Charles Péguy
Fecha: 27/11/2009. Publicado en: Verónica (pp. 152-157), Editorial Nuevo Inicio (Granada)
Cuando hablamos, pues, de descristianización, cuando constatamos ese desastre de la descristianización, hay que ponerse de acuerdo sobre los términos, hay que tener valor y definir y precisar y ponerse de acuerdo tanto hacia unos como hacia otros, tanto contra unos como contra otros. El pecador y el santo son dos propios del cristianismo, dos efectos, dos resultados, dos causas, finales, eficientes, dos creaciones, dos invenciones del cristianismo, del sistema cristiano, de la técnica, del mecanismo, de la mística del cristianismo. Cuando se dice, pues, que el mundo se descristianiza, cuando se asiste a ese desastre de la descristianización del mundo, cuando se constata ese desastre, cuando se dice, cuando se constata que el mundo moderno, que lo moderno es lo más contrario que hay a lo cristiano, en su misma raíz, hay que prestar mucha atención a lo que se dice; y no hay que recular ante lo que se va a decir. No queremos decir en absoluto, lo cual sería casi insignificante lo cual, en comparación, sería por así decir inofensivo, que dentro del sistema cristiano las santidades estarían una vez más sumergidas bajo los pecados; aun cuando fuera una vez, aun cuando esa vez fuera mucho más grave, en cantidad, en calidad, en gravedad, aun cuando fuera infinitamente más grave que todas las demás veces, que todas las veces precedentes que todas las veces conocidas, (que todas las veces semejantes). Eso, hijo mío, todo eso, usted me entiende bien, usted entiende bien lo que voy a decirle, todo eso no sería nada. Lo que queremos decir, lo que constatamos, es infinitamente más grave. Es casi lo único grave, en cierto sentido. Pero no hay que recular ante ello. Lo que queremos decir no es que una de las (dos) partes del sistema haya invadido la otra, que más o menos haya vuelto a invadiría, e incluso que la haya vuelto a invadir mucho, e incluso infinitamente. Eso no sería nada. Estaríamos habituados y generalmente sería la misma la que invadiera y la que volviera a invadir. Siempre sería aquélla. Lo que queremos decir es que el mundo renuncia a todo el sistema a la vez, a las dos piezas a la vez, a una y a otra, y al juego de las dos piezas. Eso es lo que queremos decir, eso es lo que decimos, eso es lo que constatamos, cuando decimos que el mundo se descristianiza, cuando constatamos el desastre de la descristianización del mundo moderno. Eso es lo que tantos cristianos, principalmente tantos católicos, bien intencionados, no quieren confesarse a sí mismos, no quieren ver. Y esa cobardía, esa falsedad, esa perversión, ese pecado les impide emplearse útilmente, retrasar algo, salvar algo. Esa incurable cobardía de diagnóstico (les) engendra una incurable cobardía de tratamiento. Una cobardía de oración, una cobardía de conducta, una cobardía de caridad, una cobardía de fe, una cobardía de esperanza, una cobardía de acción, una cobardía de éxito, una cobardía de consideración, una cobardía de gobierno, una cobardía de mística. Es verdad que no querrían confesar, que no confesarán jamás que esta descristianización, que todo este desastre, proviene de los clérigos. Como han cometido una falta de mística radical, también tienen una cobardía de mística radical. Lo que queremos decir, lo que constatamos, es que el mundo renuncia a todo el sistema a la vez, a todo el conjunto, a (toda) la mística. Lo que se quiere decir, lo que se dice, lo que se constata, es que, a partir de ahora, hay otro mundo, un mundo nuevo, es que hay un mundo moderno, y que ese mundo moderno no es sólo un mal mundo cristiano, un mundo mal cristiano, eso no sería nada, como si dijéramos, sino un mundo incristiano, descristianizado, absolutamente, literalmente, totalmente incristiano. Eso es lo que se quiere decir. Eso es lo que hay que decir Eso es lo que hay que vet. Si sólo estuviera la otra historia, la historia antigua, si sólo fueran los pecados los que, una vez más, nos hubieran vuelto a invadir, eso no sería nada, amiguito, no sería nada; estaríamos habituados; estamos habituados; el mundo está habituado. La cosa no pasaría de un mal cristianismo, de una mala cristiandad, de un mal siglo cristiano, de un siglo mal cristiano, como tantos otros, tras tantos otros. Ha habido tantos. Se han visto tantos. Si se conociera bien la historia, como a pesar de todo yo la sé, se sabría quizás, se consideraría quizás que siempre ha sido así, que todos los siglos, todos estos veinte siglos han sido siempre, han sido todos, siglos de gran miseria cristiana, de una gran miseria mística, malos siglos cristianos, siglos malos cristianos. Es decir, en el sentido de que quizás el contingente de los santos siempre ha sido miserable, a menudo ínfimo para el precio de los pecadores, al lado de los pecadores, en comparación con el contingente de los pecadores; y de que mientras que los santos triunfaban eternamente, santos escasos quizás, sin duda; por contra, masas, pueblos de pecadores, ejercían (su trabajo, su oficio, el pecado), masas, pueblos de pecadores, dominaban temporalmente; mientras que los santos, santos escasos, se salvaban (y quizás los demás) eternamente, realizaban su salvación eterna, y quizás la de los demás, los pecadores, las masas incalculables de esos otros, de esos pecadores, se perdían temporalmente y se arriesgaban a perderse. En eso estaba, ¡ay!, desgraciadamente el régimen mismo. En eso estaban las miserias cristianas. En eso estaba también la grandeza cristiana. Pero en lo que ya no está en absoluto el régimen, ¡más que ay!, y más que desgraciadamente, lo que ya no es la media, lo que ya no es la normal, lo que constituye precisamente el desastre y la descristianización, es que ni siquiera nuestras mismas miserias son ya cristianas. Nuestra misma miseria ya no es una miseria cristiana. Esa es la verdad. Eso es lo nuevo. En tanto las miserias, en tanto la miseria era una miseria cristiana, en tanto eran cristianas las bajezas, en tanto que los vicios cometían pecados, en tanto que los crímenes llevaban a la perdición, eso era bueno, por así decir. Usted entiende bien, amigo mío, cómo lo digo, en qué sentido. Había un recurso; había algo; había como naturalmente materia para la gracia. En lugar de eso, hoy día todo es nuevo, todo es diferente. Todo es moderno. Eso es lo que hay que ver. Eso es lo que hay que decir. Eso es lo que no hay que negar. Todo es incristiano, perfectamente descristianizado. ¡Ay, ay! Desgraciadamente, si todo fuera nada más que mal cristiano, se podría ver aún, se podría negociar. Pero cuando se habla de (la) descristianización, cuando se dice que hay un mundo moderno y que está perfectamente descristianizado, totalmente incristiano, se quiere decir exactamente que ese mundo ha renunciado a todo el sistema, en conjunto, que se mueve enteramente por fuera del sistema, no se quiere decir menos que la renuncia de todo el mundo a todo el cristianismo. Y la constitución de un sistema completamente diferente, infinitamente diferente, nuevo, libre, enteramente, absolutamente independiente. Si no hubiera más que mal cristianismo, ¡ay!, amigo mío, ¡ay!, mi pequeño, eso no sería nuevo, no sería (además), ya no sería interesante. Usted entiende bien, pobre amigo mío, cómo lo digo, en qué sentido. Pero lo interesante, lo nuevo, es eso, es que ya no hay cristianismo en absoluto. Tal es exactamente no sólo la extensión, sino la naturaleza y como la especie del desastre. Cuando los católicos hayan consentido en verlo, en calibrarlo solamente, en confesarlo, cuando hayan consentido en reconocerlo, y de dónde proviene, cuando, ellos, hayan renunciado a esa cobardía de diagnóstico, entonces, pero sólo entonces, podrán quizás trabajar de forma útil, entonces, pero sólo entonces, ya no serán perezosos, y no estarán desfasados; y hablaremos quizás, se podrá hablar. Pero lo que no quieren reconocer, lo nuevo, lo interesante, ¡ay, ay!, hijo mío, usted sabe cómo lo digo, es precisamente que haya un mundo moderno, una sociedad moderna, (no digo una ciudad moderna y como dice la canción, amigo mío, y usted me entiende bien), es que este mundo, esta sociedad, esto moderno, se haya constituido enteramente exteriormente, enteramente por fuera del cristianismo. Porque ya no se trata aquí de dificultades interiores, sino, por el contrario, de una exterioridad completa y ni siquiera de dificultades exteriores, que aún serían relaciones, lazos, ligaduras, sino, por el contrario, de una ausencia completa de relaciones, de lazos, de ligaduras, e incluso, en realidad, de dificultades, una ausencia por tanto muy peculiar y extremadamente inquietante, inquietante hasta el último grado, una independencia mutua y recíproca, una extrañeza, una extranjería singular. Hemos visto constituirse a nuestros ojos, si no fundarse, hemos visto instituirse, vivir, asentarse, establecerse, funcionar, un mundo, una sociedad, no digo una ciudad, perfectamente viable y enteramente incristiana. Hay que confesarlo, hay que confesarlo. Miserable el que lo negare. Y como el mundo había visto, como yo había visto, yo la historia, mundos enteros, humanidades enteras vivir y prosperar antes de Jesús, así tenemos el dolor de ver mundos enteros, humanidades enteras, vivir y prosperar después de Jesús. Unos y otros sin Jesús. Como hemos visto, como se ha visto, como el mundo ha visto, como he visto yo, la historia, mundos enteros, humanidades enteras, sociedades, ciudades enteras fundarse y nacer, juntarse, asociarse, crecer y decrecer, prosperar, empobrecerse, brotar como plantas, nacer y morir incristianas, antecristianas, así hemos visto, nosotros los primeros, los primeros desde Jesús, vemos todos los días nacer y crecer, acrecentarse y no decrecer, prosperar y no empobrecerse, nacer y no morir si no una ciudad, al menos un mundo entero, una sociedad entera incristiana, post-cristiana. Pero hay un abismo, de lo uno a lo otro hay un abismo. Que el mundo haya vivido sin Jesús antes de Jesús, nos parece bastante natural, y es en efecto el orden natural.