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Apertura Año Jubilar Motril

Fecha: 07/09/2010

Apertura del Año Jubilar en Motril


Querida Iglesia del Señor, reunida esta tarde aquí para inaugurar el Año Jubilar frente a la imagen de Nuestra Señora de la Cabeza. Muy queridos sacerdotes, señor alcalde, ayuntamiento y amigos todos.

Siempre que celebramos una fiesta de la Virgen no estamos celebrando sólo un hecho que le sucedió a una mujer hace aproximadamente dos mil años, sino algo que sin duda ella ha vivido pero que ha roto el horizonte de nuestra propia vocación, porque ella ilumina, alienta y sostiene nuestro caminar hombres y mujeres en nuestra vida en medio del mundo. Celebrar la fiesta de la Virgen es celebrar el triunfo de la Gracia sobre el mal en nuestra humanidad. Ella es, como dice un cantar judío para la reina Esther, “el orgullo de nuestra raza”. Los acontecimientos que han marcado su existencia, como la Anunciación, la Natividad, su compañía en la cruz, su presencia en Pentecostés, y hoy su triunfo sobre la muerte como fruto de la Resurrección y la Redención de Cristo, consisten en celebrar el triunfo de la Gracia en nosotros, y por lo tanto el triunfo de lo humano, de la humanidad. Pese a todas las apariencias que pueda adoptar el mal en nuestra historia, el mismo mal que se representa en el Apocalipsis como un dragón poderoso, y que sólo con un golpe de su cola hizo caer un tercio de las estrellas del cielo. El mal como experiencia parece extraordinariamente poderoso. Muchas veces da la impresión de que es el mal lo que triunfa. Pues bien, cada vez que celebramos la Eucaristía o una fiesta de la Virgen proclamamos públicamente que hay un amor indestructible en este mundo, un amor por los hombres, que ya se ha realizado en una figura que representa a toda la raza humana, a todos nosotros, y esa figura es la de una mujer. La vocación de la Virgen la veían los antiguos cristianos como un espejo donde podíamos apreciar la vocación de la Iglesia. Porque si es verdad que ha dado a luz físicamente al Hijo de Dios, también lo es que cada uno de nosotros, al participar de la Eucaristía, recibimos a nuestro Señor que se hace uno con nosotros como ninguna unión de amor de este mundo puede imaginar o soñar. El mismo Señor nos incorpora a su propio ser, nos hace miembros de su propio cuerpo, se abraza a nosotros, de manera que San Pablo podía decir desde su experiencia: “…no soy yo, es Cristo quien vive en mí”. Este amor es invencible. Está llamado a triunfar en nuestra vida, en nuestra historia. Es verdad que luego está la experiencia del dolor y de la cruz, pero quien conoce a Jesucristo y puede apoyarse en Él vive, incluso en la cruz y en la muerte, con una mirada distinta. Porque con Cristo el mal ha perdido el poder de hacerse nuestro dueño. Cristo ha vencido la muerte y el pecado. Su madre, la Virgen, representa el fruto más acabado de su triunfo, un triunfo del que nosotros mismos podemos participar y estamos llamados a ello. Nosotros esperamos, si queréis, contra todas las apariencias del mundo, con una certeza que se apoya en la fidelidad de Dios, el triunfo definitivo de Cristo sobre todos los enemigos del hombre. Satán (que significa en hebreo “enemigo”) es el único enemigo del hombre, es el mal, que realmente desea nuestra humillación y nuestra desgracia. En cambio Cristo quiere que resplandezca en cambio en nosotros la vocación a la gloria y la vida que todos anhelamos. Y celebramos hoy el triunfo de la Gracia, que anticipa nuestro propio triunfo, el triunfo de la Gracia de Cristo en nosotros.

Celebrar una fiesta de la Virgen es celebrar siempre la Gracia y su triunfo. El ángel le dice “llena eres de gracia” en el anuncio. Tal vez no pocos de los males que vivimos en nuestro tiempo brotan por haber prescindido de esa experiencia y confianza en la Gracia, por haber pensado que nosotros podemos construir nuestra propia felicidad. Dios mío, es cierto que nuestra inteligencia es parte de nuestro ser, que es imagen de Dios, y que ha creado obras bellísimas mediante la técnica y el dominio de la naturaleza, pero no es cierto que nosotros podamos darnos la felicidad y la plenitud que anhelamos, ni la vida eterna, que es nuestra plenitud más grande. Después de dos siglos de desarrollo tecnológico sabemos en mayor medida que los habitantes de siglos anteriores que la felicidad nos tiene que ser dada –como el amor, que no lo podemos palpar- como un regalo que alguien nos ofrece, fruto de un encuentro, de una gracia. Nunca un derecho o el fruto de una exigencia o de un proyecto o de una conquista, sino siempre un don. Del amor, que es donde todos intuimos que está la felicidad. Si fuéramos capaces de experimentar un amor eterno o de imaginarlo tan sólo sabríamos que esa es la victoria sobre la muerte. Pero ese amor existe. La noche de Navidad, una de las lecturas de la Misa del Gallo, dice “ha aparecido la gracia de Dios”, que es el Amor infinito que nos llama a participar de Él y que nos hace posible esperar, como fruto de la misericordia divina, la participación para siempre del amor de Dios, la victoria sobre el pecado, no por un esfuerzo, porque no somos capaces. Sólo Dios lo es. Y el Hijo de Dios lo ha sido en nuestra carne, y esa vida divina se la ha comunicado primero a su madre, y luego a la Iglesia.

Queridos amigos, hermanos, fieles de la Iglesia de Motril. Damos gracias por la presencia de la imagen de la Virgen de la Cabeza en medio de nosotros, por su presencia en el santuario, por este Año Jubilar que nos es permitido celebrar y que el Santo Padre nos administra, un hecho que nos da la oportunidad de una conversión, de posar nuestra mirada en Aquél que es nuestra salvación, y en aquella que refleja anticipadamente aquello que estamos llamados a vivir ya en esta tierra y luego de una manera acabada en la vida eterna. ¡Eso es convertirse! La posibilidad de esta gracia del año jubilar es un tesoro para nuestra iglesia, para la comunidad humana y para nuestra sociedad. Si os habéis dado cuenta, en la primera parte del decreto -en la que yo aplicaba la concesión de la Gracia del Año Jubilar- repetía exactamente las palabras del decreto del Santo padre –no tenía por qué hacer otra cosa- y en la segunda subrayaba aspectos que siempre han estado vinculados a los jubileos, para que no pensemos que son una cuestión mecánica, como si echaras una monedita y se te diera una gracia. En la vida cristiana no hay nada así. El crecimiento en la fe, en la vida cristiana, está marcado por la forma de todas las virtudes, que es la caridad, ésta es la perla. Cuando Juan Pablo II convocó el Jubileo del año 2.000 se miraba hacia Cristo pero también hacia el hambre. Miremos a la Virgen, a su consoladora imagen, buscando un cambio en nuestro corazón, y ese cambio se produce también cuando hacemos un gesto gratuito con los necesitados. Los gestos de caridad, gratuitos, en un mundo en el que hay que moverse por interés como se nos dice constantemente, son importantes. No es así. Los intereses son los que hacen retroceder la historia. En la medida en que creemos satisfacer esa suerte de dogma laico que se nos vende por todas partes como un camino de progreso nos destruimos a nosotros mismos, hacemos inevitable que el cáncer de la violencia se instale en el mismo corazón de la vida social, en el seno de las familias, de las relaciones humanas, de la convivencia civil... Se hace imposible a partir de esas premisas un bien común donde los hombres convivan como hermanos. Una sociedad erigida sobre el interés es necesariamente una sociedad que consagra el egoísmo como eterna medida y que deja al hombre solo frente al poder, generando de una manera u otra violencia. Una sociedad cristiana establece como regla de vida la caridad, no la limosna que quizá justifica una vida aburguesada y cómoda, sino la gratuidad que hace de la vida un don, un regalo. Superando el mundo de los intereses aparece justamente la posibilidad de una belleza verdadera, siempre vinculada a un amor gratuito. Ninguno de nosotros estaríamos vivos si no hubiera habido por parte de al menos una mujer gratuidad hacia nosotros, nuestra madre. La vida humana sólo permite dar gracias por ella en la medida que el espesor de esa gratuidad sea más grande y natural, más la forma de vida de todos los grupos humanos. Por lo tanto, en la parte que me tocaba desarrollar he querido subrayar este aspecto. Nuestra conversión no sería verdadera si se limitara a actos de piedad, no lo sería si quisiéramos el perdón de nuestros pecados y no fuéramos capaces de ese mismo gesto, la forma más gratuita del amor, desde la misma familia, por ejemplo, donde nos conocemos todos bien y las heridas duran tanto tiempo. Pero el Señor quiere estar con nosotros. ¡En este año de gracia quiere aproximarse a nuestras vidas por mediación e intercesión de la Virgen de la Cabeza! Pidamos que resplandezca en nuestras vidas esa gratuidad que muestra que no somos una especie animal más desarrollada o más compleja, que justifica y hace razonable la alegría, la poesía o el canto, porque todo esto no se justifica desde el interés, sino sólo desde una suerte de exceso que constituye nuestra humanidad, ese exceso que tiene el nombre de Amor, que describe el ser de Dios y la vocación humana, que se ha dignado a vivir con nosotros desde Cristo.
En este año, madre bondadosa, protectora de todo cristiano, de tus hijos, nos acercamos a ti con fe, conscientes de nuestra pequeñez y pobreza; te pedimos que derrames la caridad de Dios sobre nosotros, que derrames su espíritu, que nos hagas experimentar el gozo de participar de la vida de los hijos de Dios; te pedimos esto para todos nosotros, para nuestras familias y todas las personas a las que queremos. Vamos a dar gracias al Señor por el don que supone ser cristianos, por tu imagen, por la fe y la esperanza y la caridad que tu imagen ha suscitado en Motril a lo largo de los siglos. Vamos a pedir que este año sea para nosotros un año de gracia y de bendición, donde la belleza de esa vida que tu Hijo ha obtenido con su misterio pascual florece con más claridad entre nosotros haciendo más fácil dar gracias por la vida, a pesar de la muerte y el pecado de los hombres, porque sabemos que tu gracia es infinitamente más poderosa. Esa es nuestra súplica al comenzar este año jubilar. Nos acogemos a tu protección. Proclamaos la fe cristiana.

Al finalizar la eucaristía el arzobispo dijo:
No me despido de vosotros, porque a lo largo de este Año Jubilar serán muchas las ocasiones en las que podremos vernos con un motivo u otro aquí en Motril. Simplemente quiero que tengáis la certeza de que la Virgen jamás nos abandona. Jamás abandona a los que buscan a Dios, aunque sea a tientas, aunque el hombre no lo sepa. Siempre está con nosotros como madre solícita, como la mejor de las madres. En segundo lugar, no desperdiciéis una gracia tan preciosa como la que el Señor nos concede. Se puede invocar la indulgencia plenaria una vez al día, no siempre para uno mismo, sino para las almas del Purgatorio, por personas a las que uno quiere y que tienen necesidad de intercesión, por tantos. Para todos es una ocasión de conversión. Vamos a pedir a la Virgen que nos haga capaces de dar gracias por el don de la vida, que podamos vivir contentos, construir una humanidad bella en donde sea fácil dar gracias al Señor. Por último lugar, justo dentro de un año se celebrará la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid. Millones de jóvenes se encontrarán con el Santo Padre. Nuestra diócesis acogerá a muchos jóvenes procedentes del extranjero. Será bellísimo finalizar el Año Jubilar partiendo al encuentro con el Papa. Preparemos con cariño este encuentro. Os invito a los jóvenes de Motril a acudir a esa cita que siempre es una gracia especialísima. Los que hemos tenido el privilegio de participar en estas jornadas nos damos cuenta del bien que hace a los jóvenes el darse cuenta del pueblo precioso que es el pueblo de Dios y del que forman parte, que vive con las mismas dificultades que todos pero sabiendo que no estamos solos, porque el Señor se ha hecho compañero de camino. Vamos a preparar este acontecimiento, que será una gracia para toda España, también para nuestra diócesis, donde esperamos recibir a más de ocho mil jóvenes extranjeros en las parroquias y familias. Que este año santo sea para todos un año de gracia.

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