Homilía de Mons. Javier Martínez en la celebración de la Pasión del Señor el Viernes Santo, en la Santa Iglesia Catedral, el 18 de abril de 2014, en cuya celebración se adoró el “lignum crucis”, un trocito del madero de la cruz del Señor, que perteneció
Fecha: 18/04/2014
Si algo caracteriza esta liturgia del Viernes Santo es su sobriedad extrema; es como si fuera extraordinariamente escueta. Ayer os decía que no hay celebración de la Eucaristía, porque la celebración de la Eucaristía es siempre una celebración nupcial, y hoy la Iglesia, que sabe que tiene el Señor reservado en una capilla para los enfermos que lo necesiten y luego para el rito de la Comunión, pero no acontece la Eucaristía, porque una celebración de la Eucaristía es siempre una celebración de bodas y, por lo tanto, una celebración gozosa, donde se canta el canto de los querubines, el canto de los ángeles, donde se canta la venida de Dios a la tierra; la Eucaristía es como una noche de Navidad en pequeñito.
Y hoy el Hijo de Dios está muerto y la Iglesia prefiere recordar sencillamente ese silencio de Dios. Casi me da vergüenza a mí hablar porque mis palabras oscurecen la nitidez, la verdad profunda del relato que acabamos de escuchar, que basta por sí mismo.
Solo quiero deciros el ritmo de esta liturgia, sin embargo un ritmo que expresa la voluntad y el deseo pedagógico, educativo, de introducirnos en la Pasión del Señor. Comenzamos con una lectura del Antiguo Testamento, que arroja luz sobre la Pasión y una lectura del Nuevo también, que ilumina el sentido del Sacrificio de Cristo y luego leemos la lectura de la Pasión. Después, oraremos por todos los hombres, todos juntos, porque la Pasión es la revelación suprema del amor de Dios por todos los hombres, por vuestra salvación y por la de todos los hombres.
Cristo ha derramado su sangre por todos y la Iglesia, unida a Cristo, ora esta tarde por todos; y siempre a la luz de la Pasión de Cristo y a la luz del amor infinito de Cristo, la Iglesia ora siempre por todos los hombres, no sólo por mis necesidades particulares, o por mis preocupaciones pequeñas, cercanas, grandes a veces, muy grandes, que me abruman o que me hunden a veces en la desesperación o en la miseria, pero siempre me invita a abrir el corazón al mundo entero. También nuestros sufrimientos, unidos a los sufrimientos de Cristo, tienen esa dimensión redentora, tienen esa dimensión de ser una fuente de salvación y de amor para el mundo entero.
Luego, sigue la adoración de la cruz, como la repuesta normal al acontecimiento de la Pasión. Tenemos el privilegio de tener aquí un “lignum crucis”, del cual si no podemos, diríamos, poner la mano en el fuego por su autenticidad, sí que podemos en una antigüedad grande, en la época de la Reina Isabel la Católica era venerado como un “lignum crucis” y como un “lignum crucis” importante, porque pertenecía a unos enseres y a unas joyas de la Reina. Por lo tanto, no adoramos ninguna imagen de la cruz, sino un trocito de la misma cruz del Señor. Y por último recibimos: porque todo lo que el Señor ha hecho tenía como meta el vivificar nuestros cuerpos mortales. Todo lo que el Señor ha hecho, todo lo que celebramos en estos días del Misterio Pascual, tiene como meta cuál es el último acto de la Pascua, el don del Espíritu Santo, por el cual el Espíritu Santo se derrama sobre nosotros y viene a morar en nosotros y vivifica Él, que es Señor y dador de vida, el espíritu del Hijo que Él ha entregado esta tarde. Decía el evangelista San Juan, que no da puntada sin hilo cuando habla; “Inclinando la cabeza, entregó su espíritu”. (…)
+ Mons. Javier Martínez
Arzobispo de Granada
S.I. Catedral de Granada
Viernes Santo, 18 de abril de 2014