E invitación al Encuentro Diocesano del próximo 28 de septiembre
Fecha: 01/09/2002. Publicado en: Boletín Oficial de la Diócesis de Córdoba, VII-IX de 2002. Pág. 105
A LOS MIEMBROS DE ÓRDENES MONÁSTICAS, CONGREGACIONES RELIGIOSAS, SOCIEDADES DE VIDA APOSTÓLICA, INSTITUTOS SECULARES, Y A QUIENES VIVEN OTRAS FORMAS DE VIDA CONSAGRADA
Queridos hermanos y hermanas:
1. El próximo día 28 de Septiembre, sábado, está toda la comunidad diocesana invitada a participar en un encuentro que nos ayude a tomar una conciencia más cabal de la naturaleza de la vida consagrada, de su significación en la evangelización de los hombres, y del papel eminentemente pedagógico que desempeña para todo el Pueblo de Dios. Este encuentro se enmarca dentro de la prioridad pastoral que he propuesto a la diócesis: la comunión eclesial, con el eslogan tomado de una frase de la Carta Apostólica del Papa Novo Millenio Ineunte: “Sentir al otro como uno que me pertenece” (NMI 43).
2. La celebración del Jubileo del año 2000:
- Ha sido un verdadero acontecimiento de gracia, que ha renovado la fe en Jesucristo como centro del cosmos y de la historia, como plenitud del corazón del hombre. Y ello nos ha sido dado justamente en estos tiempos de confusión e incertidumbre, en los que el hombre pierde la conciencia del valor y del significado de su persona, de la vida y de las cosas.
- En la experiencia del Jubileo muchos cristianos han sentido renacer su esperanza, se han identificado con la invitación del Papa a mirar hacia delante, han recuperado la frescura de la misión con el mismo impulso de los orígenes; un impulso que nace de la conciencia de la gracia recibida, de la compañía poderosa de Cristo en nuestra historia, y de un amor a todos los hombres, sin distinción de razas, lenguas, o religión.
- Tenemos todas las razones del mundo para la esperanza: el Hijo de Dios hecho hombre, ha muerto y ha resucitado para nuestra salvación. Él, rico en misericordia, es el Redentor del hombre. Así lo hemos experimentado en nuestra vida. Y por eso la hemos consagrado a Él, por gratitud y por amor a Cristo, y para el bien de todos los hombres.
3. Es esta experiencia de la fe, vivida en nuestra comunidad diocesana, la fuente de la que han nacido las Orientaciones Pastorales que ofrecí a la Diócesis en la Misa Crismal, y que están guiando las decisiones que, en orden a la misión que me ha sido confiada, estoy tomando como pastor de esta Iglesia. Y tengo una clara convicción: la experiencia de la Iglesia como comunión no es plena si prescindimos o ignoramos la experiencia de la vida consagrada, en sus diversas modalidades. Como tampoco sería plena si no tuviéramos en cuenta la experiencia de la vida de fe de los laicos, o la de los sacerdotes.
La vida consagrada es el testimonio dado al mundo entero, y cotidianamente proclamado mediante la virginidad, de que sólo una cosa es necesaria para todos los hombres, sean cuales sean el “estado de vida” o las circunstancias en que la vida se desenvuelve. Si queremos ser fieles a Jesucristo, o mejor, si nos importa nuestra propia vida, no podemos prescindir de vosotros, elegidos muy especialmente por Jesucristo para encarnar su amor en medio del mundo, y para expresar en el tiempo las primicias de la Redención de Cristo. Os necesitamos para la edificación de nuestra fe, para el fortalecimiento de nuestra esperanza, y para la renovación de las comunidades eclesiales.
4. Y es muy importante dejar claro que os necesitamos, no para que seáis algo distinto de lo que sois, o hagáis algo distinto de lo que el Espíritu ha indicado a través de vuestros fundadores, y la Iglesia ha reconocido. Os necesitamos con vuestro temperamento particular, con vuestro carisma, y con vuestra dedicación a las obras propias que nacen de vuestro carisma, pero sintiéndoos una parte viva e imprescindible de nuestro cuerpo eclesial.
Muchas y luminosas son las indicaciones que tenemos en el Magisterio de la Iglesia para renovar y enriquecer los vínculos que existen entre las diversas comunidades de vida consagrada y la Iglesia diocesana (cf. La Vida Consagrada, 47-52). Más recientemente, la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, invitándoos a acoger las indicaciones del Santo Padre en la exhortación Novo Millenio Ineunte, entre las que destaca la necesidad de la comunión eclesial, os dice en su Instrucción del 19 de Mayo pasado:
“La comunión experimentada entre los consagrados lleva a la apertura más grande todavía con los otros miembros de la Iglesia. El mandamiento de amarse los unos a los otros, ejercitado en el interior de la comunidad, pide ser trasladado del plano personal al de las diferentes realidades eclesiales. Sólo en una eclesiología integral, donde las diversas vocaciones son acogidas en el interior del único Pueblo de convocados, la vocación a la vida consagrada puede encontrar su específica identidad de signo y de testimonio. Hoy se descubre cada vez más el hecho de que los carismas de los fundadores y de las fundadoras, habiendo surgido para el bien de todos, deben ser de nuevo puestos en el centro de la misma Iglesia, abiertos a la comunión y a la participación de todos los miembros del Pueblo de Dios. (...)
Si en otros tiempos han sido sobre todo los religiosos y las religiosas los que han creado, alimentado espiritualmente y dirigido uniones de laicos, hoy, gracias a una siempre mayor formación del laicado, puede ser una ayuda recíproca que favorezca la comprensión de la especificidad y de la belleza de cada uno de los estados de vida. La comunión y la reciprocidad en la Iglesia no son nunca en sentido único. En este nuevo clima de comunión eclesial los sacerdotes, los religiosos y los laicos, lejos de ignorarse mutuamente o de organizarse sólo en vista de actividades comunes, pueden encontrar la relación justa de comunión y una renovada experiencia de fraternidad evangélica y de mutua emulación carismática, en una complementariedad siempre respetuosa de la diversidad” (Caminar desde Cristo, 31).
Todos los estados de vida están llamados a ser una ayuda recíproca que ilumine, corrija y enriquezca la actual relación.
5. ¿Cómo favorecer el encuentro de los distintos “estados de vida” que forman la única Iglesia de Jesucristo que vive en Córdoba?
- Sabemos que la comunión es un don de Dios, no el fruto del consenso entre intereses encontrados. No hay buena voluntad que pueda lograr por sí misma una verdadera comunión. Pero Jesucristo ha entregado su vida para que nosotros podamos vivir la comunión. Y Él la quiere ciertamente para todos los hombres. Pero sólo la conversión a Cristo permite un encuentro verdadero, duradero y fecundo.
- La razón por la que propongo a toda la Iglesia de Córdoba estos Encuentros Diocesanos (el que ha tenido lugar el 18 de mayo para pedir por la vocación y misión de los laicos, y los que tendrán lugar el 28 de Septiembre y el 30 de Noviembre próximos dedicados respectivamente a la vida consagrada y al ministerio sacerdotal), es expresar nuestra acogida existencial al don de la comunión, y pedir enraizar más nuestra vida en ella, para que dé los frutos variados que el Espíritu quiere. De modo que cada estado de vida (consagrado, laico o sacerdote) sienta al otro como uno que le pertenece, y correlativamente, cada uno se sienta pertenecer a los demás. Y todos los fieles cristianos podamos vivir en la diócesis como en nuestra propia “casa”, una única casa que está extendida por toda la tierra. Es tanto, y tan decisivo, lo que está en juego para el bien de cada uno de nosotros, consagrados, en particular, y para el bien de los hombres, que no podemos seguir ignorándonos como si cada uno se bastara a sí mismo.
- El Encuentro del próximo día 28 de Septiembre quiere sobre todo ser una apelación a la libertad de cada cristiano para que dé los pasos que considere oportunos para ir al encuentro de los otros cristianos en sus propias casas, en los barrios, en las parroquias. ¡Y que tome la iniciativa quien primero comprenda, por la gracia de Cristo, la necesidad de afirmar la comunión como condición para la renovación de nuestra vida y para la nueva evangelización! No hay que esperar al 28 de Septiembre para “estar cerca del otro”, y brindarle nuestra ayuda, o intensificarla, o pedir la suya. No hay que aplazar las mil maneras posibles ya de expresar nuestra caridad con los miembros del Cuerpo de Cristo.
6. En los comienzos del tercer milenio, es tarea de todos ayudarnos a recuperar la belleza de la Iglesia que resplandece para el mundo en la verdad de la unidad y de la caridad. La capacidad misionera de la Iglesia depende de precisamente de esto, de nuestra unidad y nuestra caridad. Son el signo más elocuente, el signo insustituible de la presencia de Cristo. Que el Señor, y la intercesión de la Virgen María y de la Iglesia triunfante, con la que también estamos en comunión porque el Espíritu de Dios es Uno, y abraza la historia entera, nos ayuden a todos en esa tarea de recuperación, que pasa para todos por “recomenzar desde Cristo”, por volver a entendernos a nosotros mismos, nuestra vida y nuestra vocación, y a entender al mundo, desde Cristo. En esa recuperación está la posibilidad de la esperanza para el mundo.
A todos os deseo un comienzo de curso, y un curso, lleno de la esperanza y el gozo que nacen del reconocimiento de Cristo.
Con mi afecto y mi bendición para todos,
† Javier Martínez
Obispo de Córdoba