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"No a ser servido sino a servir"

XXIX Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo B

Fecha: 18/10/1970. Publicado en: Semanario Diocesano Luz y Vida 606, 6



LECTURA del profeta Isaías:


    El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento.
    Cuando entregue su vida como expiación, verá su descendencia, prolongará sus años; lo que el Señor quiere prosperará por sus manos.
    A causa de los trabajos de su alma, verá y se hartará, con lo aprendido mi Siervo justificará a muchos cargando con los crímenes de ellos.
(53, 10-11.)



    Entre las “ figuras” del Antiguo Testamento, la más sublime es tal vez la del “siervo de Dios”, misterioso personaje que se oculta en una serie de cantos de la segunda parte del libro de Isaías, y del que ya nos hemos ocupado una y otra vez. Sin duda por eso, esos cantos son una de las “profecías” más usadas en el Nuevo Testamento para hacer comprender el misterio de la persona de Jesús.

    Y es que para los hombres, categoría y honra son dos cosas que van de la mano. Lo humanamente grande es lo brillante, lo que da que hablar, lo que lleva pompa y tambor por delante. “Los que son reconocidos como jefes de los pueblos -les dice Jesús a sus discípulos-, los tiranizan y los grandes los oprimen.” Por eso los mesías que esperan los hombres son siempre un poco así: mesías de bombo y platillo, redentores de última hora como los que siempre han sobrado en el mundo. Muchos esperaban que Jesús fuera también así, y por eso la multitud le quiere hacer rey después de la multiplicación de los panes. Por eso también, en el evangelio de hoy, los hijos del Zebedeo le piden sentarse en su gloria, uno a la derecha y otro a la izquierda.

    Pero Dios obra de otra manera: siempre que Dios llama a alguien para una gran misión en medio de su pueblo, esa llamada significa para él el comienzo del sufrimiento, de la incomprensión y del abandono. Así Abraham, así Moisés, así los profetas y el Siervo de nuestro canto, que es donde más claramente aparece esta experiencia de cómo se es instrumento de Dios. La figura del Siervo contiene, por decirlo así , tantos elementos “cristianos”, que no es extraño que Jesús y los evangelistas se sirvieran de ella para hacer comprender la paradoja de un mesías humilde y sufriente, el misterio del Hijo de Dios que da su vida y muere por los pecados de los hombres.

    Paradoja y misterio que se repiten igual en la vida de todo buen discípulo de Jesús. “El que entre vosotros quiera ser el primero, que sea esclavo de todos.” Tal vez parezca difícil, pero no es sino el verdadero rostro del amor cristiano. Esa es la grandeza de Dios. Esa es la grandeza del cristiano, como lo fue la de Cristo. A quienes sepan de amor, no les resultará incomprensible.


F. Javier Martínez

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