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Todo el que es de la verdad, escucha mi Voz

Solemnidad de Cristo Rey · Domingo XXXIV T.O. · Ciclo B .

Fecha: 26/11/2006. Publicado en: Semanario diocesano de Granada y Guadix, Fiesta 709



Juan 18, 33-37: Entonces Pilato entró de nuevo al pretorio y llamó a Jesús y le dijo: "Eres tú el Rey de los judíos?" Respondió Jesús: "Dices eso por tu cuenta, o es que otros te lo han dicho de mí?"  Pilato respondió: "Es que yo soy judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. Qué has hecho?" Respondió Jesús: "Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo, mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos: pero mi Reino no es de aquí". Entonces Pilato le dijo: "Luego tú eres Rey?" Respondió Jesús: "Sí, como dices, soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz".


Esa voz es una voz que nos llama a la vida. Que nos llama a la libertad. No es infrecuente conectar la fiesta de Cristo Rey con una cierta simpatía o congruencia de la Iglesia con un sistema social y político que muchos tienden a considerar pretérito. Y, sin embargo, la afirmación de la realeza de Cristo tiene poco que ver con la problemática de los sistemas sociales del mundo moderno aunque, evidentemente, esa afirmación es decisiva para la actitud que un hijo de la Iglesia debe tomar con respecto a los poderes del mundo, sea cual sea el sistema político concreto en que estos poderes se plasmen. La afirmación de la realeza de Cristo traduce, sencillamente, la primera afirmación cristiana, y la más nuclear: “Jesús es Señor”. Y esa afirmación es considerada por los estudiosos como el primer credo cristiano. Esa afirmación, también expresa el núcleo central de toda la experiencia cristiana. De ella se deriva todo lo demás. Y, como recuerda San Pablo, esa afirmación, “Jesús es Señor”, no puede hacerse sin el Espíritu Santo: «Nadie puede decir “Jesús es Señor” sino en el Espíritu Santo». Se es cristiano sólo por la gracia de Dios.

Del reconocimiento de Cristo como Señor de la vida se deriva todo el resto de los aspectos de la experiencia cristiana: la experiencia de Dios como comunión de Personas, como Dios Trino; la conciencia de que en Cristo somos una criatura nueva; la conciencia de que la Iglesia es el lugar donde la gracia de Cristo y la comunión del Espíritu nos es regalada como el don más precioso; los sacramentos; la moral cristiana… De la experiencia de que Jesús es el Señor se deriva también, y sobre todo, que Él es el criterio último de la plenitud humana; ser “hijos en el Hijo” es la meta, el fin verdadero y último de la existencia humana. Para ello hemos sido creados. Eso significa muy concretamente que Cristo es, ante todo, el criterio de nuestra mirada sobre la realidad, sobre las obras del hombre, sobre las obras culturales, sociales, políticas, y en la medida en que se adecuan a Cristo son humanas, más humanas; en la medida en que se alejan de Cristo, pierden en humanidad.

Puede parecer paradójico, pero reconocer a Cristo como Señor, y reconocerse uno como siervo de Cristo, es la condición decisiva para poder reconocer y amar la propia dignidad, y para poder reconocer y amar la libertad. De hecho, es en el ámbito de la Iglesia donde ha nacido la conciencia de que el hombre es libre en tanto que hombre, por su condición de persona. Y esto es así porque el valor de la libertad y el valor de la vida se reconocen sólo a la luz del fin de la vida humana. Por ello ser de Cristo es ser libre. Y no ser de Cristo, inevitablemente, termina haciéndonos esclavos de algún ídolo que no puede cumplir la vida, que no puede dar plenitud al corazón.


† Javier Martínez
Arzobispo de Granada

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