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Georges Bernanos: Escándalo de la verdad

Traducción de Javier Martínez Fernández

Fecha: 31/07/2008. Publicado en: Semanario Alfa y Omega 604



Todas estas canalladas [de juegos y de compromisos políticos] serían frívolas, a pesar de toda la sangre derramada, si no fuesen el signo material de la abdicación de la Cristiandad. La Cristiandad se calla, Francia se calla, al final es el mismo silencio. Cuando hablo como lo hago, se me toma muchas veces por un anarquista. Si fuese un anarquista, me alegraría de lo bajo que han caído los hombres de orden. Ahora bien, deploro este deterioro, su espectáculo me resulta intolerable. Repito una vez más que no se engaña a los pueblos, que todas esas precauciones oratorias, esos peros y esos como si, o que esas grandes palabras, esas palabras enormes, inmensas, pero que luego no dan a luz más que actos mediocres que luego cada cual puede interpretar como le venga en gana, hacen correr más peligro hoy a la Cristiandad que el que le hicieran correr en otro tiempo las invasiones de los bárbaros. Porque a los bárbaros se les bautiza, pero no creo que a las mentiras se les pueda hacer cristianas, por muy prudentes y oportunas que sean. Tomar la defensa de los judíos y no tener una palabra para los miles de niños asfixiados con el único fin de abrir mercados al Estado italiano, o para los bombardeos de las ciudades abiertas, ¿de qué sirve? Todo el mundo sabe lo que significa eso. Todo el mundo ha comprendido. Que los rojos de España hayan asesinado sacerdotes, eso no sería sino una razón más, una razón determinante para que la Iglesia hubiera emprendido abiertamente la defensa de sus mujeres o de sus hijos inocentes. Cualquier hombre bien nacido comprendería este lenguaje. Pero si algo les falta a los supervivientes degenerados de la cristiandad caballeresca, es el sentido del honor. Yo he pagado caro, más caro de lo que se piensa, el derecho a escribir que no cuento con ellos para nada. Para nada. Espero que unos jóvenes cristianos franceses hagan entre ellos, de una vez para siempre, el juramento de no mentir jamás, incluso y sobre todo, de no mentirle al adversario, de no mentir nunca, bajo ningún pretexto, y menos aún, si es posible, bajo el pretexto de servir a unos prestigios a los que nada compromete tanto como la mentira. A eso hemos llegado. No basta ya con decir: Soy cristiano. Hay que decir: Soy un cristiano que no miente, ni siquiera por omisión, que da la verdad toda entera, sin mutilarla. Que esta nueva caballería empiece por salvar el honor. Y puesto que hasta esta palabra ha perdido su sentido, que empiece por salvar el honor del Honor (de Escándalo de la verdad, Brasil, 1939).

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