El Evangelio de hoy es uno de esos Evangelios sencillos, extraordinariamente sencillos, y, sin embargo, en los que uno podría estar como "los garbanzos en remojo", meterse en él, disfrutarlo y encontrar en él oxígeno, esperanza, vida para nuestras vidas, en muchos casos para nuestras doloridas vidas.
¿Por dónde empezar? Quizás el punto de conexión más sencillo, más inmediato, es el "Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré". Los niños nacen llorando, y es verdad que tan pronto como empiezan a tener un poquito de uso de razón (...) los niños lloran, se pelean; y a medida que nos hacemos adultos, no hay nadie que no lleve una serie de heridas, de cicatrices.
Y no me refiero tanto a las heridas del cuerpo, que también, sino en el corazón, en el alma, en el punto en el que se unen nuestra alma y nuestro cuerpo. Es decir, errores que hemos cometido, torpezas que hemos hecho, malentendidos con personas a las que queríamos muy bien y que, sin embargo, se ha roto por esa torpeza nuestra, o por no haber sabido acoger y abrazar la torpeza de las otras personas o de la otra persona se ha roto una relación que era bella. En fin, la lista podría ser tan larga como la historia de la literatura universal o podría ser tan numerosa y tan distinta como el número de personas que estamos en este mundo, porque la historia de cada uno es absolutamente única.
Pero todos nos podemos sentir reconocidos en esa llamada de Jesús: "Venid a mí los cansados y agobiados". ¿Quiénes son los cansados y agobiados?: los seres humanos. Todos. Tú, yo, sin excepción. La primacía ideológica que domina nuestra cultura vive de la gran mentira de que nosotros nos hacemos a nosotros mismos y, por lo tanto, de que uno tiene el derecho a aspirar a una vida perfecta, sin heridas, sin fisuras, sin límites, sin defectos, sin rupturas, sin trozos de la vida que se rompen o que están rotos y que no está en nuestra mano el recomponer.
Por eso, la cultura actual tiene que censurar el hecho de la muerte, como si no fuera la muerte parte de la vida, o el hecho de la enfermedad también. "Venid a mí, venid a mí, que yo os aliviaré". Es curioso que la mayor parte, la inmensa mayoría, el 95% de los milagros de Jesús, de los signos de la presencia del Reino en medio de nosotros, son curaciones, y lo que Jesús quería decir al poner énfasis en sus signos, porque no se trataba de hacer demostraciones como las que le pedían muchas veces. "Tírate de ahí abajo", cuenta el relato de las tentaciones. Y como dice la Escritura: Como los ángeles vendrán, te tiras de la torre abajo y no te pasa nada y, entonces, creemos que eres el Hijo de Dios. No.
Jesús viene a curar al ser humano, y eso implica que Jesús da por supuesto que el ser humano, por el hecho de participar de este mundo en el que estamos bajo la sombra de la muerte y bajo el poder del pecado, es un mundo herido, es un mundo enfermo, en el que tenemos necesidad de Ti, Señor. (...)
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
XIV Domingo del Tiempo Ordinario
6 de julio de 2014, S. I Catedral