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La Natividad del Señor

Solemnidad de la Natividad del Señor. Ciclo B

Fecha: 25/12/2005. Publicado en: Semanario diocesano de Granada y Guadix, Fiesta 665-666



Lucas 2, 1-14
Salió un decreto del emperador Augusto, ordenando hacer un censo del mundo entero. 
Éste fue el primer censo que se hizo siendo Cirino gobernador de Siria. 
Y todos iban a inscribirse, cada cual a su ciudad. También José, que era de la casa y familia de David, subió desde la ciudad de Nazaret, en Galilea, a la ciudad de David, que se llama Belén, en Judea, para inscribirse con su esposa María, que estaba encinta.  Y mientras estaba allí le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en el pesebre, porque no tenían sitio en la posada. 
En Aquella región había unos pastores que pasaban la noche al aire libre, velando por turno su rebaño. 
Y un ángel del señor les presentó; la gloria del Señor lo envolvió de claridad, y se llenaron de gran temor. 
El ángel les dijo: “No temáis, os traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: hoy en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor.  Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”. 
De pronto, en torno al ángel, apareció una legión del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo: 
-“Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor”.



Ya desde tu nacimiento, nos desconciertas, nos haces pedazos nuestros pequeños esquemas, derribas de golpe nuestros andamios, penosamente construidos para entenderte, o para entender el mundo. Si eres rey, ¿no podías haber nacido en un palacio? ¿Si eres el Señor, no podía tu nacimiento haber sido celebrado entre los grandes del mundo? 

Y, sin embargo, escogiste nacer en una familia humilde. "¿De Naza-ret puede salir algo bueno?" En un rincón del mundo, en una pequeña aldea de unos doscientos habitantes, perdida en las montañas de Galilea, y fuera de casa, durante un viaje, a causa de un em-padronamiento. Esco-giste lo que nosotros en España llamamos "un portal", pero que es en realidad la antesala de una cueva, de una de esas casas sencillas que eran en realidad cuevas excavadas en la roca, o naturales, adaptadas para vivienda, donde se guardaban también los animales, al calor de una mula y un buey.

Y los primeros que te adoraron, que te reconocieron, tampoco fueron los grandes del mundo. Unos pastores. Para nosotros es tierno, bucólico. Pero el oficio de pastor era uno de los oficios proscritos en el judaísmo del tiempo de Jesús. Quien se hacía pastor, era como si apostatara de la fe judía. ¿No lo recordáis? El hijo pródigo se hizo pastor de cerdos. Lo peor de lo peor.  Nadie entraría a su casa. Eran pecadores públicos. Nunca podrían entrar en la sinagoga. Pero los ángeles vinieron a verles, adonde estaban ellos con sus rebaños. "¡Gloria a Dios en el cielo, y paz en la tierra a los hombres que Dios ama!" ¡A los hombres que Dios ama! Como los Magos. La tradición y la leyenda cristiana ha hecho de ellos reyes. Bien. Pero magos, que es lo único que dice el evangelio, significaba por entonces "astrólogos", y era el nombre que se daba a los que practicaban la religión de Persia, los adoradores del sol, los seguidores de Zaratustra. Se les llamaba "magos" porque los versados en aquella religión eran, por lo general, expertos en el conocimiento de las estrellas, y en aplicar sus movimientos a la historia de los hombres. Así pues, unos pastores y unos magos. Unos proscritos y unos paganos extranjeros. Lo mejor de lo mejor. Realmente, Señor, a la hora de buscar apoyo y fe, no lo has buscado entre los poderosos de la tierra.

Y sin embargo, tu nacimiento es el centro de todo, el corazón del mundo. ¡Qué noche, toda llena de luz! ¡Qué luz ha venido a alumbrar nuestra noche! Sin Ti, todo es oscuridad. Incluso la luz, incluso lo más bello y lo más alegre, lo más gozoso. Porque sin Ti, después de haberte conocido, hasta la vida es muerte. Hasta el amor más grande y más bello -que siempre aspira a la eternidad- lleva, sin Ti, la herida del tiempo, del decaimiento, del morir y del pasar, del desaparecer. Y esa herida duele tanto más, y es tanto más aguda cuanto más bello sea, o haya sido, lo que uno ama, o lo que a uno le da ese amor, tan imprescindible para que la vida sea humana como el aire para respirar. 

Contigo, en cambio, es al revés: todo es nuevo, todo resplandece. Las espadas se vuelven arados, las lanzas, podaderas. Un niño, ¡un niño!, juega con la serpiente. La noche ya no es noche, ni la soledad desesperanza. Ni siquiera la muerte es muerte, ni el sepulcro es ya tal, porque Tú eres la Vida, "que estaba junto al Padre, y se nos ha manifestado". Pero hay un milagro mayor que éste de que el mal haya perdido su veneno y su fuerza. Un milagro todavía mayor, mil veces mayor que éste de que el mal ya no tenga el poder de destruir nuestra alegría o nuestra libertad. Ese milagro es que el bien no duela porque se acaba. Que no sangre la herida de que el bien no dura, porque no es verdad: contigo, el bien, la belleza, la misericordia y el amor, la verdad del amor, la verdad de tu gracia, permanecen siempre, y con ella las cosas brillan, la vida brilla, la luz atraviesa todas las sombras, y la inteligencia se llena de gratitud.

Quien ha experimentado este milagro de los milagros, más grande que las curaciones, más "milagro" que la multiplicación de los panes o la resurrección de Lázaro, no necesita más razonamientos. Su inteligencia sabe -desde que el ser humano accede al uso de la razón-, su inteligencia sabe que esa alegría sin fisuras ni resacas, que esa alegría pura y fresca como una mañana de primavera, que esa mirada agradecida desde las entrañas, no se la puede dar el hombre a sí mismo. Que esa felicidad no es, no puede ser, obra del hombre. Y por eso mismo, la inteligencia sabe -sí, es la inteligencia la que lo sabe- que Cristo vive, y que esa presencia -como la luz- llena de color todas las cosas, y de buen gusto, de un precioso aroma de juego y de alegría, la vida entera.


† Javier Martínez
Arzobispo de Granada

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