XXVII Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo A
Fecha: 29/09/2005. Publicado en: Semanario Alfa y Omega 466 y en el semanario diocesano de Granada y Guadix, Fiesta 653
Mateo 21, 33-43
En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:
-«Escuchad otra parábola: Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó la casa del guarda, la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje.
Llegado el tiempo de la vendimia, envió sus criados a los labradores, para percibir los frutos que le correspondían. Pero los labradores, agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro, y a otro lo apedrearon.
Envió de nuevo otros criados, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por último les mandó a su hijo, diciéndose: "Tendrán respeto a mi hijo." Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron: "Éste es el heredero: venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia." Y, agarrándolo, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron.
Y ahora, cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?» Le contestaron:
-«Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores, que le entreguen los frutos a sus tiempos.»
Y Jesús les dice:
-«¿No habéis leído nunca en la Escritura: "La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente"? Por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos.»
La parábola, como todas, es una metáfora desarrollada. Es una historia que habla de otra historia. En este caso, la historia de la que habla es la propia historia de Jesús, enmarcada en la historia de Israel. Vinieron los profetas, vino el Hijo. Vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron. Lo arrojaron fuera de la viña, lo mataron. Pero Dios es fiel. Como diría san Pablo, Dios no retira sus promesas. Por eso, y para siempre, algo nos liga a la tradición de Israel, el pueblo del que nació María, la madre del Salvador. Su historia será para siempre nuestra historia. En su viejo tronco hemos sido injertados, nosotros, los pueblos gentiles, el retoño silvestre.
Y, sin embargo, no deja de ser verdad que la viña, aquella viña que el Amigo de Isaías había plantado, y a la que tenía tantísimo amor, fue dada a otros viñadores. Como decían los cristianos de Oriente en los primeros siglos, estaba la nación (judía), y luego, a partir de Cristo, una nación nueva, hecha de todas las naciones. Antes de Cristo, para encontrar al Dios vivo sólo estaba Israel, el pueblo de la Alianza y de las promesas. Ahora hay una Alianza nueva y eterna, en la sangre de Cristo, que ha sido derramada por vosotros y por todos los hombres, para el perdón de los pecados. Esa Nueva Alianza abraza toda la historia anterior –sin la Antigua, el acontecimiento de Cristo sería ininteligible–, y la abre y la ensancha a todas las culturas, a los confines de la historia humana entera y del cosmos.
La historia de la parábola habla, pues, de Cristo y de Israel, del misterio Pascual y de la Iglesia. Y por eso habla de nosotros. En primer lugar, porque siempre necesitaremos articular de manera justa y adecuada nuestra relación con el pueblo de la Antigua Alianza. Y también necesitamos siempre recordar que estar en la Iglesia es menos una tradición (en el sentido vulgar del término) que una gracia. [Y, desde luego, lo que no es nunca es una tradición local.] Es, en cambio, una gracia, siempre nueva, siempre creativa, siempre sorprendente.
Y, luego, porque la historia que contaba Jesús era una provocación a la libertad de los oyentes, y lo es a la nuestra. Tal vez el pecado de aquellos que no lo recibieron consistió, sobre todo, en creerse que ya lo sabían todo de Dios, y que ahora bastaba con aplicar fielmente las reglas. Y tal vez eso les impedía estar abiertos a la infinita capacidad de Dios de sorprendernos, de darse a nosotros. ¡Oh, ciertamente, Cristo está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo! La Alianza es eterna, la Iglesia permanecerá para siempre. Pero es perfectamente posible que permanezca y que crezca en Indonesia, o en el cinturón del Pacífico. Ya ha pasado en Turquía, y en el Norte de África. ¡Señor, ten piedad! ¡No tengas en cuenta nuestros pecados, sino la fe de tu Iglesia!
† Javier Martínez
arzobispo de Granada