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El justo perseguido

XXV Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo B

Fecha: 20/09/1970. Publicado en: Semanario Diocesano Luz y Vida 602, 6



LECTURA del libro de la Sabiduría:

(Dijeron los malos):

    Acechemos al justo, que nos resulta incómodo: se opone a nuestras acciones, nos echa en cara nuestros pecados, nos reprende nuestra educación errada; declara que conoce a Dios y se da el nombre del hijo del Señor; es un reproche para nuestras ideas y sólo verlo da grima; lleva una vida distinta de los demás y su conducta es diferente; nos considera de mala ley y se aparta de nuestras sendas como si fueran impuras; declara dichoso el fin de los justos y se gloria de tener por padre a Dios.    
    Veamos si sus palabras son verdaderas, comprobando el desenlace de su vida.
    Si es el justo hijo de Dios, lo auxiliara y lo librará del poder de sus enemigos; lo someteremos a la prueba de la afrenta y la tortura, para comprobar su moderación y apreciar su paciencia; lo condenaremos a muerte ignominiosa, pues dice que hay quien se ocupa de él.
(2, 12-20)



    El tema del justo perseguido es frecuente en el Antiguo Testamento. La historia de los profetas es en este sentido sumamente instructiva. Y muchos Salmos no son sino súplicas del justo al que asedian y persiguen los impíos, como aquel Salmo 22 del que copiamos algunos versos: “ Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Dios mío, de día clamo y no respondes; también de noche y no hay silencio par mí. Todos los que me ven se mofan de mí, tuercen los labios, menean la cabeza: Se confió a Yahveh. ¡pues que El le libre! ¡Que le salve, puesto que le ama!”

    Si ese tema preocupaba a los escritores sagrados es -ya lo hemos visto otras veces- porque los antiguos israelitas tardaron mucho en creer en la retribución de la otra vida. Así se explican las invocaciones frecuentes pidiendo la venganza de Dios sobre los impíos. Así se explica también que el dolor del justo fuera para ellos tanto más frecuente. Y es que la Biblia no se ha hecho nunca ilusiones en este punto. No en vano la historia de Caín y Abel está puesta inmediatamente después del relato del pecado original, como diciendo, desde siempre, la envidia y la muerte son el patrimonio de los que agradan a Dios.

    El tema del justo perseguido tiene su realización perfecta en la Pasión de Cristo. Así lo comprendieron los evangelistas cuando pusieron en labios de Jesús las primeras palabras del Salmo que hemos citado, y cuando hacen decir a los que se mofaban de El en la cruz, las mismas palabras que nuestra lectura del libro de la Sabiduría pone en boca de los impíos: “Ha puesto su confianza en Dios; que le salve ahora, si es que de verdad le quiere; ¿no decía que era Hijo de Dios?”

    Sin embargo, a pesar de toda la larga preparación del Antiguo Testamento, los discípulos se rebelaban contra la idea de la Pasión. Como, a pesar de la Cruz y la Resurrección, nos rebelamos nosotros. Las burlas de los hombres son con frecuencia más fuertes que nuestra fe. Y nos tendrá que decir Jesús a nosotros, como antaño a los Emaus. “¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrar  así en la gloria?”


F. J. Martínez

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