XXX Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo B
Fecha: 25/10/1970. Publicado en: Semanario Diocesano Luz y Vida 607, 6
LECTURA del profeta Jeremías:
Esto dice el Señor:
Gritad de alegría por Jacob, regocijaos por el mejor de los pueblos; proclamad, alabad y decid: el Señor ha salvado a su pueblo, al resto de Israel.
Mirad que yo os traeré del país del Norte, os congregaré de los confines de la tierra.
Entre ellos hay ciegos y cojos, preñadas y paridas: una gran multitud retorna.
Se marcharon llorando, los guiaré entre consuelos; los llevaré a torrentes de agua por un camino llano en que no tropezarán.
Seré un padre para Israel, Efraín será mi primogénito.
La vida y el carácter de Jeremías nos son conocidos mejor que los de ningún otro profeta de Israel: ello se debe a que el libro que lleva su nombre está salpicado de relatos biográficos, compuestos unos por el secretario del profeta, un noble escriba llamado Baruc, al que Jeremías había ganado para sus ideas, y que se le mantuvo fiel a través de todas las pruebas, otros, los que están redactados en primera persona, son debidos al propio Jeremías. Estos relatos permiten, además, situar en la vida del profeta los diversos oráculos que componen el libro; como sucede en la mayoría de los libros proféticos, éstos no están dispuestos en orden cronológico, y contienen, además, una serie de alusiones a acontecimientos de la historia contemporánea que los hacen parecen frecuentemente oscuros a quien no está familiarizado con esa historia; a luz de ella, sin embargo, la fuerza y la vitalidad del mensaje de los profetas se nos hacen más patentes, y su lectura es más rica y provechosa.
Esto es precisamente lo que ocurre con nuestra lectura de hoy, que forma parte de un grupo de oráculos más amplio, escrito durante el reinado de Josías. A Jeremías le habría de tocar vivir los duros días en que se preparó y se consumó la ruina del reino de Judá, casi un siglo después de que Samaría y el Reino del Norte cayeran, en el 721, en manos del poder asirio. Sin embargo, bajo Josías, el ocaso de Asiria había permitido al rey reconquistar Samaría y Galilea, los antiguos territorios del Reino del Norte. Esto, unido a la reforma religiosa emprendida por el rey, hizo nacer el optimismo y hasta la esperanza de una vuelta de los desterrados del Norte al reino de David restaurado y unido. Esta esperanza es precisamente el hilo conductor de nuestro pasaje: el “país del Norte” a que hace referencia el texto, y del que Dios traerá entre consuelos a una gran multitud de gentes doloridas, es Asiria, que está efectivamente situada al norte de Mesopotamia.
El profeta, que es ante todo un hombre de fe, sabe ver en el gozo de la posible vuelta, y más allá de lo político, una intervención de Dios, un signo de la misericordia y el amor de Dios para con las tribus del Reino Norte, una de las cuales era Efraín.
F. Javier Martínez