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El mesianismo de Dios

XXIV Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo B

Fecha: 13/09/1970. Publicado en: Semanario Diocesano Luz y Vida 601, 6



LECTURA del profeta Isaías.

En aquellos días dijo Isaías:

El Señor Dios me ha abierto el oído; y yo no me he rebelado ni  me he echado atrás.
Ofrecí la espalda a los que golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba. No oculté el rostro a insultos y salivazos.
Mi Señor me ayudaba, por eso quedaba confundido, por eso ofrecí el rostro como pedernal, y sé que no quedaré avergonzado.
Tengo cerca a  mi abogado, ¿quién pleiteará contra mí?
Vamos a enfrentarnos: ¿quién es mi rival? Que se acerque.
Mirad, mi Señor me ayuda: ¿quién probará que soy culpable?
(50, 5-9a)



    El pasaje evangélico conocido con el nombre de “La Confesión de Cesarea”, que se lee en la misa de hoy, es central en el evangelio de San Marcos. A la propuesta de quién es en verdad Jesús de Nazaret, han ido respondiendo diversos personajes a lo largo del evangelio. Llega un momento en que Jesús mismo le hace la pregunta a sus discípulos. “ ¿Quién dice la gente que soy yo?” Pedro contesta: “Tú eres el Mesías.” A esta respuesta, Jesús empieza a explicarles que el Mesías debía padecer y ser condenado, pero eso Pedro ya no lo entiende, y se atreve a regañar a Jesús.

    ¿Qué es lo que sucede?. En este pasaje se enfrentan dos mesianismos. El mesianismo de los hombres y el mesianismo de Dios. El mesianismo de los hombres es el de la salvación por el triunfo y la espada, por el fuego del cielo, y - si se recuerda el pasaje de las tentaciones en el desierto, que es tan próximo a éste-, por las piedras convertidas en pan. La respuesta que recibe Pedro es, en todo caso, la misma que había recibido el tentador: “Apártate de mí Satanás. ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!

    El mesianismo de Dios es la redención por el servicio humilde, por el sufrimiento y la cruz. Pedro y los demás discípulos no lo comprenderán hasta después de la resurrección, pero en realidad siempre había sido así: la vida de Moisés, el ministerio de Jeremías, las súplicas de tantos salmos, y, sobre todo, el destino del misterioso profeta que se oculta en los cantos del Siervo de Dios (uno de cuyos pasajes es nuestra lectura de hoy), decían suficientemente claro al lector atengo del Antiguo Testamento, que el camino de los que Dios escoge para colaboradores suyos no es el camino llano. Lo que pasa es que los hombres -judíos y cristianos, los de ayer y los de hoy- , tenemos una irresistible tendencia a olvidarlo. Y es tal vez por eso por lo que la confesión de Cesarea termina con unas palabras de Jesús que van dirigidas a nosotros: “El que quiera venir en pos de mi, que se niegue  a sí mismo, que tome su cruz y que me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por el Evangelio, la salvará”. Ni más ni menos.



F.J. Martínez

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