Cuarto aniversario de la muerte de Don Luigi Giussani, fundador de Comunión y Liberación
Fecha: 26/02/2009. Publicado en: Alfa y Omega, nº 603
El 4º aniversario de la muerte, el 22 de febrero, de Don Giussani ha coincidido con una nueva edición, en España, de su libro El sentido religioso, que introduce el autor de este artículo. «Es un libro -afirma- que trata de educar. Y educar es introducir a lo real»
Cuando uno se aproxima a lo real con una razón abierta, que no ha perdido su capacidad de sorpresa, que no está ideológicamente dominada, ni la naturaleza de la razón ni la de lo real toleran la división.
Nuestro mundo está marcado, de siglos, por la división entre lo sagrado y lo profano, lo religioso y (el resto de) la realidad. Se corresponde en gran medida con una división análoga: entre lo cristiano y lo humano. Lo cristiano designaría a un mundo particular cerrado en sí mismo, mientras que lo humano sin Cristo sería lo universal. Es notable que la división, en muchos casos, no constituye un pensamiento elaborado, y asumido con conciencia y libertad. Es más bien una categoría desde la que pensamos las cosas, las organizamos y obramos. Condiciona nuestro conocimiento y nuestro obrar, pero no es un pensamiento elegido por su carácter de pensamiento persuasivo (de hecho es muy frágil frente a una crítica racional seria). La división está como instalada en nuestro pensamiento previamente a cualquier acto consciente de la inteligencia. Es como si la adquiriéramos por ósmosis.
El sentido religioso es un libro que se sitúa más allá de la división, no ignorándola como hecho cultural, ni ignorando sus consecuencias dramáticas, ni reaccionando contra ella, sino situándose culturalmente después de ella. Es una de las obras cristianas del siglo XX, en primer lugar, más consciente de la profundidad de las raíces del problema, y luego, escrita desde esa conciencia con la intención de superarlo, no en el sentido de criticar simplemente algunas posiciones que se derivan de él, sino en el sentido de trascender las premisas que lo causan. Precisamente porque las trasciende, El sentido religioso no es una obra antimoderna, ni reaccionaria. Las reacciones contra la modernidad han sido un factor característico de la religiosidad moderna. Y sus presupuestos, eran y son más un síntoma de la enfermedad que una posibilidad de remediarla.
PARA SUPERAR LA DIVISIÓN
Las notas que constituyen el núcleo de este libro iban originalmente dirigidas a unos jóvenes a los que Don Giussani trataba de ayudar a afrontar la vida de un modo plenamente humano, esto es, racionalmente consistente y libre, sin más fidelidad que la que todo ser humano ha de tener a la verdad y a la compañía humana que ayuda a descubrirla y hace posible amarla. Y al hacer esto, estaba desbrozando caminos que la Iglesia ha de recorrer siempre, y en cierto modo siempre ha recorrido, pero la confusión sembrada en las conciencias por la división convierte de nuevo, en las circunstancias actuales, en absolutamente imprescindibles.
Puesto que este libro ha educado ya a varias generaciones de jóvenes y de adultos, y sigue siendo punto de referencia decisivo para miles y miles de personas en todo el mundo, podemos decir que estamos ante un clásico. Comentaristas muy autorizados reconocen a Don Giussani como una figura que marca una época en la educación cristiana. Pero sería un error pensar que este clásico ha florecido aislado en mitad de un desierto. No, las cosas humanas nunca suceden así, y tampoco las cosas de Dios. La genialidad educativa de Don Giussani, su inmensa capacidad de paternidad en la guía y el acompañamiento de las personas, tienen un contexto.
Para empezar, Giussani nace y crece en una tradición cristiana viva, realista y concreta, con una marcada presencia social, la de la Lombardía heredera de san Ambrosio y de san Carlos Borromeo. Al final de los años 50, había publicado sus primeros opúsculos, con el nihil obstat de los teólogos milaneses. Esa escuela se caracterizaba por el esfuerzo intelectual de recuperar la centralidad de Cristo en la Historia y en el cosmos; de modo que se vuelva a poner de manifiesto que toda la creación, que toda la existencia, está constitutivamente orientada hacia Cristo. Tampoco hay que olvidar que la familiaridad de Don Giussani con la gran tradición ortodoxa y con la teología protestante americana, sobre la que escribió su tesis doctoral, le hacía sin duda más sensible a las fracturas creadas por la división y a la necesidad de superarlas.
También en su formación teológica habían influido las mejores figuras de la renovación católica del siglo XIX, como Johann Adam Möhler y John Henry Newman, y del siglo XX, como Romano Guardini. Y había leído algunas obras de Henri de Lubac que le aproximan al círculo de pensadores que hicieron posibles los puntos más decisivos y duraderos de la enseñanza del Concilio Vaticano II: que la revelación de Dios no es simplemente la revelación de un conjunto de nociones, sino que es un acontecimiento dramático que culmina en la persona de Cristo, cuya presencia permanece en la Iglesia por el don del Espíritu; que la fe es el asentimiento de la persona entera (razón, libertad y afecto) a esa presencia; que la persona de Cristo no es relevante sólo para eso que, en el contexto de la división, se llama la vida espiritual, sino que revela el hombre al mismo hombre, y le descubre la sublimidad de su vocación; y que todo el sentido de la existencia y de la vida de la Iglesia es ser sacramento de Cristo, hacerlo presente en la Historia, y así generar la plenitud de humanidad que todo ser humano anhela. Esto constituyen el contenido de los tres volúmenes del Curso básico de cristianismo de don Giussani. De ese Curso, Cristo constituye el centro. Pero el fruto más extraordinario y más inmediato de la redención de Cristo es, justamente, el reconocimiento sin censuras del Misterio que constituye lo real, y del anhelo de ese Misterio que nos constituye a nosotros como seres humanos. Frente a ese Misterio nos sitúa El sentido religioso.
+ Francisco Javier Martínez
Arzobispo de Granada