Entrevista al Arzobispo entorno a su ponencia en Nottingham sobre el libro del Santo Padre
Fecha: 13/07/2008. Publicado en: Semanario Diocesano Fiesta 789 y Boletín Oficial del Arzobispado de Granada. Nº 95. p. 145
En el marco del Simposio organizado por el Centro para la Filosofía y Teología de la Universidad de Nottingham (Reino Unido) sobre el libro de Benedicto XVI “Jesús de Nazaret”, el Arzobispo D. Javier Martínez ofreció el pasado día 19 una conferencia titulada “Cristo de la historia, Jesús de la fe”. Al Simposio asistieron destacadas personalidades del pensamiento protestante, como John Milbank.
¿Qué importancia y trascendencia tiene su participación, como Arzobispo católico, en un Congreso de estas características, organizado por protestantes?
Eso yo no sé medirlo, y probablemente no debo pretenderlo. Simplemente, de un modo insospechado y no buscado en absoluto, sino como una sorpresa, surgió una amistad con algunas de las personas del mundo anglicano y protestante americano gracias a ciertas preocupaciones mutuas por la misión cristiana en esta sociedad secularizada que se muere a chorros. Esa amistad tuvo ocasión de plasmarse en un encuentro bastante informal, pero lleno de alegría y de esperanza, que tuvimos en Granada en septiembre del año 2005. Luego, el Centro para la Filosofía y Teología de la Universidad de Nottingham quiso celebrar en Granada su segundo Congreso Internacional sobre Fe y metafísica, en el año 2006.
Toda esta historia es, ante todo, la historia de una amistad encontrada, como una sorpresa. Pero, a la luz de mi experiencia sobre cómo Dios hace las cosas, la amistad es el rostro humano de la comunión y, por tanto, esa amistad llena el corazón de esperanza: seguramente nos acerca más a Quien todos buscamos, a Jesucristo, y a la posibilidad un día, si el Señor nos concede esa gracia, de la comunión plena.
Como la comunión es un don de Dios, lo esencial es pedirla, desearla, y pedir el poder “seguir” con fidelidad a lo que el Señor pone delante. Me maravilla, en esto como en tantas otras cosas, darme cuenta cómo basta ese “seguir” las circunstancias en las que el Señor nos pone —seguirle a Él en ellas, amarle a Él abrazándose a ellas, porque Él está en ellas— para ver cómo en la vida propia y en la de los demás suceden milagros, cosas preciosas. Sin embargo, a mí no deja de sorprenderme que un grupo de filósofos y teólogos anglicanos organice un simposio sobre el libro del Papa acerca de Jesús de Nazaret, y que me llamen a mí para dar la Conferencia Inaugural. Son cosas que hace apenas unas décadas hubieran parecido impensables.
¿Podría decirnos el mensaje que, en el contexto en que se desarrolló la ponencia, quiso transmitir a los asistentes?
Fue muy sencilla, y en el fondo no hacía más que subrayar y glosar las afirmaciones metodológicas que hace el Papa en la Introducción a Jesús de Nazaret, y en algunos otros escritos suyos.
Básicamente, se trataba de mostrar, por una parte, que lo que con frecuencia se llama “el Jesús de la historia”, por contraposición al también llamado “Cristo de la fe”, no es más que una construcción ideológica de la modernidad ilustrada o post-ilustrada, para justificar mediante una construcción con el “halo” de lo científico, su rechazo a la fe y a la tradición cristianas. Lo malo de esos libros no es que vayan contra la tradición de la Iglesia, sino que, desde el punto de vista histórico, sean tan malos, y estén tan cargados de ideología moderna. Es casi divertido, si la cuestión no tuviese la trascendencia que tiene, ver cómo las “sucesivas” reconstrucciones “históricas” de Jesús reflejan y responden tan perfectamente a la cultura dominante (moderna) de la que participaban los respectivos autores, o que ellos pretendían promover como alternativa a la tradición de la Iglesia.
Ése es, en el fondo, el problema principal de un libro que se ha difundido mucho recientemente en España, como es el de José Antonio Pagola (igual que el de tantos otros que han tenido las mismas pretensiones antes que él): que son “reconstrucciones” que, aprovechándose del prestigio de que goza entre la gente sencilla la pretensión, típicamente ilustrada, de que uno está haciendo “ciencia histórica”, y como las reconstrucciones que se ofrecen encajan tan perfectamente en las categorías dominantes de la cultura actual, la gente no percibe que lo que se les ofrece no es en absoluto “historia”, sino una construcción humana al servicio de una ideología (por lo general de moda).
En ese sentido, tales reconstrucciones son tan poco “históricas”, que el testimonio de los Evangelios, incluido el de San Juan, es decididamente mucho más “histórico” que ellas.
En realidad, el pensamiento contemporáneo ha puesto de relieve con mucha claridad que la pretensión de una “historia” sin una metafísica, o sin una religión detrás (que es lo mismo), o sin una tradición de referencia, es ella misma un producto cultural propio de una determinada cultura y de una determinada tradición (la cultura y la tradición de la modernidad ilustrada). Esa pretensión es ella misma una metafísica, una religión: eso sí, distinta de la cristiana, pero con mucho menos fundamento en la historia. En realidad, pocos pensadores serios se tomarían en serio tal pretensión a estas alturas del partido, después de las experiencias vividas en los siglos XIX y XX.
Y, sin embargo, y el Papa lo subraya constantemente en el Prólogo, la verdad cristiana está de tal modo ligada a la historia que la Iglesia no puede prescindir en absoluto del estudio y de la investigación histórica.
Por lo tanto, la alternativa a las pretendidas “reconstrucciones históricas modernas” de Jesús no es una lectura o una interpretación “literal” de la Escritura. También eso, que a veces llamamos “fundamentalismo”, es, como tendencia, algo típicamente moderno, igual de “moderno” que las “reconstrucciones históricas”. Y como pregunta el Papa en su libro, al rechazar esta postura: “¿Qué quiere decir ‘literal’?”. No, la Iglesia ni tiene miedo ni rechaza en absoluto todo tipo de investigación histórica, filológica, literaria o lingüística que pueda ayudar a comprender mejor, sea el testimonio de los Apóstoles, o el modo como se constituyeron y formaron los Evangelios. Muy al contrario, la misma fe cristiana exige esa investigación, la reclama.
Lo que está en juego en la verdad o la mentira de la tradición cristiana (la esperanza del mundo y la de cada uno de nosotros) es demasiado grande como para censurar ninguna pregunta, ninguna dificultad, ninguna objeción. Al contrario, y precisamente en cuanto cristianos, queremos más que nadie ir hasta el fondo de ellas. Lo único que la Iglesia pide es una mayor honestidad racional en esa historia. Dicho de otro modo, para que un estudio o una “aproximación” sean realmente “histórica” tiene que renunciar a juzgar los testimonios históricos desde la medida, las categorías y los prejuicios (religiosos, filosóficos, ideológicos) de una cultura tan diversa de la de los mismos testimonios y tan inconmensurable con ella como es la cultura moderna.
El resultado de semejante trabajo no puede no ser sino anacrónico. Dicho de una forma más sencilla: una verdadera ciencia histórica, hoy, para que pueda ser considerada verdaderamente ciencia, tiene que ser mucho menos pretenciosa, y mucho más consciente de sus propios presupuestos filosóficos y teológicos implícitos, esto es, de sus propios límites. En resumen, el “Jesucristo” de los Evangelios y de la tradición cristiana es mucho más “histórico”, mucho más científico, que el supuesto “Jesús de la historia” del libro de Pagola (y de otros semejantes), que, en el mejor de los casos, no nos cuenta más que la fe de Pagola.
Redacción de Fiesta