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Dios delante de las narices, o lo divino en la carne

Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo. Ciclo A

Fecha: 17/11/2005. Publicado en: Semanario Alfa y Omega 473 y en el semanario diocesano de Granada y Guadix, Fiesta 660



Mateo 25, 31-46
En aquel tiempo,' dijo Jesús a sus discípulos:
-«Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre, y todos los ángeles con él, se sentará en el trono de su gloria, y serán reunidas ante él todas las naciones.
Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras.
Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda.
Entonces dirá el rey a los de su derecha:
"Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo.
Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme."
Entonces los justos le contestarán:
"Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?»
Y el rey les dirá:  "Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis."
Y entonces dirá a los de su izquierda:
"Apartaos de mi, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, fui forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis. "
Entonces también éstos contestarán:
"Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?"
Y él replicará:
"Os aseguro que cada vez que no lo hicisteis con uno de éstos, los humildes, tampoco lo hicisteis conmigo."
Y éstos irán al castigo eterno, y los justos a la vida eterna.»



Lo divino en la carne. Así podría resumirse el contenido del misterio cristiano, de la gracia. Primero en la Virgen y en la humanidad de su Hijo –Palabra de Dios encarnada en su seno–, luego en la Iglesia, en la que Cristo tiene su morada, y, finalmente, hasta en la creación entera, que «tiene en Él su consistencia», que ha sido «creada por Él y para Él». Por eso, la creación y la Historia tienen en Cristo su centro y su plenitud. Por eso el juicio final –lo definitivo en la vida– no tiene que ver fundamentalmente con el cumplimiento de unas obligaciones rituales, sino con esa liturgia permanente del reconocimiento de Cristo en el otro, en todos los otros, en toda persona humana, y especialmente en el pequeño, en el pobre, en el humillado y destruido, en el necesitado.

¡Oh, no se trata de contraponer el culto cristiano, y la liturgia de la vida! Sin el don de Cristo, sin la Eucaristía y el perdón de los pecados, al final, el otro no es sacramento de nada, termina siendo el infierno de que hablaba Sartre. Y tampoco es que el don de Cristo, la Eucaristía o la comunión de la Iglesia sean un medio, un instrumento o una excusa para otra cosa, aunque esa cosa fuera el amor a los hermanos. No, el don de Cristo es en sí mismo la plenitud incoada. Pero es verdad que la experiencia de ese don, recibido con sencillez donde se da (en la comunión de la Iglesia y en sus sacramentos), cambia el corazón, la mirada y la vida. Y por eso puede decirse que, en cierto modo, la Iglesia, y los sacramentos, y la Eucaristía, existen para educarnos a reconocer a Cristo en todo, en todos los hombres, en todas las circunstancias.

Sin escapatoria, Dios me llama desde el rostro que tengo ante mis ojos, que es siempre imagen suya, sea cual sea su historia y su condición. Me llama para salir de mi cárcel, de mi soledad caprichosa y autista, o de esa cárcel del deseo que se llama capitalismo, en la que se nos quiere hacer creer que la plenitud consiste fundamentalmente en tener cosas, o en poder comprarlas. Desde el otro, Cristo, que previamente se ha hecho don para nosotros, nos da la posibilidad de vivir la verdad de lo que somos, y hacer de nuestra vida una luminosa aventura de donación y de amor.

Ésta es la enseñanza central del evangelio de este domingo. Pero no es la única. La fiesta de Cristo Rey nos recuerda también que la realeza de Cristo es de lo más especial. Porque Él es Señor poniendo la vida por sus siervos. Él es Señor porque «estoy en medio de vosotros como el que sirve». ¡Peculiar señorío! Peculiar también en sus frutos. Porque en servirle a Él está la libertad. Mientras que no sirviendo a este Señor, uno termina siendo esclavo de cualquier señor de este mundo, de cualquier ídolo que te chupará la sangre. Cuando se cae en la cuenta de esto, resulta también que confesar que Cristo es Señor, el único Señor, es mucho menos inocuo de lo que habitualmente creemos.

† Javier Martínez
Arzobispo de Granada

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