Charles Péguy
Fecha: 28/07/2008. Publicado en: El pórtico del misterio de la segunda virtud, Ed. Encuentro, Madrid 1991
“Yo mismo me quedo sorprendido, dice Dios.
Mi gracia tiene que tener, en efecto, una fuerza increíble.
Y brotar de una fuente y como un río inagotable.
Desde esa primera vez que brotó, y desde siempre que brota.
En mi creación natural y sobrenatural. Mortal e inmortal.
Desde aquella vez que brotó, como un río de sangre, del costado abierto de mi Hijo.
Qué grande tiene que ser mi gracia y la fuerza de mi gracia para que esa pequeña esperanza,
vacilante al soplo del pecado, temblorosa a cualquier viento, llena de ansiedad al menor soplo,
sea tan invariable, se mantenga tan fiel, tan recta, tan pura; e invencible, e inmortal, e imposible de apagar;
como esa llama pequeña del santuario que arde eternamente en la lámpara fiel.
Una llama temblorosa ha atravesado el espesor de los mundos.
Una llama vacilante ha atravesado el espesor de los tiempos.
Una llama llena de ansiedad ha atravesado el espesor de la noches.
Desde esa primera vez que mi gracia brotó para la creación del mundo.
Desde que mi gracia brota siempre para la conservación del mundo.
Desde esa primera vez que la sangre de mi Hijo brotó para la salvación del mundo.
Una llama inextinguible, imposible de apagar ni con el soplo de la muerte.”