Homilía en la Eucaristía de inicio de curso de los Centros de Estudios Superiores de la Archidiócesis, concelebrada con el Rector de la Universidad Eclesiástica San Dámaso en Madrid, D. Javier Prades, con la que está afiliada el I. de Teología
Fecha: 06/10/2014
Homilía en la Eucaristía de inauguración del nuevo curso de los Centros de Estudios Superiores de la Archidiócesis, concelebrada por el Rector de la Universidad Eclesiástica San Dámaso en Madrid, D. Javier Prades, con la que está afiliada el Instituto de Teología diocesano "Lumen Gentium". A estos Centros de Estudios Superiores de la Archidiócesis pertenecen los Institutos de Filosofía "Edith Stein" y de Teología "Lumen Gentium", el Centro de Magisterio "La Inmaculada" y el Centro Internacional para el Estudio del Oriente Cristiano (ICSCO).
Queridísima
Iglesia de Dios, Esposa de Nuestro Señor Jesucristo,
muy queridos Rector de la Universidad Eclesiástica San Dámaso,
querido Rector Director del Instituto de Teología,
Directores de algunas otras instituciones,
seminaristas,
queridas hermanas,
queridos todos:
Celebrar este año el comienzo de
curso tiene acaso un significado especial. Siempre todos los momentos son
gracia de Dios, pero hay momentos en los que esa gracia se hace más patente,
más tangible, más visible, y no necesariamente porque las cosas correspondan
más a nuestros proyectos, o a nuestros cálculos, o a nuestros deseos, sino porque
en todas las circunstancias podemos reconocer la presencia salvadora y la
gracia salvadora de Cristo y al Emmanuel, a Dios con nosotros.
Pero es verdad que hay momentos como
de una especial densidad histórica, y yo creo que las circunstancias de la
Iglesia y del mundo en estos momentos nos hacen tomar conciencia de esa
peculiar circunstancia histórica que siempre es un kairos de Dios, que siempre es un momento especial de gracia.
Yo recuerdo haber oído contar de
anécdota de un cardenal que estaba muy preocupado por el comienzo de uno de los
Sínodos en la Iglesia en los años posteriores al Concilio, y le transmitía al
Papa Juan Pablo II esa preocupación acerca de ese Sínodo; y el Papa le escuchó
pacientemente y al final de haberle escuchado sonrió y dijo: “Pero usted, señor
cardenal, ¿cree en el Espíritu Santo o no?”. Por supuesto, el cardenal dijo: “Sí”,
y el Papa dijo: “Pues, entonces, deje de preocuparse, que el Espíritu Santo
sigue llevando la Iglesia”.
Lo digo porque -como os comentaba a
vosotros, a los seminaristas ayer mismo- a lo largo de estas semanas del Sínodo
los medios de comunicación nos van a bombardear con un montón de lecturas del
acontecimiento del Sínodo inspiradas en las categorías del mundo, que son
categorías siempre políticas, siempre de poder, siempre de juegos de poder y,
además, es que no entienden otras, y por lo tanto esa es la lectura que se va a
hacer de este acontecimiento de gracia, este acontecimiento eclesial que es el
Sínodo.
Y que no es más que la preparación de
todo un tiempo de reflexión y de un periodo que culminará también en cierto
modo en el próximo Sínodo, pero que está en perfecta continuidad (este tipo de
reflexión) en un punto más agudo, en un punto, si queréis, más dramático, y muy
dramático para nuestro tiempo y para nuestro mundo, que es la reflexión sobre el
matrimonio y, al mismo tiempo, sobre la sexualidad, sobre el cuerpo humano,
sobre el significado de la familia, sobre el significado del amor entre hombre
y mujer. Y en este punto catalizan, diríamos, la conflictualidad que ha marcado
la historia de la Iglesia con la cultura moderna, y ahora, con lo que queda,
con lo que tenemos, que probablemente son las ruinas de la cultura moderna y la
exacerbación de algunos aspectos dislocados de esa cultura moderna.
El Concilio ya afrontó esa
problemática y la afrontó mostrándonos con mucha claridad en dos o tres puntos
claves los caminos por donde tenía que ir la andadura de la Iglesia afrontando
con todo rigor, y con toda seriedad, y con toda profundidad, el hecho, los
retos y las heridas que provienen de la modernidad.
Se podrían subrayar unos cuantos
textos, pero el que a mí me parece más clave -y no hago con ello más que repetir
una enseñanza, que fue insistentemente repetida por Juan Pablo II y que de otra
manera ha sido también repetida por Benedicto XVI-. La clave hermenéutica del
Concilio -decía el Papa Juan Pablo II en una ocasión- es el pasaje de Gaudium Spes, 22, donde dice: “Cristo,
el Verbo encarnado, al revelar a los hombres al Padre y a su designio de amor
revela también el hombre al hombre mismo”.
Es decir, la redención de Cristo y
la persona de Cristo constituyen la condición de nuestra posibilidad de
encontrarnos con nosotros mismos, de encontrar nuestra propia humanidad. Todo
en la vida humana, todas las dimensiones de la vida humana, todos los
quehaceres humanos en la búsqueda de un sentido están abiertos a Cristo. Y
Cristo tiene que ver con todo, absolutamente con todo. No hay un solo espacio
de la actividad humana o de la vida humana, que pudiéramos llamar meramente
natural o meramente creado o inteligible desde sí mismo de una manera plena y
total, que no haga relación a Cristo, y a la luz de Cristo, y a la redención de
Cristo. (…)
+ Mons. Javier Martínez
Arzobispo de
Granada
6 de
octubre de 2014
Monasterio de la Cartuja