Nuestra Señora de las Angustias
Fecha: 23/09/2004
Aunque ahora todo tiende a ser “soft”, y lo correcto es simular que se es feliz, y sonreír, y vivir como si nunca pasara nada, la vida es dura y llena de fatigas. Yo creo que lo es para todos los hombres, porque incluso los que hacen del objeto de su vida evitar el sufrimiento, o tener todos los medios necesarios para que la vida sea fácil, y lo consiguen, luego no saben qué hacer con la vida, ni para qué vale ese esfuerzo, y sufren de otro modo. ¿De qué le sirve al hombre tenerlo todo, si falta un amor que valga la pena, y haber perdido la vida, como Charles Foster Kane en el inolvidable film de Orson Wells?
Al final, las grandes preguntas son éstas: “¿Soy amado por alguien?” Y luego: “¿Ese alguien me ama incondicionalmente? (Porque únicamente ese amor satisface hasta el fondo.) Y finalmente: “¿Hay alguien a quien pedirle perdón?” Sólo una respuesta positiva a estas preguntas da sentido pleno a la vida.
La fe cristiana es la afirmación de que el Hijo del Dios Vivo ha entrado en la historia, y se ha hecho “compañero de camino” de los hombres, de cada uno de nosotros. Y eso ha sucedido para permitirnos responder afirmativamente a esas preguntas, sin lo cual la vida es sólo tristeza y pena (hasta cuando resplandecen el amor y la belleza, porque entonces el dolor es que a ese amor o a esa belleza los desgaste el tiempo, los acabe la muerte). Así, en la Encarnación del Verbo, Dios se ha revelado como el Amor más grande posible por su criatura, el hombre. Cristo ha bebido hasta el fondo el cáliz del dolor y de la soledad humana para que ningún hombre estuviera ya nunca solo en su sufrimiento, y nadie pudiera decir con verdad: “Dios no puede comprenderme, no sabe por lo que estoy pasando”. Para cargar en su muerte con la nuestra, y arrancarle a la soledad del sepulcro el poder de aterrorizar al hombre.
Y junto a Cristo, está su madre. Su madre y nuestra madre, que nos la dio en la cruz, cuando se hizo uno con nosotros hasta el final, y nos entregó su Espíritu. Ella es imagen de la humanidad redimida, ella es nuestro espejo, y ella es nuestra madre y nuestra intercesora.
Es un privilegio tener una madre en el cielo, junto a Dios. Es un privilegio saber que la tenemos. Y es una inmensa gracia saber que la plenitud de la vocación humana –la unión de Dios y el hombre–, no es una utopía, sino un suceso, que se ha cumplido en la Virgen, y que desde ella, se cumple en la Iglesia, y no dejará de suceder, como su Hijo nos ha prometido, “hasta el fin del mundo”. La advocación de la Virgen de las Angustias, tan querida de los granadinos, proclama a los cuatro vientos que, desde la pasión y la resurrección de Cristo, hay un modo de vivir el sufrimiento que, sin eliminar el drama de la vida –es decir, sin suprimir el mayor don que Dios ha dado al hombre en la creación, su libertad–, le quita al sufrimiento su capacidad de dominio sobre el corazón humano, su poder de destruir el amor o la esperanza.
¡Reina y madre de Granada, aumenta nuestra fe! Intercede por nosotros a tu Hijo, para que experimentemos en la vida su impagable compañía y su misericordia sin límites, y nos unamos a él con tal fuera que ningún mal pueda arrancarnos de la certeza de su amor.
† Javier Martínez
Arzobispo de Granada