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"El desarrollo, camino para la paz"

Carta con motivo de la XLIV Campaña de Manos Unidas, promovida por

Fecha: 23/01/2003. Publicado en: Boletín Oficial de la Diócesis de Córdoba, I-III de 2003. Pág. 169



23 de enero del año 2003


Queridos hermanos y hermanas:

Como desde 1960, “Manos Unidas” Organización no gubernamental para el desarrollo (ONGD), de voluntarios, católica, seglar, sin ánimo de lucro y de carácter benéfico, nos recuerda durante el segundo fin de semana del mes de Febrero, la lucha contra el hambre, la pobreza y el subdesarrollo en el mundo, es decir, a los millones de hermanos nuestros que experimentan estas realidades cotidianamente.

Este año la campaña de Manos Unidas tiene como lema: “El desarrollo, camino para la paz”. Estas palabras quieren ayudarnos a comprender que el verdadero desarrollo de los pueblos, cuando es verdadero, tiende hacia la paz. Es éste un mensaje constante -y muy actual- del Magisterio eclesial, pues «si “el desarrollo es el nuevo nombre de la paz”, la guerra y los preparativos militares son el mayor enemigo del desarrollo integral de los pueblos» (Juan Pablo II, Encíclica Sollícitudo rei socialis, 10). La Iglesia ha destacado el carácter ético y cultural del desarrollo de los pueblos, frente a concepciones meramente economicistas. El desarrollo no es sólo un problema económico, ni son unas frías cifras en unas estadísticas. Es un problema del hombre que interpela a los hombres.

Juan Pablo II nos recordaba al inicio del año, en su Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, que «somos testigos del incremento de una preocupante divergencia entre una serie de nuevos “derechos” promovidos en las sociedades tecnológicamente avanzadas y derechos humanos elementales que todavía no son respetados en situaciones de subdesarrollo: pienso, por ejemplo, en el derecho a la alimentación, al agua potable, a la vivienda, a la autodeterminación y a la independencia. La paz exige que esta divergencia se reduzca urgentemente  y que finalmente  se supere» (n. 5). También el Santo Padre suplicaba «cumplir los compromisos asumidos para con los pobres [...] el no cumplir los compromisos con las naciones en vías de desarrollo constituye una seria cuestión moral y pone aún más de relieve la injusticia de las desigualdades existentes en el mundo» (n. 8). Por esto, Manos Unidas sensibiliza e informa a la opinión pública española y a los órganos de poder de la precaria realidad y la problemática de los países pobres, encauzando la ayuda mediante la financiación de proyectos de desarrollo.

No existe un desarrollo verdadero cuando sólo es para algunos. «El verdadero desarrollo no puede consistir en una mera acumulación de riquezas o en la mayor disponibilidad de los bienes y de los servicios, si esto se obtiene a costa del subdesarrollo de muchos, y sin la debida consideración por la dimensión social, cultural y espiritual del ser humano» (Sollicitudo rei socialis, 9). Lo que frena el pleno desarrollo es el afán de ganancia y la sed de poder, algo que sólo se vence, ayudados por la gracia divina, realizando la entrega por el bien del prójimo, es decir, a “servirlo” en vez de explotarlo y oprimirlo (Cf. Sollicitudo rei socialis, 38). Existen pueblos enteros que aspiran al pleno desarrollo y nos corresponde el deber de ejercitar la solidaridad a favor de ellos. Para esta finalidad Manos Unidas, con nuestra noble y generosa colaboración, financia cada año muchos proyectos de desarrollo en América, África, Asia y Oceanía. Proyectos de todo tipo: sanitarios, agrícolas, educativos, de promoción de la mujer, y sociales en general.

Manos Unidas pide la colaboración a misioneros para que, con su presencia en estos días en la Diócesis de Córdoba, testimonien de primera mano la pobreza (y en muchos casos, de la miseria) en los países del tercer mundo. Son ellos, en su gran mayoría, los que conocen por experiencia propia las necesidades de los lugares en los que llevan a cabo su misión, y los que nos piden la financiación de determinados proyectos de desarrollo para mitigar en algo aquellas necesidades. Ellos son también la garantía de que la “riqueza” primera de la Iglesia no consiste tan sólo ni principalmente en los bienes materiales que damos, imprescindibles cuando se dan las angustiosas situaciones que viven tantos hermanos nuestros, sino en el anuncio de Jesucristo vivo también, y especialmente, en el sufrimiento humano. El amor a Jesucristo es inseparable del amor al hombre en su realidad concreta: “Quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve” (1 Jn 4, 20). Y, al mismo tiempo, hay que recordar que no hay desarrollo verdadero si no se tiene en cuenta las necesidades profundas del hombre en su integridad, porque sabemos que el corazón humano no se sacia tan sólo de cosas materiales. El amor, la compañía, una esperanza que no defraude, la certeza de un significado para la vida que la trascienda, y la certeza de la misericordia de Dios, son también bienes indispensables para los hombres.

Muchas parroquias, asociaciones, colegios, instituciones, empresas, ya colaboran en proyectos concretos, e incluso han contactado con los responsables de estos proyectos, haciéndose así más conscientes de las necesidades reales de los países del tercer mundo. Yo os animo a que iniciativas así se multipliquen.

Hemos de seguir ayudando con generosidad a nuestros hermanos, que nos pertenecen y les pertenecemos, porque Cristo al hacerse hombre se ha unido, en cierto modo, a todo hombre (cf. Concilio Vaticano II, Constitución Gandium et spes, 22). Por esta razón no damos por dar, sino que el motivo ha de ser por amor al hombre, por el que Cristo ha venido y ha hecho posible una humanidad nueva. La ayuda de Manos Unidas está destinada a los hombres con los que se encuentra sin distinción de género, raza, credo, porque todo hombre es imagen de Dios. En el hombre que sufre es Cristo mismo quien sufre, todo sufrimiento humano es, en cierto modo, parte de su pasión, de la pasión del Hijo de Dios. ¡Cuánta riqueza de vida hay en este hecho, en esta verdad, de la que todos los cristianos podemos y debemos ser testigos! ¡Cuánta esperanza para nosotros mismos y para contribuir a la construcción de un mundo más verdaderamente humano!

Os bendigo a todos de corazón,

† Javier Martínez
Obispo de Córdoba

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