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Triunfo de la Cruz

Domingo de Ramos. ciclo B

Fecha: 09/04/2006. Publicado en: Semanario diocesano de Granada y Guadix, Fiesta 680



Pasión de Nª Señor Jesucristo: Marcos 15,1-39 Apenas se hizo de día, los sumos sacerdotes, con los ancianos, los escribas y el Sanedrín en pleno, se reunieron, y, atando a Jesús, lo llevaron y lo entregaron a Pilato. Pilato le preguntó: «Eres tú el rey de los judíos?». El respondió: «Tú lo dices». Y los sumos sacerdotes lo acusaban de muchas cosas. Pilato le preguntó de nuevo: «¿No contestas nada? Mira cuántos cargos presentan contra ti». Jesús no contestó más; de modo que Pilato estaba muy extrañado. Por la fiesta solía soltarse un preso, el que le pidieran. Estaba en la cárcel un tal Barrabás, con los revoltosos que habían cometido un homicidio en la revuelta. La gente subió y empezó a pedir el indulto de costumbre. Pilato les contestó: «¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?». Pues sabía que los sumos sacerdotes se lo habían entregado por envidia. Pero los sumos sacerdotes soliviantaron a la gente para que pidieran la libertad de Barrabás. Pilato tomó de nuevo la palabra y les preguntó: «Qué hago con el que llamáis rey de los judíos?». Ellos gritaron de nuevo: «iCrucifícalo! ». Pilato les dijo: «Pues ¿qué mal ha hecho?». Ellos gritaron más fuerte: «¡Crucifícalo!». Y Pilato, queriendo dar gusto a la gente, les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran. Los soldados se lo llevaron al interior del palacio -al pretorio- y reunieron a toda la compañía. Lo vistieron de púrpura, le pusieron una corona de espinas, que habían trenzado, y comenzaron a hacerle el saludo: «¡Salve, rey de los judíos!». Le golpearon la cabeza con una caña, le escupieron; y, doblando las rodillas, se postraban ante él. Terminada la burla, le quitaron la púrpura y le pusieron su ropa. Y lo sacaron para crucificarlo. Y a uno que pasaba, de vuelta del campo, a Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo, lo forzaron a llevar la cruz. Y llevaron a Jesús al Gólgota (que quiere decir lugar de «la Calavera»), y le ofrecieron vino con mirra; pero él no lo aceptó. Lo crucificaron y se repartieron sus ropas, echándolas a suerte, para ver lo que se llevaba cada uno. Era media mañana cuando lo crucificaron. En el letrero de la acusación estaba escrito: «El rey de los judíos». Crucificaron con él a dos bandidos, uno a su derecha y otro a su izquierda. Los que pasaban lo injuriaban, meneando la cabeza y diciendo: «¡Anda!, tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo bajando de la cruz». Los sumos sacerdotes con los escribas se burlaban también de él, diciendo: «A otros ha salvado, y a sí mismo no se puede salvar. Que el Mesías, el rey de Israel, baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos». También los que estaban crucificados con él lo insultaban. Al llegar el mediodía, toda la región quedó en tinieblas hasta la media tarde. Y, a la media tarde, Jesús clamó con voz potente: «Eloí, Eloí, lamá sabaktaní». Que significa: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». Algunos de los presentes, al oírlo, decían: «Mira, está llamando a Elías». Y uno echó a correr y, empapando una esponja en vinagre, la sujetó a una caña, y le daba de beber, diciendo: «Dejad, a ver si viene Elías a bajarlo». Y Jesús, dando un fuerte grito, expiró. El velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. El centurión, que estaba enfrente, al ver cómo había expirado, dijo: «Realmente este hombre era Hijo de Dios».



Abismo de misericordia. El amor más grande y “más fuerte que la muerte” se revela y se nos da en la breve historia de estos días. A simple vista, mirado desde fuera, no hay en ella sino una víctima más de las pasiones humanas. Un derrotado, un vencido, por las pasiones comunes que parecen dominar la historia. La pasión por el dinero de Judas. La fragilidad de quienes habían visto sus signos, y percibían de algún modo a Dios en los gestos y en las palabras de Jesús, pero ante el miedo de perder unas relaciones que podrían serles ventajosas le dieron la espalda. El “celo” de quienes no eran capaces de acoger la novedad que traía y era Jesús, de quienes no toleraban que Jesús cuestionase su rígida visión de Dios y del mundo, de quienes no podían prescindir de sus prejuicios. Los pequeños intereses políticos de Pilato, de Herodes, de los sumos sacerdotes. Un “tema” que se va de las manos, y que obliga a recurrir a testigos falsos. Una multitud voluble, que ensalza el Domingo de Ramos, y grita “¡Crucifícale!” la madrugada del Viernes Santo. Y, finalmente, Jesús es condenado a muerte, y quitado de en medio.

¿Hay algo en esta historia que no podamos reconocer en millones de seres humanos? Desde los “niños humillados” de que hablaba Bernanos, hasta las parejas y los matrimonios cuyas relaciones están llenas de violencia día a día, hasta los ancianos “abandonados” en  una residencia, o las víctimas sacrificadas en la vida laboral por quienes sólo viven para “triunfar” en su carrera, o para ganarse la preferencia de su jefe. Y también las “otras” víctimas: las víctimas silenciosas del aborto, y los jóvenes destruidos por la soledad, el alcohol, el mal uso del sexo y la droga, o las víctimas de las florecientes industrias de la prostitución y de la explotación de seres humanos, especialmente extranjeros, o de la renaciente esclavitud, y las víctimas del  terrorismo y de las guerras. La lista podría seguir en un largísimo etcétera donde entra, al final, todo ser humano, porque todos sucumbimos al pecado y a la muerte. ¿Qué tiene, pues, la pasión de Cristo que la haga diferente a tu vida o a la mía? ¿Qué celebramos en Semana Santa?

“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Aquel sufrimiento no era algo sobrevenido, por la espalda, como por sorpresa. El dolor y la pasión habían sido ya asumidos en la Encarnación. No eran sino su consecuencia última. El dolor seguía siendo dolor, por supuesto, y nosotros no podemos ni imaginar el dolor de Dios, porque no podemos imaginarnos su amor. Pero era el mismo amor que le había llevado a asumir nuestra condición el que le llevaba a la pasión. Ya lo había dicho antes: “Nadie me quita la vida, yo la doy porque quiero”. Y también: “No hay mayor amor que éste de dar la vida por aquellos a los que uno ama”. El mal y la muerte vinieron a por Jesús igual que vienen a por todos nosotros. Vinieron a devorarle, a destruirle. Pero fue el Amor infinito quien los devoró a ellos. “Ahora el Príncipe de este mundo va a ser echado fuera”. Fue destronado. Fue echado fuera. Ya no es él quien gobierna el mundo, quien tiene la palabra definitiva. Porque desde Cristo hay en la historia un amor más poderoso que nuestro pecado, que nuestra muerte. Hasta en la cruz, hasta en el fracaso, el nuestro o el de la historia, ese amor triunfa siempre.


† Javier Martínez
Arzobispo de Granada

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