período de la historia, en continuidad con el magisterio del Concilio y con las ricas indicaciones del magisterio pontificio posterior, especialmente de su propio magisterio.
Ya desde el comienzo de este curso, todavía en pleno Año Jubilar, se planteó en el Consejo Episcopal la conveniencia de proponer a la Diócesis, finalizado el Jubileo, unas Orientaciones Pastorales que nos ayudasen a ir afrontando juntos esta nueva etapa, en comunión con lo que “el Espíritu dice a las Iglesias” (Apa 2, 7). A ello nos invita también la misma Carta del Papa, que pide a las Iglesias particulares “formular orientaciones pastorales adecuadas a las condiciones de cada comunidad” (NMI 29). Esa carta ha venido siendo trabajada muy atentamente por los arciprestes en las asambleas mensuales, y en ellas, al hilo de ese trabajo, se ha ido haciendo más patente la conveniencia de una reflexión común sobre la realidad y la misión de la Iglesia en nuestro contexto particular, de modo que yo pueda proponer a toda la Diócesis, al final de ese proceso, unas Orientaciones Pastorales que respondan más a nuestra misión como Iglesia en esta hora del mundo, y que den un nuevo impulso también a nuestro ministerio sacerdotal. En ese proceso de reflexión común y de sugerencias para el pastor de la Diócesis han de participar de algún modo todos los estados de vida que constituimos esta porción del único Cuerpo de Cristo que está en Córdoba: los sacerdotes, por supuesto, como llamados por vocación y por el Sacramento del Orden a colaborar estrechamente con el ministerio del Obispo, y también los religiosos y religiosas, los consagrados, y los fieles cristianos laicos, tanto de las parroquias como asociados en la rica variedad de asociaciones de fieles que hay en nuestra Iglesia.
Como ya todos sabéis, los días 27 y 28 de Junio celebramos en Betania una Asamblea extraordinaria de Arciprestes que tenía como objetivo “compartir con el Obispo nuestras preocupaciones acerca de la misión de la Iglesia hoy, para colaborar en la elaboración de unas orientaciones pastorales diocesanas”. Han sido dos días de una verdadera fraternidad sacerdotal marcada por la sinceridad en la comunicación (sin que la libertad dañase la caridad), por la gracia de la comunión, y por la conciencia de la transcendencia de la misión “en una situación cada vez más variada y comprometida” (NMI 40).
Además de los resultados concretos de la Asamblea, el fruto más inmediatamente apreciado ha sido la esperanza que despertaba en todos nosotros. Esa esperanza ha generado un deseo, compartido por todos, de que los demás sacerdotes sean invitados a participar en una experiencia similar. Por ello, antes de proponer prioridades o acciones concretas que orienten nuestro ministerio, deseo que todos los sacerdotes podáis hacer con vuestros Vicarios Episcopales el mismo trabajo -¡y pido a Dios que con el mismo Espíritu!- que han hecho los arciprestes. En un folio adjunto encontraréis el calendario de vuestras reuniones para el mes de Septiembre y el contenido de las mismas.
Estoy convencido de que las “recetas”, o como dice el Santo padre en su Carta, “las fórmulas mágicas”, no han servido nunca, y menos aún en este cambio de época que nos “fuerza” a mirar de nuevo a nuestra santidad como la primera urgencia pastoral de todas, y a la comunión como el espacio en el que la santidad puede crecer. De esta renovada experiencia de fe y de amor a Jesucristo podrá nacer el ímpetu de los orígenes que necesita también el mundo de hoy. “¡Caminemos con esperanza! Un nuevo milenio se abre ante la Iglesia como un océano inmenso en el cual hay que aventurarse, contando con la ayuda de Cristo” (NMI 58).
Deseo que paséis un feliz verano, que tengáis todo el descanso que podáis y que os permitan vuestras circunstancias, y que lo aprovechéis para preparar bien el inicio de nuestro trabajo en Septiembre. Leed con atención la bellísima carta del Papa. En ella encontraréis, con la gracia del Espíritu Santo, claridad sobre el contenido de nuestro ministerio, sobre las condiciones en las que se encuentra este mundo al que Cristo ama hasta dar la vida por él, y sugerencias para afrontar con esperanza los desafíos que este tiempo plantea a la misión educativa de la Iglesia. “Nos espera una apasionante tarea de renacimiento pastoral. Una obra que implica a todos” (NMI 29).
Quiero despedirme de vosotros hasta Septiembre recordando unas bellísimas palabras del Papa que son la verdadera fuente de nuestra esperanza y que deseo sean la guía de nuestro trabajo común: “No será una fórmula lo que nos salve, pero sí una Persona y la certeza que ella nos infunde: ¡Yo estoy con vosotros!” (NMI 29).
Con mi afecto y mi bendición para cada uno de vosotros,
† Javier Martínez
Obispo de Córdoba