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Novena de las Angustias (selección de párrafos)

Basílica de Nuestra Señora de las Angustias

Fecha: 19/09/2006. Publicado en: Boletín Oficial del Arzobispado de Granada. Nº 80-85, p. 145



Muy queridos hermanos Sacerdotes, Vicarios, Párroco de las Angustias, queridos miembros de la Junta Directiva de la Hermandad, queridos amigos y hermanos.
 
Es para mí siempre una alegría muy grande poder celebrar la Eucaristía en las Angustias, y es una alegría especialmente grande celebrarla hoy. Como sabéis, estaba previsto que la novena entera la predicara el Arzobispo emérito de Zaragoza, monseñor Elías Llanes, antiguo presidente de la Conferencia Episcopal. Pero una operación quirúrgica inoportuna ha hecho que no pudiera venir hoy, y a mí me es posible acompañaros hoy. Estos días de atrás había un congreso muy importante en la Diócesis. El tema que se estaba tratando allí era, de algún modo, desde una perspectiva particular, la de la filosofía y el pensamiento, el mismo tema que en estos días ha armado tanto escándalo, es decir, las relaciones entre la sabiduría humana, la inteligencia humana, y la fe en el mundo contemporáneo. La mayoría de los que formaban parte de ese congreso (que no he convocado yo, sino que se me había pedido, por afecto, acogerlo) son teólogos o pensadores de otras confesiones cristianas, e incluso había un grupo de ellos explícitamente no cristianos. Y no podía negarme a algo así cuando, además, el organizador es, probablemente, el teólogo protestante más importante que hay en estos momentos en el mundo. Y es tal la necesidad de la unión que tenemos los cristianos que, a una cosa así, no podía negarme. Y con todo, que el Señor me ha permitido venir el día de la ofrenda floral, que para mí es siempre un don de Dios especialísimo, una gracia que le alimenta a uno el espíritu como Pastor por mucho tiempo. Y a partir de mañana, tampoco os podré acompañar, porque yo soy miembro del Pontificio Consejo para los Laicos, que se reúne una vez cada dos o tres años (y esa reunión tampoco la convoco yo, sino el Cardenal de la Curia correspondiente de acuerdo con los horarios del Papa, porque hay una audiencia con el Papa). Ese congreso empieza mañana por la tarde y termina el domingo con la misa con el Papa, pero yo me volveré el sábado para celebrar la Virgen de las Angustias con mi pueblo, como Dios manda. Y ya le dicho al hermano mayor que el año que viene, si Dios no enreda, podéis contar conmigo para la novena entera si queréis.
 
Yo quería hablados esta noche de lo que, en realidad, considero que es el corazón del mensaje cristiano. Juan Pablo II, en una encíclica suya sobre cuál es la misión de la Iglesia, y en la que nos alentaba a vivir esa misión de la Iglesia en el mundo contemporáneo con mucha fuerza, resumía el mensaje cristiano en una frase muy sencilla: “Dios te ama, Cristo ha venido por ti”. Ése es el corazón del anuncio cristiano. Y ése es el anuncio que cada cristiano, con sus palabras y con su vida, tiene que hacer. No sólo los sacerdotes en la iglesia, sino cada uno de nosotros como forma de vida este cuerpo, de esta familia que es la Iglesia de Dios, en todos los lugares: en el trabajo, en nuestras casas, en todas partes. Dios te ama, Cristo ha venido por ti.
 
A partir de ahí, quería comentaros la preciosa encíclica que ha escrito el Papa Benedicto XVI, Deus Charitas est, que es casi como un comentario a esa frase. Y más que un comentario, es explicar todo el trasfondo que esa frase tiene, de dónde nace. Porque no es un capricho de Jesús el decir: “quereos unos a otros”. Eso tiene una razón de ser muy profunda. Y el Papa nos ha explicado también cuáles son las consecuencias de ese hecho de que Dios sea Amor y de que el núcleo del mensaje cristiano sea el testimonio, la proclamación, el anuncio, la expresión del amor que nosotros hemos recibido de Dios en el mundo para aquellos que no conocen ese amor y que lo buscan y necesitan.
 
El Señor puso ese mandamiento como el principal de los cristianos, hasta el punto de que redujo todos los mandamientos que, a lo largo del tiempo, en todo el Antiguo Testamento, y que la tradición judía había ido elaborando, a dos: “amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu alma, con todo tu mente, y con todas tus fuerzas, y al prójimo como a ti mismo”. Por lo tanto, ¿Qué espera Dios de los hombres? ¿Que hagamos muchas cosas? No, que Le queramos y que nos queramos. Tan simple como eso.
 
¿Cuál es la razón de que el Señor nos ponga ese sello, ese mandamiento, a los cristianos para su vida propia y para la misión en el mundo? Pues que Dios es Amor, tal como Dios se nos ha revelado en Jesucristo, tal como Dios se nos ha dado a conocer en la historia del pueblo de Israel, en la historia sagrada desde sus orígenes, pero sobre todo en Jesucristo, que ha hecho de su vida un don para los hombres, que al morir nos ha entregado su Espíritu y, por lo tanto, nos ha hecho partícipes de su vida divina, y que al resucitar ha incorporado nuestra carne humana, nuestra humanidad, concretísima, frágil, rota muchas veces, a la vida misma de Dios, a la intimidad de Dios. De tal manera que, tal y como decía un poeta cristiano de principios de siglo XX que me habréis oído citar otras veces, Charles Péguy, “Después de la Ascensión en el Cielo huele a humanidad”. Y Dios no puede mirar a su Hijo sin acordarse de nosotros. Y no puede mirarnos a ninguno de nosotros, incluso al más pobre, al más pecador, al más roto, sin que le recordemos a su Hijo querido, que ha entregado su vida por vosotros, y que se ha unido de tal manera nosotros que Él y nosotros formamos una sola cosa.

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