Homilía de Mons. Javier Martínez en la Eucaristía del día 12, Fiesta de Ntra. Sra. del Pilar, en la celebración de Ordenaciones diaconales de cuatro jóvenes –tres del Redemptoris Mater y uno del San Cecilio- en la S.I Catedral.
Fecha: 12/10/2014
Queridísima
Iglesia de Dios, que se reúne aquí en Granada, Esposa de nuestro Señor
Jesucristo,
muy queridos hermanos sacerdotes concelebrantes,
queridos candidatos al diaconado, ya mismo diáconos,
padres y familiares que os acompañan;
saludo también especialmente a las comunidades del Camino Neocatecumenal, que a
tres de vosotros os han hecho de familia durante estos años, realmente, y han
suplido a vuestras familias, y os han acompañado en vuestro camino hacia el
Orden Sacerdotal;
queridos hermanos y amigos de las parroquias donde habéis estado ejerciendo el
ministerio, donde habéis estado ejerciendo y colaborando también desde el
principio de sentiros llamados al Orden Sacerdotal, especialmente Luis Miguel,
en diversas parroquias de la Diócesis, que también te acompañan aquí esta
tarde;
queridos amigos y hermanos todos:
Un 3 de abril de 1972 yo fui
ordenado presbítero. Un año antes, también en la primavera, fui ordenado
diácono, como lo sois vosotros ahora. Son 42 años (43 desde la Ordenación de
diácono) de un ministerio del que no puedo sino dar gracias a Dios, y quiero
dar aquí ese testimonio antes de proceder a vuestra Ordenación. Juro por Dios que
he experimentado en mi vida la verdad de las palabras del Salmo: “Mi vara y mi
cayado te sosiegan, aunque camine por cañadas oscuras, nada temo porque Tú vas
conmigo”.
Ahí el testimonio requiere sus matices,
porque no es que no haya temido, en más de un momento, por mi fragilidad o por
la fragilidad de la libertad humana, pero es verdad que el Señor ha sido fiel,
fiel a su promesa, fiel a su pueblo, fiel al don que me ha hecho, y no puedo mas
que dar testimonio de esa fidelidad del Señor. Todo lo que puedo en Aquél que
me conforta y es verdad; es verdad que nuestras vidas humanas son muy pequeñas,
muy frágiles, son vidas humanas, y la diferencia entre las cualidades de unos hombres
y otros no pasan de los cien denarios de la parábola de los dos siervos, y sin
embargo es Dios quien salva los diez mil talentos de diferencia que hay entre Dios
y nosotros, y los salva con su amor y con su misericordia. Dios es fiel,
hermanos míos, y no abandona jamás a su pueblo.
La celebración de esta mañana es un
signo vivo de esa fidelidad de Dios, que sigue llamando a hombres escogidos
dentro del pueblo para que podáis ser en medio de ese pueblo y en medio del
mundo sólo una cosa: testigos, con vuestra humanidad tal como es, tal como el
Señor la ha creado y tal como vuestra experiencia de Iglesia la ha ido
configurando; testigos de que Cristo vive y de que sigue siendo la única
esperanza del mundo. El único nombre bajo el Cielo que se nos ha dado por el
que podamos ser salvados, y por el que los hombres puedan acceder a una
humanidad verdadera, de la que tenemos tanta sed, tanta necesidad, tanto
anhelo, tanta nostalgia.
Yo he citado mucho en estos últimos
días una frase; es la primera frase de una novela inglesa reciente, de hace
pocos años, que empieza sencillamente diciendo: “Yo no creo en Dios”. Es una
novela sobre la fe y el ateísmo, pero empieza diciendo: “Yo no creo en Dios,
pero lo echo muchísimo de menos”. Describe la condición humana de tantas
personas que han perdido, a lo mejor, la experiencia viva de lo que Dios
significa en la vida humana. Pero la humanidad que queda es una humanidad
herida, una humanidad a la que le falta algo y nos hemos engañado pensando en que
eso que nos faltaba era un cierto desarrollo económico, o era la democracia, y
que construidas unas estructuras políticas razonablemente hechas a la medida de
los valores que el mundo ha reconocido como fruto de 20 años de experiencia de
Iglesia, -porque no son valores ni universales ni evidentes por sí mismos en absoluto a
todo hombre-, pues que con eso bastaba para que fuéramos felices. Y nuestro
mundo es un mundo como una gran súplica que no tiene la forma de una oración
porque tendría para eso que ser consciente de que es Dios lo que le falta.
Pero es verdad, da la espalda a Dios
porque no piensa. El ser humano no piensa hoy que Dios sea la respuesta a
nuestros anhelos ni a nuestras inquietudes humanas y, sin embargo, no puede
evitar echarlo de menos. (…)
+ Mons. Javier Martínez
Arzobispado de
Granada
Ordenación
de diáconos
Santa Iglesia Catedral de Granada
12 de octubre de 2014, Fiesta del Pilar
XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario