Fecha: 20/04/2002. Publicado en: Boletín Oficial de la Diócesis de Córdoba, IV-VI de 2002. Pág. 319
A LOS SACERDOTES,
A LOS MIEMBROS DE INSTITUTOS DE VIDA CONSAGRADA,
A LOS RESPONSABLES DE COMUNIDADES, MOVIMIENTOS,
GRUPOS Y ASOCIACIONES DE VIDA CRISTIANA.
Queridos hermanos:
Inmersos en este tiempo de Pascua en que la Iglesia hace memoria del triunfo de Cristo sobre la muerte y de su perenne presencia en medio de nosotros, os invito a asociaros a la petición que hago a Dios Padre de Nuestro Señor Jesucristo, de que el Espíritu renueve nuestra fe común en Cristo, a quien todos nosotros, de diferentes modos, hemos consagrado nuestras vidas. El reconocimiento de Cristo en las entrañas de nuestra historia ha sido y es la fuente de nuestra esperanza y también la fuente de nuestra comunión.
Cuando el martes santo, en la Misa Crismal, os hice entrega a todos vosotros de las Orientaciones Pastorales que sirvieran de guía a nuestro testimonio personal y comunitario, ya os anuncié que la Prioridad para el presente año era “Trabajar por crecer en la comunión como modo de vida de la Iglesia y signo de la verdad de la fe para el mundo”. Creo firmemente que este mundo, sacudido por tanta violencia y oscuridad, necesita encontrar a Cristo, única fuente de paz y de amor verdaderos, y que sólo podrá encontrarlo a través del testimonio de los cristianos, y que la eficacia de este testimonio está vinculado al hecho visible de una comunión de todos los miembros de la Iglesia (sacerdotes, vida consagrada y fieles cristianos laicos). Esa comunión sólo es posible si todos los días acogemos el don objetivo de la santidad recibido en el bautismo, y renovamos el deseo de vivir según la santidad de Cristo. Como el Santo Padre nos decía en su carta apostólica, “descubrir a la Iglesia como “misterio”, es decir, como “pueblo congregado en la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”, lleva a descubrir también su “santidad”, entendida en su sentido fundamental de pertenecer a Aquél que por excelencia es el Santo, el “tres veces santo” (NMI, 30).
Con el fin de estimular y acompañar el trabajo personal de cada uno en orden a reavivar la comunión y la santidad en los propios ámbitos, me ha parecido útil organizar tres encuentros diocesanos en los que, todos juntos, miremos los distintos estados de vida, el bien que a través de ellos el Señor quiere hacernos a nosotros y al mundo, y el modo de ayudarnos mutuamente a ser fieles en el camino en que Cristo ha querido elegirnos, de modo que podamos realmente sentir al otro distinto de mí –sea consagrado, sacerdote o laico- “como uno que me pertenece”. No se trata de uniformar lo que el Espíritu ha querido que fuese distinto. “La unidad de la Iglesia no es uniformidad, sino integración orgánica de las legítimas diversidades. Es la realidad de muchos miembros unidos en un solo cuerpo, el único Cuerpo de Cristo” (NMI, 46). Sería oportuno, por esto, que hicierais llegar a los miembros de vuestras comunidades, movimientos, grupos y asociaciones el sentido que tienen estos encuentros.
Para ayudaros precisamente a ello, en el folleto que ahora recibís se describen los pasos que os propongo para el presente año, y su última razón de ser. Podéis distribuirlo ampliamente en vuestros respectivos ámbitos (pidiendo los ejemplares que necesitéis a Secretaría General), y dedicar un poco de vuestro tiempo a comentarlo en las comunidades o en los grupos. El propósito que tienen, tanto las iniciativas de los encuentros como el folleto, es ser un instrumento, una ayuda para recuperar la alegría de la fe y la capacidad de proponer a Cristo incluso a los hombres que ya nada esperan.
El primero de los tres encuentros, en el sábado víspera de Pentecostés, está dedicado a descubrir cada vez mejor la vocación propia de los laicos, sin los cuales sería imposible la evangelización del mundo contemporáneo. También os hemos enviado el cartel de la vigilia de Pentecostés para que lo expongáis en vuestros centros invitando a participar en la medida que cada uno pueda en el encuentro diocesano. El 28 de Septiembre y el 30 de Noviembre tendrán lugar los otros encuentros dedicados a la vida consagrada y al sacerdocio ministerial.
Pedid a María, Madre de la Iglesia y Estrella de la nueva evangelización, que acompañe todos nuestros trabajos y los haga fructificar para la gloria humana de Cristo, y que a nosotros nos mantenga unidos como a hijos de una misma familia.
Con mi afecto y mi bendición.
† Javier Martínez
Obispo de Córdoba