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“Si quieres puedes limpiarme”

VI Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo B

Fecha: 12/02/2006. Publicado en: Semanario diocesano de Granada y Guadix, Fiesta 672



Marcos 1, 40-45
Se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: “Si quieres, puedes limpiarme”. 
Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó diciendo: “Quiero: queda limpio”.  
La lepra se le quitó inmediatamente y quedó limpio.  Él lo despidió, encargándole severamente: “No se lo digas a nadie; pero, para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés”.  
Pero, cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en descampado; y aun así acudían a él de todas partes.



El mundo en que vivimos nos influye hasta cuando reaccionamos contra él porque la reacción, con frecuencia, afecta sólo a ciertos aspectos parciales que contrastan con esa imagen global que toda cultura expresa y transmite. Así sucede cuando se piensa que los totalitarismos son una lacra de la modernidad, una especie de inexplicable patología, y se reacciona fuertemente contra ellos en nombre de una cierta idea de la modernidad, sin caer en la cuenta de que esa modernidad que se esgrime contra el totalitarismo lleva dentro de sí (más o menos activos) todos los gérmenes del cáncer. Igualmente sucede cuando se reacciona fuertemente contra la destrucción sistemática de la mujer, del matrimonio y de la familia que se lleva a cabo en nuestras sociedades, y no se cae en la cuenta de cómo el capitalismo, que sin embargo nadie parece cuestionar, implica necesariamente esa destrucción. La falta de una crítica cultural adecuada –acentuada en el mundo católico por varios siglos de una educación en la que lo “no cristiano”, o lo que quedaba cuando uno abstraía del mundo “lo cristiano” se identificaba con lo “natural”– nos hace extraordinariamente débiles a la hora de proponer alternativas a un mundo que se muere a chorros.

Los dos párrafos que preceden vienen a cuento porque la frase del leproso a Cristo en el evangelio de hoy es revolucionaria. Y lo es, precisamente, porque contrasta radicalmente con la concepción de la vida humana y de la moral que domina en nuestra cultura. En esta cultura, no hay lugar para la gracia, y no lo hay para la súplica, porque no hay a quién suplicar, como no sea a algún funcionario de algún organismo de la administración pública. En esa cultura, la oración se transforma en “reflexión”, en “relajación”, pero la vida no transcurre frente a nadie, ni en la presencia de nadie. Según la imagen dominante de la vida humana, en efecto, que es la imagen de la vida humana que viene de la llamada “Ilustración”, la persona humana, o es una “naturaleza” perfecta, o tiene más o menos “derecho” a serlo (y eso quiere decir, entre otras cosas, que tiene dentro de sí todos los medios e instrumentos necesarios para alcanzar su plenitud, su perfección). En consecuencia, la moral y la educación sólo tienen que ocuparse de desarrollar esas “capacidades” que hay en el hombre. Todo sucede ahí, sólo ahí. El solipsismo de la antropología moderna favorece extraordinariamente al mercado y al Estado, las únicas dos instituciones legítimas en esta cultura, las verdaderas instituciones “religiosas” del mundo moderno, pero es una inmensa mentira. El precio en humanidad, el precio en violencia, en soledad y en sufrimiento que paga el hombre contemporáneo por “adaptarse” mal que bien al mundo configurado según esa miserable imagen de la vida es infinitamente superior a nada que haya producido la disciplina de la vida monástica más exigente, o las torturas de la inquisición.

Poder dirigirse a Cristo vivo, en la comunión de la Iglesia, desde la propia miseria (los propios errores, las circunstancias adversas, las heridas de la vida y el pecado), y decirle: “Si quieres, puedes limpiarme”, o lo que es lo mismo, “Señor, ten piedad”, es, sin embargo, el acto humano por excelencia, el acto que nos abre a la posibilidad de ser en verdad, de ser nosotros mismos. Es un soberano acto de libertad.

† Javier Martínez
Arzobispo de Granada

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