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El centro del tiempo y de todo

IV Domingo de Adviento. Ciclo B

Fecha: 18/12/2005. Publicado en: Semanario diocesano de Granada y Guadix, Fiesta 664



Lucas 1,26-38
En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María.
El ángel, entrando en su presencia, dijo:
- «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo; bendita tú eres entre las mujeres.»
Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél.
El ángel le dijo:
- «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.»
Y María dijo al ángel:
- «¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?»
El ángel le contestó:
- «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios.
Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible.»
María contestó:
- «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.»
Y la dejó el ángel.


La principal dificultad del cristianismo para el pensamiento (moderno) está en que ese pensamiento sólo concibe lo universal como lo abstracto, o como aquello que soporta ser repetido indefinidamente con el mismo resultado, como un cálculo o un experimento. Sólo eso es universal, sólo eso es universalmente verdadero. Por eso el pensamiento de Dios se admite en la medida en que cabe en esas "medidas" de la razón moderna: reducido a lo que cabe en nuestra pequeña mente, el hombre tiende a identificar a Dios con la "totalidad" del cosmos, o con el ingeniero que ha "fabricado" esta "máquina" del cosmos, más o menos como el ingeniero que fabricaba los "replicantes" en el film Blade Runner. En ninguna de estas dos hipótesis tiene espesor el misterio, o se le hace justicia. Todo es claro, todo es comprensible, pero finalmente el misterio se ha esfumado. Y con él el valor de la vida y de la realidad entera. Por ello, la tercera posibilidad, que es la que se impone como reacción a las debilidades de las otras dos, es la consideración de Dios como una "abstracción", como una "construcción" o "proyección" de la mente humana.  

Y sin embargo, la pretensión cristiana, el testimonio y el anuncio cristiano, es que ha sucedido un acontecimiento, en un momento de la historia, "en una ciudad de Galilea, llamada Nazaret", que la contiene toda, que la abraza toda: y que constituye su sentido y su verdad última. Así lo expresaba el poeta inglés T. S. Elliot, en Los coros de la Roca:

"Desierto y vacío. Desierto y vacío. Y las tinieblas sobre la faz del abismo.
Entonces vino, en un momento predeterminado, un momento en el tiempo, y del tiempo,
Un momento que no nacía del tiempo, pero en el tiempo, en lo que llamamos "historia": cortando, dividiendo en dos el mundo del tiempo, un momento en el tiempo, pero no como son los momentos del tiempo,  
Un momento en el tiempo, pero el tiempo había sido hecho gracias a aquel momento: pues sin significado no hay tiempo, y aquel momento del tiempo dio el significado".


La mente humana no se habría imaginado nunca los Evangelios, el "Evangelio", "esa" buena noticia. Jamás su esperanza habría podido "predecir" precisamente "esa" historia, tal como la testimonian aquellos hombres que no podían creer, literalmente "lo que habían visto sus ojos y lo que habían oído sus oídos, y lo que sus manos habían tocado". ¡La Vida Eterna ha venido hasta nosotros! Sencillamente, nada, en su cultura, fuera judía o helenística, les disponía a imaginarse un acontecimiento así. El hecho se les impuso poco a poco, tras su encuentro con Jesús, y con mil resistencias por su parte, resistencias que transpiran por todos los poros de los Evangelios y del Nuevo Testamento entero. 

El cristianismo consiste en poder afirmar -en realidad, en poder testimoniar, en uno mismo-, que la plenitud es posible como gracia. Que la plenitud se dio, se ofreció a una muchacha de Nazaret -un pequeño pueblo perdido en una provincia lejana y difícil del imperio romano- , y ella dijo "sí", y la plenitud se hizo carne en ella. Y que luego Él, su Hijo, en quien "habitaba corporalmente la plenitud de la divinidad", pero que debía ser "Palabra" o "Hijo" de Dios, puesto que se dirigía a Dios como a "su Padre",  a través del don de su vida, nos ha hecho accesible a todos su propia plenitud, pues nos ha dado su Espíritu, que hace de nosotros hijos en el Hijo, miembros de la familia de Dios. Esta experiencia, de ser libres, de ser hijos, de "la gloriosa libertad de los hijos de Dios", es la experiencia cristiana, que permanece para nosotros en la comunión de la Iglesia. Por eso, los cristianos de la antigüedad entendieron la Eucaristía como una misteriosa prolongación de la Encarnación. Y por eso la experiencia cristiana no es sólo "contar" una historia que les ha pasado a otros hace dos mil años, sino testimoniar un acontecimiento vivido, un cambio sucedido en la vida, una gracia presente, una plenitud encontrada. El "sí" de María es, será para siempre, el paradigma de lo humano. La vida es gracia, y la plenitud de la vida consiste en acoger a Cristo: la gracia inefable de un amor infinito, hecho carne y compañía para mí en este momento, en esta circunstancia de la historia. 

De la cruz decía S. Pablo que era "escándalo para los judíos, locura para los gentiles". Ese escándalo, esa locura, comenzó en Nazaret, y en Belén. Y en Nazaret como en el Gólogota, el escándalo y la locura lo son de amor, por ti y por mí.  Los hombres no podríamos haber imaginado jamás a Dios amando así: pero una vez que ha sucedido, podemos reconocer con toda la gratitud que cabe en nuestro pequeño corazón, que si Dios es Dios, no podría haberlo hecho mejor, no podría haber sido de otra manera. Aquel fragmento del tiempo lo es todo, porque es el centro y el sentido de cada una de nuestras vidas, de toda la historia, de toda la realidad.

† Javier Martínez
Arzobispo de Granada

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