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Homilía en el Bautismo del Señor (selección de párrafos)

Santa Iglesia Catedral de Granada

Fecha: 11/01/2009. Publicado en: Boletín Oficial del Arzobispado de Granada. Nº 98. p. 273



Muy queridos hermanos sacerdotes,
queridos acólitos,
queridos Manuel y Mª Angustias, que vais a bautizar en esta celebración a vuestro hijo,
queridos hermanos y amigos,

Entre la celebración del Bautismo del Señor y las celebraciones de la Navidad que acabamos concluir, hay una continuidad básica, fundamental. En realidad, cuando uno mira la historia de Dios con nosotros, la historia de su acción en nosotros, es un bordado tan exquisito, tan precioso, que hay una unidad fundamental en toda esa historia, desde el origen del mundo (y, dada la experiencia de nuestra Redención, uno podría decir: desde antes del origen del mundo) hasta nuestros días. La trama de toda esa historia se llama fidelidad: la fidelidad de Dios que permanece para siempre, que es la expresión de su amor por nosotros.

El Bautismo de Jesús continúa, de algún modo, y así lo entendieron los primeros cristianos desde el principio, las celebraciones de la Navidad y, de algún modo, anticipa también lo que será el descenso de Cristo al sepulcro, su pasión, su muerte, su misterio pascual, y el don del Espíritu para nosotros, que hoy se hace actual, como si fuera la mañana de Pascua, para vuestro hijo, y que se ha hecho actual para cada uno de nosotros en nuestro Bautismo.

El bordado es tan exquisito que es imposible que sea fruto de los cálculos de los hombres. Sería mucho más tosco, mucho menos humano. Es imposible que una filigrana de ese tipo fuera fruto de un montaje humano.

¿Por qué el Bautismo fue leído, desde el principio, por los cristianos como prolongando la fiesta de la Navidad? Porque la Navidad es un descenso, y el Bautismo es un descenso. En la Navidad celebramos el descenso de Dios a nuestra propia humanidad. El Hijo de Dios se hizo semejante a nosotros en todo menos en el pecado, pero quiso compartir con nosotros nuestra condición humana, quiso compartir con nosotros las consecuencias del pecado. Y, en ese sentido, la Navidad el llanto primero del Niño que nace, preanuncia, de algún modo, el sufrimiento y el abandono de Jesús en la cruz, experimentando los rasgos de la condición humana fruto del pecado.

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