Carta del Arzobispo de Granada
Fecha: 07/11/2004. Publicado en: Semanario Diocesano de Granada y Guadix Fiesta
A los sacerdotes, consagrados y fieles de la Iglesia en Granada.
A todo el Pueblo de Dios. Granada, a 7 de noviembre del año 2004.
¡Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que por medio de Cristo nos ha bendecido con toda suerte de bienes espirituales y celestiales! Cuando miramos el presente y el pasado de la Iglesia de Dios, descubrimos los signos del amor de Dios, de la acción santificadora del Espíritu, de la presencia redentora de Cristo. Esa es la visión de fe con que os invito a volver la mirada hacia la España y la Granada de hace quinientos años para descubrir la grandeza de la vida y de la obra de la Reina Isabel la Católica en el quinto centenario de su muerte.
La historia de la Iglesia en Granada se acerca ya a los veinte siglos. Conocerla y estudiarla es un gozo, y un deber de todos nosotros. Porque aunque en ella descubrimos, como en toda obra de los hombres, límites y miserias, también descubrimos la presencia de Dios, la obra preciosa de la gracia. Y esa es la diferencia. El Santo Padre, con ocasión de la preparación pastoral del Jubileo del año 2000, nos invitó a recuperar nuestra historia para dar gracias a Dios por los bienes recibidos de su infinita bondad en esa historia que es de gracia y de salvación. Una gracia que se hace palpable en valiosos frutos de santidad, en generosos servicios de caridad, en el testimonio de un considerable número de mártires en varios periodos de persecución. Cuando comenzamos el camino del nuevo milenio, también nos invita el Papa a recuperar la memoria de los testigos más significativos de la fe y de la vida cristiana, singularmente los que han realizado su vocación cristiana en el matrimonio.
Echando una mirada hacia atrás descubrimos en un momento decisivo de nuestra historia cristiana la figura de la Reina Isabel la Católica. Hija fiel de la Iglesia, profunda creyente, cristiana de oración constante, modelo de hija, de esposa y de madre, gobernante solícita. Condujo a los pueblos de España, con admirable tino y tesón, a una unidad social y culturalmente fecunda, y nos abrió al horizonte del encuentro, no menos fecundo, con los pueblos de América. Todo en ella estuvo motivado por el propósito de la difusión de la fe.
Y por eso, como expresión del agradecimiento por una figura tan bella de nuestra historia cristiana, en el quinto centenario de su muerte, habrá algunas celebraciones especiales. El día 26 de noviembre, a las 17,30, celebraremos la Eucaristía en la Capilla Real. A las 20 horas, en la misma Capilla Real, la Orquesta de Málaga y la Coral Ciudad de Granada interpretarán un Miserere y un Requiem del compositor y director de la Academia de Bellas Artes, D. José García Román. Finalmente, el día 27, a las 12 del mediodía, celebraremos en la Catedral una solemne Eucaristía en memoria de la Reina, a la que se unirán numerosos Obispos de la Conferencia Episcopal Española, que el día anterior habrán peregrinado al sepulcro del Apóstol Santiago, origen de nuestra fe cristiana en España.
Por esta carta quiero, pues, invitaros a sacerdotes, consagrados y fieles cristianos granadinos a estas celebraciones, y especialmente a la celebración eucarística del día 27.
Granada estaba en el centro de todos los programas de la Reina: en el de la unidad, en el de la evangelización, en el de la expansión de la fe y de la cultura cristianas. Como símbolo de ello quiso confiar sus restos y recuerdos más personales a la Iglesia de esta ciudad. Por eso los cristianos granadinos tenemos una especial deuda de gratitud con ella. Ella hizo posible el renacimiento de la Iglesia en Granada y, casi simultáneamente, adoptó el modelo granadino para la proyección evangelizadora en las tierras nuevamente descubiertas. Con razón Fray Hernando de Talavera, el primer arzobispo de Granada, daba gracias a Dios jugando con las palabras de un Salmo, pues “convirtió a Granada, estéril por las obras de la fe, en madre gozosa de muchas iglesias”.
Las orientaciones de gobierno y de vida personal de la Reina Isabel podrían tener hoy, más allá de prejuicios ideológicos y de lo considerado políticamente correcto, una actualidad sorprendente. Pienso en su preocupación por la unidad, que siempre es un bien para los pueblos y que está puesta hoy en riesgo en nuestra patria por tantas divisiones e intereses de poder. Pienso en la imposibilidad de separar en su vida la fe de los demás aspectos y tareas en que estaba empeñada. Pienso en su sentido de la dignidad de las personas (aun de los adversarios y vencidos), y de la urgencia de la evangelización.
Cuando nos acercamos a lo que fue la vida de la Reina Isabel y a lo que nos transmiten sus leyes, sus cartas, su testamento, se descubre que la Reina es expresión de la posibilidad de una modernidad distinta. En ella, a pesar del contexto histórico tan diverso del nuestro, y de las miserias inherentes a ese contexto, puede verse una humanidad mejor y más plenamente humana que la que se ha desarrollado –incluso dentro de la Iglesia– sobre la base de la llamada “razón secular”, la cual se ha mostrado tantas veces amante de la libertad y tolerante sólo en apariencia. Por eso, la Reina Isabel no es ajena a nuestra situación actual: su memoria nos mueve a dar gracias a Dios por la belleza de su vida, nos impulsa a dar testimonio con fortaleza en el presente, y nos ayuda a abrirnos al futuro con la certeza que brota de la promesa de Cristo. Nuestras circunstancias y nuestros retos no son los mismos que ella tuvo, y nuestras respuestas tampoco podrán ser las mismas que ella dio. Pero su figura, la verdad firme y sencilla de su fe cristiana, vivida íntegramente y sin dobleces, nos estimulan a responder desde Cristo a los que el Señor nos pone a nosotros delante.
Os bendigo a todos de corazón.
† Javier Martínez
Arzobispo de Granada