Extractos de la homilía en la celebración de Dedicación del templo parroquial San José en el barrio de Monachil, el 21 de diciembre.
Fecha: 21/12/2013
(…) Lo verdaderamente importante para la vida de la Iglesia no es que existan templos; es que nosotros tengamos conciencia de que somos el templo de Dios, de que nuestra comunión sea tal y tenga un espesor, y una fuerza tal, que pueda mostrar a los hombres que es un bien acoger a Cristo en la vida, que es un bien para la persona, que es un bien para la familia, que es un bien para la vida en todas sus dimensiones. Y eso no se muestra solamente, o ni principalmente siquiera, viniendo al templo, sino en nuestro modo de vida, en nuestro modo de afrontar la enfermedad, en nuestro modo de vivir la relación de esposos, en la manera de educar a los hijos, en la manera de cuidar de la familia, en la gratuidad. Yo diría que hay dos o tres signos muy especiales que son como la denominación de origen de un cristiano: un amor a lo humano que es invencible, un amor a lo humano en todas sus circunstancias, en toda su realidad, y a lo largo de toda su vida, desde el primer momento de su concepción hasta su muerte natural.
Ese amor por el hombre, esa pasión por el hombre y por lo humano y por la vida del hombre, es un rasgo de que uno ha encontrado a Jesucristo, que es quien hace que tenga sentido nuestra lucha por un mundo mejor, o nuestro esfuerzo por un mundo mejor, o nuestro deseo de conseguir un mundo más humano, o de evitar que la humanidad de este mundo se deteriore de tal manera que perdamos algo de lo que hemos heredado ciertamente de la tradición cristiana. Ese amor por lo humano, y por todo lo que hay de bello, bueno y verdadero en la vida humana es un signo. He empleado la palabra amor y nos parece una palabra evidente, pero no es tan evidente. Llamamos amor a muchas cosas, y hay muchas cosas que tienen poco que ver con la que en la tradición cristiana y en la experiencia cristiana se llama amor. Ayer, estaba yo leyendo un artículo sobre el tema del matrimonio y hablaba de una definición que había dado un teólogo inglés hace bastantes años que decía: “La castidad es la virtud que nos permite amar a las personas en lugar de expoliarlas”. Es decir, en nuestro mundo hay muchas relaciones que se les llama amistad y amor, y son expolios, no es un deseo del bien de la otra persona. Y si se rompen muchos matrimonios tiene que ver con eso, porque hemos concebido la vida de tal manera como una exigencia de lo que los demás tienen que hacer para que yo sea feliz, y tenemos de tal manera nuestra vida y persona en el centro de todo, que todas nuestras relaciones, hasta las más bellas y sagradas, tienden a ser manipulativas, tienden a usar al otro en función de intereses que tengo yo, o desear del otro sólo intereses que tengo yo, o exigir al otro que cumpla y que responda a necesidades o a exigencias o a intereses que tengo yo. Un mundo así es un mundo que se muere. (…)
(…) La gratuidad es un sello, que estamos perdiendo. Cada vez se hace más raro una relación gratuita, y hasta la gente se sorprende (…). La gratuidad no es un bien que podamos dar por supuesto. Seguimos usando la palabra amor, como seguimos usando muchas otras palabras cristianas, y a veces por rutina. El amor es dar la vida por el otro, gastar la vida por el bien del otro, preocuparse y desear la plenitud del otro, de los otros, y sólo eso hace la vida humana. Yo sé que eso no se anuncia en la televisión, yo sé que eso no se compra en ningún sitio: yo sé que eso sólo nace de la experiencia de la redención de Cristo. Yo lo pido que tengamos esa experiencia, que podáis ser como comunidad cristiana un lugar de esa experiencia.
El tercer signo de esa denominación de origen que es cristiano es la alegría, un bien extraordinariamente escaso, porque hay alegrías y alegrías. Es muy fácil obtener trocitos de alegría que están hechos a base de olvidarse de los motivos que hay de tristeza en la vida; trocitos de alegría que están hechos a base de provocar un poco de evasión, que siempre significan olvidarse de los problemas que tengo en casa, olvidarse de que mi padre o mi madre, o mi marido o mujer, están enfermos, olvidarse del paso del tiempo, olvidarse de una serie de cosas, olvidarse de los dramas que hay en nuestra vida. Poder estar contentos, poder afrontar cualquier circunstancia, incluida la vejez y muerte, con los ojos abiertos, es decir con una mirada plenamente humana, con una mirada que no tiene que evadirse, que no tiene que no mirar a nada porque todo forma parte de un designio salvador de Dios en el cual yo puedo reconocer al menos una ocasión para que crezca la vida que Cristo me da: la fe, la esperanza y el amor, y en muchas ocasiones, la presencia vida de su gracia, de su ternura, de su misericordia: ésa es la alegría que necesitamos. (…)
Celebramos la Navidad, precisamente, porque hay una raíz y una alegría que penetra hasta esas cosas. No digo que a quien se le haya muerto un familiar la víspera de Nochebuena o el día de Nochebuena vaya a estar cantando villancicos (…). Entonces, es cuando uno se da cuenta, merece la pena celebrar que Cristo ha nacido, para que yo sepa que la muerte no tiene la última palabra en nuestra vida, para que yo sepa que el mal no tiene la última palabra en nuestra vida y que por mucho mal que haya hay un amor más grande en el cual uno puede reposar la cabeza, reposar el corazón, reposar la propia vida y acogerlo. Hay una alegría que nace del Señor y que no necesita olvidarnos de nada, de nada de lo que hay de duro o de nada de lo que hay de terrible (…). Eso genera una paz y una alegría que son signo claro de Dios.
Por lo tanto, interés por todo lo humano, por todo lo que sea verdaderamente y plenamente humano, por la belleza de la vida humana; amor, sinónimo de gratuidad; y alegría que no necesita olvidarse de nada son tres rasgos que en nuestro mundo hacen presente a Dios. (…)
(…) El sagrario eres tú. El sagrario somos cada uno de nosotros. Es bellísimo poder tener un lugar donde reunirnos, celebrar juntos, y que está allí la presencia del Señor. Una parroquia significa la presencia del Señor junto a las casas. (…) Cada uno de nosotros somos un sagrario. Y si hemos recibido al Señor en el bautismo; si estamos en la comunión de la Iglesia; si estamos viviendo la gracia del Señor, donde vamos nosotros va Cristo; donde entramos nosotros, entra Cristo; donde estoy haciendo mi trabajo, estoy relacionándome con los demás, es Cristo quien se relaciona con los demás, a través de cada uno de nosotros. Somos nosotros el cuerpo de Cristo, miembros de Cristo, el templo de Dios. (…)
Que el Señor nos permita dar gracias siempre por este lugar en el que podamos recomponer nuestra mirada acerca de nuestra vida, y el Señor recomponga y alimente y cuide nuestras vidas y nuestras familias. Y que cada uno de nosotros seamos conscientes de que la Iglesia no se cierra en estos muros, de que la Iglesia verdadera es nuestra comunión, somos nosotros, somos cada uno de nosotros, estemos donde estemos, haciendo lo que estemos haciendo. Que el Señor os conceda esa gracia. (…)
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
Eucaristía de dedicación del templo parroquial de San José
Barrio de Monachil, 21 de diciembre de 2013