Homilía en las Confirmaciones en la S.I Catedral, 30 de mayo de 2014
Fecha: 30/05/2014
Homilía de Mons. Javier Martínez en la celebración del Sacramento de la Confirmación de cerca de 200 jóvenes procedentes de las parroquias del Pozuelo, Monstserrat, Corpus Christi, Otura, Cájar, San Pío X, San Juan María Vianney, Nuestra Señora de los Dolores, Órgiva, Santa Fe, Colegio Carmen Sallén, Colegio de La Purísima de Santa Fe, Iznalloz, Deifontes, Domingo Pérez, Montejícar, Ogíjares, Colegio Santa María de los Llanos de Ogíjares y Armilla, en la Santa Iglesia Catedral de Granada, el viernes 30 de mayo de 2014.
Muy queridos hijos, vamos a proceder en seguida a la Confirmación.
Todos habéis pasado por un tiempo de catequesis y, por lo tanto, todos sabéis lo que significa el hecho de recibir este don. Dejadme sólo insistir en un par de pensamientos que os pueden ayudar a vivirlo. Y antes dejadme decir, porque a lo mejor lo habéis pensado, cómo de la parroquia de Armilla sólo había una chica, María José. A lo mejor uno dice: ‘anda, con lo grande que es Armilla y sólo se confirma una’. No, en la parroquia de Armilla estuve yo confirmando hace 15 días y se confirmaron cincuenta y tantos, lo que pasa es que ella no había podido, me parece porque estaba enferma ese día, y se ha unido a nuestra Confirmación hoy. (…)
Los dos puntos que yo quisiera subrayar un poquito con vosotros tienen que ver también con las lecturas de hoy. La primera que hemos leído es un trocito de los Hechos de los Apóstoles, donde nos cuenta alguna de las peripecias de la misión de Pablo, sobre todo del comienzo de la misión entre los gentiles.
Eso fue un gran acontecimiento para la Iglesia porque, como Jesús había nacido en el mundo judío y los primeros discípulos y apóstoles eran todos provenientes del mundo judío, surgía una dificultad: el mundo judío había vivido muy aparte del resto de las naciones y los demás pueblos, y entonces surgía el problema de decir: ‘la gente que cree en Jesucristo y que se acerca al Señor, ¿tienen que pasar por la ley judía?, ¿tienes que hacerse judíos?’. Primero para convertirse al judaísmo, para después ser discípulos de Jesús. Y eso fue un debate y un cierto conflicto en la primera generación de la Iglesia que San Pablo ayudó en gran manera a resolver también, pero que se resolvió de la manera siguiente, y tiene su importancia porque al fin y al cabo ninguno de nosotros somos judíos, todos nosotros somos de la Iglesia de los gentiles, injertados en el árbol de Israel de donde provienen los patriarcas, los profetas y las promesas, y toda la pedagogía del Señor para ayudarnos a entender qué es lo que significaba la entrega de su vida a través de su Hijo para nosotros.
¿Cuál fue el razonamiento que tanto San Pablo como los demás discípulos, pero sobre todo San Pablo, hizo con toda claridad? Pues el hecho de que la Resurrección de Jesucristo, es decir, su victoria sobre la muerte, no afecta sólo a un pueblo, afecta al hombre por el hecho de ser hombre y, por tanto, tiene una validez universal. Si Cristo ha resucitado, en Cristo se nos da el acceso a la vida divina de un modo que no pasa ya, por así decir, por el cumplimiento de la ley…, sino que es un hecho que tiene una trascendencia para toda la historia. Si Cristo ha resucitado hay una humanidad nueva, porque eso no ha sucedido nunca, desde Adán hasta Cristo. A nadie le ha sucedido poder vencer a la muerte. La muerte nos vence a todos.
El que Cristo la haya vencido y el que Cristo nos comunique, haya comunicado y comunique su espíritu a la Iglesia, significa, no que dejamos de ser hombres y pasamos a ser, qué sé yo, una especie de ovnis o entes o seres que están por ahí fuera de la humanidad. No, nuestra condición sigue siendo la condición humana mortal, pero en esa condición humana mortal se ha sembrado la vida divina, se ha sembrado la vida del Hijo de Dios, de la que Jesús era poseedor, poseía en plenitud, en sí mismo, en su cuerpo, poseía la plenitud de la divinidad. Y esa vida nos la ha comunicado, nos ha entregado su espíritu para que nosotros vivamos con esa vida.
Eso nos abre el horizonte del cielo, pero nos abre al mismo tiempo. Es decir, cuando digo que nos abre el horizonte del cielo significa que la muerte no tiene la última palabra sobre nosotros; tendremos que pasar por la muerte, claro que sí, pero la muerte ya no es quien domina sobre nuestras vidas porque el amor que hemos conocido en Jesucristo y con el que somos amados, y la alianza que Jesucristo ha establecido con cada uno de nosotros en la cruz, es un amor que es más fuerte que la muerte, es un amor que ha vencido ya en Cristo y en su Madre, que es el símbolo y la imagen de la Iglesia: ha vencido ya a la muerte. (…)
+ Mons. Javier Martínez
Arzobispo
de Granada
30
de mayo de 2014
Santa
Iglesia Catedral de Granada