Homilía en la Eucaristía del III Domingo Cuaresma en la S.I Catedral con la que se inauguró la XII Semana Diocesana de la Familia en Granada.
Fecha: 23/03/2014
Queridísima Iglesia del Señor, Esposa de Jesucristo, queridos sacerdotes concelebrantes, amigos todos:
Tal vez si a mí me preguntasen cuál es el drama, o a veces la tragedia del hombre contemporáneo más sobresaliente, más visible, más característica, yo diría que es la dificultad que el ser humano, en el contexto cultural en el que vivimos, tiene para quererse bien a sí mismo. De ahí nace eso que Juan Pablo II llamaba la cultura de la muerte, una actitud en el fondo característica de los adolescentes, al menos de ciertos adolescentes -extraordinariamente sensibles y con una adolescencia quizá más bien atormentada-, que manifiestan en sí sentimientos de autodestrucción y esos sentimientos van acompañados de una destrucción del entorno.
Pongo esta dificultad de amarse el hombre, el ser humano, a sí mismo en nuestro mundo como contraste en el Evangelio de hoy, porque es precisamente nuestra dificultad para querernos a nosotros mismos lo que nos hace difícil creer que Dios nos quiera, que Dios pueda querernos. (…)
El drama es mucho más profundo. El drama es que no sabemos qué hacemos en este mundo, que no sabemos para qué estamos aquí, que no tenemos un horizonte bello y grande, para nuestro corazón y para nuestra vida. Y los jóvenes no lo tienen tal vez porque nosotros tampoco se lo damos. Por lo tanto, tal vez somos nosotros, me refiero especialmente a quienes tenemos una responsabilidad educativa, como pastores del pueblo o de una porción del pueblo de Dios, quienes tenemos más responsabilidad en ese daño. (…)
El agua viva, el agua que brota, el agua del torrente, el agua de la fuente, que mana y que mana sin cesar y que no se seca jamás es una imagen extraordinariamente expresiva; es imagen de la vida. Cristo nos da la vida. Cristo es la fuente de la vida para nosotros porque nos comunica su vida divina. Y nosotros somos la samaritana. (…)
Nosotros nos vemos representados en ella, es decir, somos la humanidad que busca agua. La humanidad busca agua. Todos, todos buscamos, todos tenemos sed. No una sed física, no vivimos al borde del desierto, basta con que abramos un grifo y tenemos normalmente agua suficiente y limpia y que puede ser bebida, potable. Pero hay una sed en nuestro corazón que no se puede arrancar, que no se puede extirpar. Esa sed es la de una vida plena, o podemos decir: esa sed es la sed de ser felices, esa sed es la sed de comprender quiénes somos y cuál es la tarea y el sentido y el valor de nuestra vida. Esa sed es la sed de Dios. Y como a la samaritana, Cristo nos sale al encuentro, y nos da su vida divina y esa vida cambia, cambia todo. (…)
Lo que nosotros no podemos comprender, y sin embargo sucede siempre cuando nos encontramos con el Señor, es que no somos nosotros los que estábamos buscando a Dios; era Dios quien nos estaba buscando a nosotros. Nosotros tenemos sed de Dios, pero Dios tiene sed de nosotros. Dios nos quiere, Dios nos busca, Dios nos persigue. Y nos persigue no porque Él nos necesite, no porque nosotros podamos darle algo a Él que no tiene, sino porque tenemos necesidad de Él. La experiencia constante de los cristianos a lo largo de veinte siglos ha sido que uno iba buscando a Dios y cuando se encuentra con Él descubre que era yo el que estaba perdido y era Dios quien me buscaba a mí. (…)
En nuestra experiencia humana, el valor de nuestra vida es directamente proporcional a la experiencia de ser queridos. La persona que no es querida, que sólo es usada, que sólo es utilizada, que sólo es reclamada en función de intereses, pierde el gusto por la vida, de las razones para vivir: la vida al final no tiene ningún interés y ésa es la tragedia, a la que yo me refería al principio. Quien es amado, quien sabe que tiene amor no desea la muerte. Claro que no desea la muerte y no juega con su vida, y es capaz de tomársela en serio. Surge en el corazón -y no como una obligación, no como un deber, no como unas reglas a cumplir- el deseo de cuidar de la vida bien porque es bella, porque merece la pena, porque hay ese tesoro que se llama amor que llena de gusto y de contenido la vida, y que Dios ha puesto en nosotros la sed de ese amor para poder reconocerlo cuando lo encontramos.
Mis queridos hermanos, el episodio del encuentro de Jesús con la samaritana es de esos episodios paradigmáticos que expresan toda la Historia de la Salvación, toda la historia de la humanidad, toda la historia de Dios con nosotros, de su amor por nosotros. Yo sé que nos cuesta creer ese amor cuando nos cuesta querernos a nosotros mismos, nos cuesta querer a nuestros prójimos. Tenemos mil motivos para ver nuestros defectos, los defectos de los demás, para comprender lo injustos que somos cotidianamente unos con otros. (…)
Ser cristiano es casi, diría yo, acoger esta afirmación sobrecogedora: Dios te quiere. Dios tiene sed de ti, y no porque te necesite, para nada, porque Él es amor y sabe que tú le necesitas para vivir, para vivir en libertad, para ser tú mismo, para que la vida sea bella y merezca la pena vivirla. (…)
+ Mons. Javier Martínez
Arzobispo de Granada
S.I. Catedral de Granada
23 de marzo de 2013