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Las maneras de Dios

XXVI Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo A

Fecha: 22/09/2005. Publicado en: Semanario Alfa y Omega 465 y en el semanario diocesano de Granada y Guadix, Fiesta 652



Mateo 21, 28-32
En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:
-«¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: "Hijo, ve hoy a trabajar en la viña. " Él le contestó: "No quiero." Pero después recapacitó y fue.
Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: "Voy, señor. " Pero no fue.
¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre?»
Contestaron:
-«El primero.»
Jesús les dijo:
-«Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia, y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no recapacitasteis ni le creísteis.»



Nada, que el Señor prefiere mil veces a los que dicen con verdad lo que tienen en el corazón, aunque no sea lo mejor, que a los que pintan el corazón de blanco para que parezca bueno, mientras por dentro está lleno de mentira y podredumbre.
Que prefiere a aquellos cuyas formas son rudas, pero cuyos hechos son verdaderos, que a los sepulcros blanqueados cuyas formas son perfectas, pero cuyos corazones están lejos del amor a la verdad, lejos de Dios.
Que prefiere al pecador que se reconoce como tal y no lo oculta, mil veces antes que al fariseo que daba gracias a Dios por todas las obras buenas que hacía (pensando, naturalmente, que después de hacerlas el balón quedaba en el campo de Dios, obligado ahora por tantas buenas obras).

Lo dijo también en relación con la oración: «No todos los que dicen: Señor, Señor entrarán en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre del cielo». Y en relación con otras cosas: «Señor, Señor, ¿no hemos profetizado en tu nombre, y no hemos expulsado demonios en tu nombre, y no hemos hecho muchos prodigios en tu nombre?» –«No os conozco; apartaos de mí, malvados». Y también lo dijo en relación con el uso de la palabra: «Todo lo que sea más allá del sí, sí, o no, no, proviene del Maligno».

Todos estos aspectos, que nuestro tiempo tendería a despreciar como marginales y poco interesantes, son decisivos para definir la moral cristiana, porque marcan su diferencia constitutiva con respecto a toda otra moral, sea la del mundo pagano antiguo, la de los fariseos del tiempo de Jesús, o la del mundo pagano post-cristiano. Define también la diferencia entre los criterios de la vida cristiana y los de una empresa (la empresa parece ser el único modelo de acción humana, de sociedad y de comunidad que hay en nuestro entorno). La moral cristiana se dirige ante todo al corazón y a la verdad del corazón, no a las apariencias (y, con frecuencia, las obras son apariencias). La moral cristiana mide el deseo; la empresa, sólo la cuenta de resultados. Por eso, la prudencia moral de una acción –señalaba ya santo Tomás de Aquino– no se mide nunca por el éxito que tenga.

Conocí hace tiempo a una mujer joven que vivía en la calle junto con un grupo de marginados: se drogaban, ella tenía el virus y estaba embarazada. También tenía una enorme cicatriz en el vientre, de una puñalada, porque un día un amigo suyo había intentado violarla. Se acercó para pedir ayuda. Nadie en este mundo podría calcular la densidad de aquellas lágrimas, mientras Yésica desgranaba poco a poco, como le dejaban las heridas de su cerebro, su terrible historia. Nadie podría medir la hondura de su deseo de Dios, la verdad y la intensidad de su grito, de su plegaria. Pero yo sé que algún día, a las puertas del cielo, aquella mujer, abrazada finalmente por Cristo, junto a otros millones de niños humillados, intercederá por nosotros, intercederá por mí. Y podremos entrar en el reino de los cielos, gracias a ellos.

† Javier Martínez
Arzobispo de Granadara

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