XXIV Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo A
Fecha: 08/09/2005. Publicado en: Semanario Alfa y Omega 463 y en el semanario diocesano de Granada y Guadix, Fiesta 650
Mateo 18, 21-35
En aquel tiempo, se adelantó Pedro y preguntó a Jesús:
-«Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?»
Jesús le contesta:
-«No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.
Y a propósito de esto, el reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así.
El empleado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo:
"Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo."
El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero, al salir, el empleado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo: "Págame lo que me debes."
El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba, diciendo:"Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré."
Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía.
Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: "¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?"
Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda.
Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano.»
Al reconocer que la categoría de perdón es la categoría fundamental de lo real, no se trata de borrar las líneas que separan al bien y al mal. Es verdad que esa estrategia es bastante común hoy, porque borrando esos límites nunca hay ofensa ni responsabilidad, nadie ofende a nadie, y nadie puede ser reprendido ni corregido. Todo el mundo es bueno es un eslogan fácil para enmascarar el desinterés por todo, el relativismo ante la verdad y el bien, el solipsismo desenfadado pero triste de nuestra sociedad. Nada importa nada. Y, sin embargo, incluso detrás de ese eslogan hay también, como en toda afirmación humana, un punto de verdad: el corazón del hombre, el de todos los hombres, está hecho para el bien, no para el mal ni para la mentira.
Al decir esto, soy también consciente de que el nihilismo moral no es sino la otra cara de esas monedas falsas que circulan masivamente desde hace tiempo en el mercado de las concepciones de la vida moral, y que han contaminado dramáticamente la vida social y política de las sociedades modernas. Me refiero a la moralidad y a los valores victorianos, a los intentos kantianos y neo-kantianos de fundamentar racionalmente un simulacro de vida moral, al contractualismo y al utilitarismo. «Lo más parecido a un milagro verdadero es un milagro falso», decía H. De Lubac, y así sucede también con la vida moral: lo que más se parece a una moral verdadera es una moral falsa. Pero los milagros falsos no dan lugar a una fe capaz de florecer humanamente. Y a la moral adulterada de la sociedad secular se la conoce también por sus frutos. En realidad, sólo tiene un único fruto, ácido y venenoso: se llama nihilismo.
Y es que, para el hombre sin Cristo, la categoría última es (quizás inevitablemente) la de la justicia. Y cuando la justicia es decidida por el hombre, al final se impone una ontología del vacío y de la violencia. Esa justicia ya ha llevado, a lo largo del siglo XX, a millones de seres humanos a las cámaras de gas y a los gulags.
Lo dramático es que la moral cristiana es tan desconocida para los mismos cristianos que quienes quieren defenderla frente al nihilismo rampante, en la mayoría de los casos, sólo defienden esas parodias de la moral cristiana que precisamente desembocan en el nihilismo. Y al revés, quienes perciben la mentira de esas moralidades falsas también las identifican con el cristianismo, y luchan contra los dos a la vez. O contra toda vida moral. Así estamos.
Es la hora de volver al centro. El cristianismo, si no quiere resignarse a vivir como una secta, tiene que proponerse a los hombres como la experiencia de un pueblo que vive por gracia, con una inteligencia y una libertad cada vez más grandes, una ontología alternativa: la gratuidad y el perdón como la clave de la vida humana y de toda la realidad. El evangelio de este domingo no es una exhortación piadosa. Revela la trama del mundo, la constitución misma de la criatura, imagen del Dios que es puro regalo, puro don de sí.
† Javier Martínez
arzobispo de Granada