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Carta Pastoral con motivo del Día del Seminario

Fecha: 19/03/2003. Publicado en: Boletín Oficial de la Diócesis de Córdoba, I-III de 2003. Pág. 177



San José. 2003


Queridos hermanos sacerdotes;
religiosos y religiosas, consagrados laicos;
miembros de asociaciones y movimientos,
hermandades y cofradías
hermanos y hermanas todos:

Atravesamos el umbral del nuevo milenio, y caminamos con unos inmensos deseos de paz, de comunión y de nuevo espíritu evangelizador. Queremos vivir bajo la voz “¡Duc in altum!”, (“¡Rema mar adentro!”) de Jesús en el Evangelio (Lc 5, 4), que nos recuerda Juan Pablo II en su carta “Novo Millennio Ineunte”, y en la cual nos exhorta:

“Se ha de hacer ciertamente un generoso esfuerzo –sobre todo con la oración insistente al Dueño de la mies (Mt 9, 38)– en la promoción de las vocaciones al sacerdocio y a la vida de especial consagración (...). Es necesario y urgente una pastoral de las vocaciones amplia y capilar, que llegue a las parroquias, a los centros educativos y familias”. (NMI 46).

Con esta invitación a la oración del Santo Padre queremos vivir este año la llegada del Día del Seminario, unido a la fiesta entrañable de San José, “Varón justo” y “Custodio del Redentor”. Me consta cómo nuestra Diócesis ama y lleva en su corazón nuestros Seminarios. En ellos se preparan hoy los futuros sacerdotes que han de servir a nuestras comunidades parroquiales. Y aprovechando esta ocasión, me dirijo a todos vosotros, especialmente sacerdotes, para que reavivéis el carisma que os ha sido dado (cf. 2 Tim 1, 6).

Son las intervenciones del Espíritu Santo, vuestra estima y oración las que producen en todos el reconocimiento del papel central que ejerce Jesucristo en la formación de nuestros jóvenes seminaristas. El Seminario no es tanto un edificio, sino aquella comunidad educativa que promueve el obispo para crear la comunión de vida y de destino apostólico con Cristo, su Maestro. ¡Cuánto debemos valorar el Seminario! En él se reflejan los rasgos de la primitiva comunidad cristiana (cf. Hech 2 y 4). Ésta es una más de las razones por las que debemos amarlo y protegerlo siempre. Nuestro aprecio por él será, finalmente, el mejor termómetro para saber cuánto estimamos y queremos a nuestra Iglesia diocesana.

Algunas de nuestras comunidades parroquiales vienen experimentando el consuelo tan esperanzador que les supone la llegada de un joven sacerdote. Con su entrega apostólica, el pueblo cristiano puede reconocer la esperanza que da al mundo la tarea evangelizadora de todo pastor, e igualmente percibir cómo detrás de cada sacerdote está la preocupación maternal de la Iglesia en su tarea formativa de prepararlo para el ministerio, lo que hace que el sacerdote lleve en su corazón parte del Seminario: no es posible desvincular al Seminario de la caridad pastoral que han de irradiar nuestros presbíteros.

La predicación siempre nueva del Evangelio ilumina el sentido de nuestra vida, ensancha nuestro corazón y nos abre hacia nuevas perspectivas evangelizadoras. “La Iglesia es en Cristo como un sacramento e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano”, (LG 1), por eso puede ayudar al hombre de la cultura “postmoderna” a superar su crisis de sentido y su cerrazón a las grandes cuestiones y proyectos de futuro, en la medida que entre en diálogo personal con Jesucristo a través de la oración, como S. Pablo, tras el inesperado diálogo con Jesucristo en el camino de Damasco... (cf. Hch 22, 7-8).

Fruto de aquel encuentro con Cristo, se suscitó aquella preciosa pregunta de Pablo a Jesús: “SEÑOR, ¿QUÉ QUIERES QUÉ HAGA?” (Hch 22, 10). Con este interrogante se nos abre el lema de la campaña vocacional de este año. Con la oración es posible crear una cultura que proteja la libertad verdadera de la persona, la que permite al hombre vivir como hijo de Dios, no como esclavo. Esta gozosa libertad crece y se protege en un contexto eclesial. Gracias a la Iglesia escuchamos la voz de Dios que nos llama a la plenitud verdadera. Sólo una humanidad verdadera, como la que vivió Jesucristo, puede alcanzar en el hombre la plenitud de su corazón. ¡Éstas son las vocaciones sacerdotales que necesitamos hoy! Con ellas se hace más fecunda la esperanza en el interior de la Iglesia, logrando arrancar la tentación de desánimo o de cansancio ante las dificultades de la Evangelización o ante el envejecimiento de sus presbíteros con el paso de los años. Particularmente se percibe dicha sensación al abordar el problema de las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, tras haber vivido anteriormente épocas más florecientes.

El reciente Sínodo de los Obispos ha presentado a los sucesores de los apóstoles como “Servidores del Evangelio de Jesucristo para la esperanza del mundo”, y ha querido situar al Seminario y a la pastoral vocacional dentro de este ministerio de esperanza:

“El Seminario, como lugar y ambiente comunitario, donde crecen, maduran y se forman los futuros presbíteros, es signo de aquella esperanza de la que vive una Iglesia particular de cara al futuro” (Instrumentum laboris, 90).

A su vez, describe como una de las tareas más importantes del obispo la atención a las vocaciones y el interés por la formación integral de los futuros sacerdotes, según las directrices del Magisterio.

Por esta razón, os quiero animar a que todos asumáis la tarea de ser transmisores de dicha esperanza. Más aún, no dejéis de suscitar nuevas vocaciones a la vida consagrada y al ministerio sacerdotal en vuestras familias y en vuestras comunidades cristianas. Es un don que Dios sigue otorgando a su Iglesia, pero que requiere el concurso y la comunión de todos. No es suficiente la presencia de testigos que “hablen de Cristo, sino que se requiere que lo hagan presente con la vida” (NMI 16). Por este deseo de amar al mundo, Dios Padre sigue eligiendo a jóvenes para que en la Iglesia puedan orar y oír la voz de Dios, de tal manera que puedan discernir y orientar su vida como lo hizo S. Pablo en el encuentro de Damasco.

Ante un mundo tan fragmentado y dividido por tantos intereses deshumanizadores, se hace necesario vivir el don de la comunión. Por eso, el testimonio de la caridad mutua y de la unidad fue mandado por el mismo Cristo a sus discípulos de forma tan persistente (cf. Jn 15, 12; 17,10-11.21) , como si se jugase con ello su credibilidad mesiánica. Cuando la caridad pastoral mueve la vida del sacerdote, éste se hace servidor incondicional de sus hermanos. Servicio que trata de reconocer en el otro el rostro de Dios, manifestado en la acogida como miembro del Pueblo de Dios, que comparte con él sus alegrías y sus sufrimientos al atender sus necesidades más profundas. Éstos son los “signos esperanzadores” que tan ardientemente espera nuestro pueblo. Se trata de construir en nuestros pueblos un “hogar familiar” de reconciliación y una escuela de comunión. Es ésta una de las misiones más bellas de la Iglesia en el mundo. Y éste es el rostro y la tarea de la nueva evangelización que promueve para el Tercer Milenio el mismo Papa Juan Pablo II en su reciente Carta Apostólica (NMI 43). ¡He aquí el corazón de nuestra tarea pastoral!

Es urgente, por tanto, que todas las comunidades parroquiales, las familias cristianas, las asociaciones y movimientos eclesiales fomenten su oración y acompañen la “llamada recibida” de aquellos jóvenes que desean consagrar su vida y entregarla al Señor. Esta preocupación suscitará una profunda unión de los seminaristas con sus grupos de origen. Unión que les mantendrá en un contacto vivo con la realidad y riqueza de la vida diocesana para servirla mejor (cf. PFSM 12 y 121). A su vez, esta relación hará que germine en cada seminarista el aprecio y el cariño efectivo y afectivo a su Diócesis, síntoma y signo inconfundible de la vocación al ministerio del sacerdote secular (cf. PDV 31).

A pesar de las dificultades actuales que tiene toda vocación, nuestra Diócesis sigue recibiendo la visita del Señor con la entrada de nuevos jóvenes a nuestros Seminarios: San Pelagio cuenta con 46 en el Mayor, y 30 en el Menor; además, unos 60 niños y jóvenes que participan en el Preseminario; y, finalmente, 23 en el Redemptoris Mater. Con este balance se puede apreciar la fecundidad de nuestra oración. Por consiguiente, debemos responder con mayor generosidad a la tarea de la “Pastoral vocacional” desde esta perspectiva esperanzadora.

Es todo el pueblo cristiano, no sólo los sacerdotes, quien se ha de preocupar por buscar y promover aquellas vocaciones que deben formarse en nuestros Seminarios. Inquietud pastoral que constantemente nos recuerdan los documentos pontificios (PDV 41; OT 2; PO 11). Todo esfuerzo en esta tarea eclesial será poco. Y no se puede excluir, de ningún modo, nuestra oración insistente “al Dueño de la mies para que envíe obreros a su mies” (Mt 9, 38).

La importancia de esta hora nos obliga a reconocer que Cristo será el centro de la historia si lo seguimos con radicalidad y le dejamos hablar en nuestro corazón. Cuando vivimos su amistad nos transforma en testigos atrayentes para todos los hombres. Y a quien escuche su llamada a seguirle para configurarse con Él, le decimos con todas nuestras fuerzas que no tenga miedo, pues “Cristo se ha unido a todo hombre” (RH 13). Más aún, está en el corazón de todo hombre (cf. RH 8). Esta unión ha sido posible por el Misterio de la Encarnación del Verbo, permitiendo que Cristo hoy siga recorriendo con cada hombre el misterio de su nacimiento, muerte y resurrección. Aquí está la novedad que cada sacerdote realiza diariamente a través de la celebración de los sacramentos. Los presbíteros, haciendo presente a Cristo Cabeza y Pastor de su Pueblo, tienen la capacidad de transmitir la salvación como don supremo del amor de Dios (cf. PDV 82). Es una tarea hermosa y apasionante que requiere la entrega y la donación de todo nuestro ser. Se trata de reconocer que Cristo está vivo y, por consiguiente, sigue amando y pensando con un corazón y una mente de hombre, (cf. RH 7) a través de cada cristiano. Cuando nuestros jóvenes ofrecen toda su vida como respuesta a la llamada del Señor, Él los hace pastores según su corazón (cf. Jer 3, 15).

Sólo me queda agradecer vuestro apoyo económico. Tenemos experiencia de vuestra generosidad, mediante vuestra aportación a la colecta, donativos y fundaciones de becas. El Seminario necesita del esfuerzo de todos para que los futuros sacerdotes gocen de una excelente preparación, y para que ningún joven llamado al sacerdocio por el mismo Jesucristo deje su vocación debido a razones económicas.

Pongamos como intercesora a María Santísima, Madre de Cristo y de la Iglesia. Oremos como Ella, con los discípulos en el Cenáculo, al Espíritu Santo para que proteja y guíe a los jóvenes del siglo XXI, y los haga cada día más fieles y generosos en el servicio fiel a todos los hombres.

Córdoba, 19 de Marzo del año 2003.

† Javier Martínez
Obispo de Córdoba.

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