XVII Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo B
Fecha: 26/07/1970. Publicado en: Semanario Diocesano Luz y Vida 599, 6
LECTURA del Libro segundo de los Reyes.
En aquellos días vino una hombre de Bal-Salisá trayendo en la alforja el pan de las primicias - veinte panes de cebada- y grano reciente para el siervo del Señor. Eliseo dijo a su criado:
- Dáselos a las gente para que coman.
El criado le respondió:
-¿Qué hago yo con esto para cien personas?
Eliseo insistió:
-Dáselo a la gente para que coman. Porque esto dice el Señor: Comerán y sobrará.
El criado se los sirvió a la gente; comieron y sobró, como había dicho el Señor.
(4, 42.44)
Si nos pusiéramos a buscar una realidad que, como si reuniese en sí todas las necesidades del hombre, fuera precisamente un símbolo de que el hombre es un ser necesitado, esta realidad sería el hambre. Porque no se tiene hambre sólo de alimentos, sino de muchas otras cosas. Hay hambre de dinero, hay hambre de honores, hay hambre de ser feliz. Pero siempre hay hambre de algo. Nunca está el hombre tan libre de necesidades que no desee nada más. ¿ Y si lo que buscáramos fuera en símbolo de lo que sacia al hombre? Ese símbolo sería el pan, el alimento. Por el pan se afana el hombre, trabaja y suda. En todo lo que hace no busca sino saciar su hambre, ganar su pan, conquistar a duras penas un puñado de felicidad.
Pues bien, para el hombre religioso, dios es quien colma con creces todas sus necesidades. Con creces, porque la generosidad de Dios es mayor que nuestra indigencia. Y esto, el hombre religioso lo expresa sencillamente diciendo que es Dios quien la da su pan. Así lo pedimos todos en el Padrenuestro. Así lo cree el salmista, cuando en el salmo que acompaña a las lecturas de la misa de hoy, reclama que todas las criaturas le den gracias, porque “ Tú, Señor, abres la mano y sacias de favores a todo viviente”. La lectura del Antiguo Testamento, que no es sino una “florecilla” creada por la tradición para exaltar la figura de aquel “varón de Dios” que fue Eliseo, relata cómo un piadoso israelita ofrece a Dios las primicias de su cosecha por medio del profeta; éste, obedeciendo la palabra del Señor, reparte los veinte panes entre la gente, y aún sobró. Y Jesús que hizo obras de profetas, pero que era “más que profeta”, sació a la muchedumbre con unos pedazos de pan y nos peces.
La acción de Jesús era un signo. El Evangelio dice que “la gente, al ver el signo que había hecho, decía: Este si que es el profeta que había de venir al mundo”. Un signo de que Jesús puede saciar nuestras hambres, por muy grandes que éstas nos parezcan. Un signo de la generosidad de Dios. Que se nos ha dado a los cristianos en forma de pan también- -y esta vez no sólo un símbolo- de pan tan sabroso y tan tierno como no lo soñábamos siquiera. ¡Y que sigamos empañados nosotros en saciar nuestras hambres - nuestra verdadera hambre- a costa de mendrugos!
F. J. Martínez