Editorial
Fecha: 05/11/2007. Publicado en: Semanario Diocesano de Granada y Guadix Fiesta 753
Una niña le enseñaba a su hermano pequeño la Salve. Ella la había aprendido oyéndosela a sus padres. Cuando llegaba la frase, “a Ti llamamos, los desterrados hijos de Eva”, ella decía: “los festejados hijos de Eva”.
Toda la Salve está compuesta desde la conciencia del destierro, “el valle de lágrimas”. Pero también la niña tenía razón. Si traducía así lo que creía oír, es porque veía en su entorno, a pesar de los muchos motivos de dolor que hay en toda vida humana, una alegría más grande. Es la alegría de la redención vivida, del Cristianismo hecho experiencia. Esto es, el Cristianismo como encuentro que cambia la vida, y la llena de gozo y de libertad. Es esta experiencia de libertad y de gozo la que hace razonables la fe, la esperanza y la caridad, es decir, la existencia cristiana tal como es posible vivirla en la comunión de la Iglesia.
La vida cristiana es una experiencia gozosa. Lo habíamos olvidado porque hemos dejado perder la experiencia del sobrenatural verdadero, el encuentro con Cristo que nos introduce en el torrente arrollador de Amor que es el Dios Trino. Ese encuentro genera un espacio existencial nuevo: la comunión sustituye al interés, y la vida anticipa “los nuevos cielos y la nueva tierra”. También lo habíamos olvidado, porque, en buena medida, hemos sustituido la moral cristiana, con su belleza y su libertad incomparables, por sucedáneos: una moralidad estoica, triste y enlutada, hecha de voluntarismo y de esfuerzo, o la no menos triste moralidad kantiana de la pura obligación; o unos “valores” que hoy designan poco más que las preferencias subjetivas de cada cual. Este segundo olvido se deriva del primero. Hace ya mucho tiempo que Cristo había dejado de ser la clave de nuestra plenitud humana, desde quien es posible mirarlo todo con los ojos de Dios. Y amar a todo desde el corazón de Dios.
La vida cristiana es una fiesta. No porque olvidemos el mal, la mezquindad, la opresión y la injusticia que parecen anegar la Historia. Sino porque Dios, que es Amor, revelado en Jesucristo y accesible para nosotros en la comunión de la Iglesia, es infinitamente más grande que todo ese océano. Ésa es la verdadera esperanza para el mundo, y la justificación de nuestra fiesta. Su centro es la Eucaristía, en la que —misteriosa pero verdaderamente— Cristo se nos da siempre de nuevo, nos da su Espíritu, y nos hace un solo cuerpo con Él.
FIESTA inicia una nueva etapa. Quiera Dios que pueda servir mejor a sostener la fe del pueblo cristiano; que muestre la vida profunda y la belleza de la Iglesia; que contribuya a la creación de una opinión pública cristiana; y que, hablando de las cosas de la vida, dé testimonio constante de la gracia de Cristo y de la esperanza en sus promesas.
† Javier Martínez
Arzobispo de Granada