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Cardenal Suquía: La Iglesia ante todo (y sobre todo antes que él mismo)

Nota necrológica ante la muerte de D. Ángel Suquía.

Fecha: 01/07/2006. Publicado en: Escrita en Nazaret en julio del 2006 y publicada en Alfa y Omega



Tal vez ésa ha sido la enseñanza, o el testimonio, más constante, más cotidiano, en los años que el Señor me concedió servirle junto al Cardenal Suquía, en la Archidiócesis de Madrid. Que la vida de un pastor era para la Iglesia, porque era de Cristo.

Su ministerio en Madrid (que es del que puedo hablar) no fue fácil, sin duda. Tras los años del primer post-concilio y de la transición cultural y política en España (la verdaderamente importante fue la primera), era preciso, tal vez en todas las diócesis españolas, un trabajo paciente, pero a la vez claro y firme, de reconstrucción de la Iglesia y de la comunión eclesial, y una recuperación del buen sentido cristiano, que consistía sobre todo en una cierta “liberación” de la Iglesia de dependencias políticas o ideológicas. D. Ángel Suquía hizo esa labor en Madrid, como un buen trabajador de la viña del Señor.

Esas dependencias (políticas, ideológicas) respondían, y en la medida en que aún existen, responden todavía, a lo que el propio Concilio Vaticano II había identificado como “el drama más grande de nuestro tiempo”, a saber, la “separación entre la fe y la vida”. Es ésta una separación que tiene que ver más con una articulación “separada” de la vida “del mundo de la fe” que con la incoherencia moral, aunque de la primera no puede sino generarse y justificarse la segunda. Tal separación ha dominado masivamente y domina aún en gran parte el panorama cultural del catolicismo español, en todas las esferas de la vida, y tanto en ambientes considerados más  “tradicionales” como en otros considerados, o que se llaman a sí mismos, “progresistas”. Esa separación hace que el cristianismo no sea “aplicable” a la vida real si no es mediante un intermediario que se le pide prestado al mundo: una ideología, sea liberal, socialista, nacionalista, o de otro tipo, que ofrecería la interpretación básica de la realidad, a la que luego se superpondría lo propiamente cristiano. Así, “lo cristiano” resulta ser siempre un añadido a lo humano, algo “exterior” a esa interpretación de lo real ya previamente dada, algo opcional, y en último término, irrelevante para la vida. Así, lo cristiano sirve, en el mejor de los casos, como un mundo simbólico residual para quienes aún lo necesitan, o como factor de inspiración y de motivación ética, y siempre para sancionar una ideología, incluso cuando se critica otra. Así, la Iglesia se disuelve en el mundo y lo cristiano se muere, poco a poco.

D. Ángel Suquía, que sin duda no formularía lo que precede de la misma manera, quiso responder a esa situación. Aportaba una sólida educación ignaciana, que le hacía posible llevar a cabo su misión con una fortaleza notable. Esa fortaleza encubría, sin embargo, una humanidad grande, extraordinariamente tierna, que afloraba en su relación de pastor siempre sencilla y fácil con el pueblo cristiano, cuya fe y cuyo afecto supo cuidar y recuperar, y en una caballerosidad exquisita que no era sino el rostro humano de la caridad teologal. Las meditaciones claves de los Ejercicios, como el “Principio y Fundamento”, el “Rey temporal”, los “Tres binarios” y “los Tres grados de humildad”, configuraban su relación con la realidad, casi hasta su personalidad, en un mundo en que Cristo era el centro, y en el que la vida entera era para Él, en el servicio a la Iglesia.

Porque el testimonio más evidente de su vida de pastor era el de su amor a la Iglesia, y su dedicación infatigable a ella. A que tuviera “cuerpo”, a que recuperara su visibilidad. Las necesidades de la Iglesia que se le había confiado pasaban antes que nada. Sin aspavientos, con tanta discreción como firmeza, recuperó para Madrid la procesión del Corpus e inició las celebraciones de la Almudena en la Plaza que está ante la Catedral. Terminó e inauguró, junto al Papa Juan Pablo II, esa misma Catedral, que la Iglesia de Madrid tanto necesitaba. Creó en lo que era la Archidiócesis de Madrid-Alcalá dos nuevas diócesis, en una medida extraordinariamente impopular, sobre todo entre el clero, hasta que se llevó a cabo. Hoy hay tres seminarios, florecientes (cuatro si se cuenta el “Redemptoris Mater”), donde antes sólo había uno. Y el pueblo cristiano puede ser atendido y tener una relación con quien es su cabeza visible que era imposible en  las circunstancias anteriores. Apoyó y sostuvo a los que hoy se llaman “nuevos movimientos y comunidades eclesiales”, y eso, reconociendo, con una humildad muy grande, que él había sido educado en una sensibilidad muy distinta. “Veo –decía–, que hay frutos de santidad, veo que el Papa los apoya. Eso me basta”.

Con alguna frecuencia, en las reuniones con los Obispos auxiliares, rezábamos un “Padre Nuestro” por las personas a quienes, tal vez sin querer o sin darnos siquiera cuenta, los obispos podríamos haber escandalizado. Decía que para un obispo esa oración era muy importante, y que él la hacía siempre.

Que el Señor le haya concedido el descanso eterno, y la recompensa prometida a los buenos pastores.

† Javier Martínez
Arzobispo de Granada

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